domingo, 25 de junio de 2017

La confianza en Dios ahuyenta el miedo a los males físicos



LA CONFIANZA EN DIOS AHUYENTA EL MIEDO A LOS MALES FÍSICOS

Por Gabriel González del Estal

1.- No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. Las tres lecturas de este domingo nos dicen, de distintas maneras, que la confianza en Dios es fuente de paz interior. Quien sabe que Dios no le va a abandonar nunca, pase lo que pase, no pierde la paz interior por las amenazas o los problemas y males físicos que tenga que soportar. Evidentemente, esto no es fácil de conseguir en un mundo en el que la mayoría de las personas viven como si Dios no existiera. Pero, afortunadamente, tenemos muchos ejemplos de personas que han hecho de su confianza en Dios un arma maravillosa que les permitió vencer espiritualmente todas las amenazas y males del cuerpo. Empezando, por supuesto, por el mismo nuestro Señor Jesucristo y siguiendo por tantos santos y personas anónimas que supieron mantener la paz en medio de los mayores males y amenazas físicas. Pensemos cada uno de nosotros en aquellas personas conocidas nuestras, padres, abuelos, familiares, que física y corporalmente sufrieron mucho, pero que interiormente no perdieron nunca la paz interior, gracias a su profunda confianza en Dios. Hoy, en este domingo, nos bastará con pensar en el ejemplo de Cristo, del profeta Jeremías y de san Pablo. Cristo vino al mundo para cumplir la voluntad de su Padre y en el mismo Huerto de los Olivos, en medio de los mayores temores y del presentimiento de una muerte cruel e inmediata, no sólo no perdió la paz, sino que gritó a su Padre con profunda fe y confianza en Él: no se haga mi voluntad, sino la tuya. El profundo amor y la profunda confianza con que Cristo estaba íntimamente unido a su Padre le permitió vivir, padecer y morir en la paz de un hijo que sabe que su padre está siempre a su lado, ayudándole. Pidamos nosotros a Dios, en este domingo, no perder nunca la paz interior, fruto de nuestra profunda confianza en un Dios Padre que se “pondrá siempre de nuestra parte ante su Padre del cielo”.

2.- Oí el cuchicheo de la gente: “pavor en torno”… Pero el Señor está conmigo como fuerte soldado. El profeta Jeremías sufrió toda clase de afrentas, persecuciones y rechazo general, tanto de parte de las autoridades, como del pueblo llano, por mantenerse fiel al mandato del Señor. Sabía muy bien que lo que él decía no era lo que querían oír los que mandaban y el pueblo llano en general, pero él prefirió obedecer a Dios, antes que ceder ante los que le amenazaban. También a cualquiera de nosotros puede pasarnos algo parecido en algunas ocasiones. El “qué dirán”, los respetos humanos, el querer quedar bien con todos, nos tientan a todos nosotros en más de una ocasión. Porque es cierto que debemos ser respetuosos con las opiniones de los demás, sobre todo las opiniones de aquellas personas con las que convivimos y tratamos más frecuentemente, pero el respeto a las opiniones de los demás no debe nunca anular nuestro pensar, ni nuestro actuar, cuando estamos interiormente convencidos de que actuamos de acuerdo con una conciencia cierta y bien formada. El “tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres” no siempre es fácil de discernir, pero es una verdad cristiana evidente. Con humildad, con profunda piedad, debemos pedir todos los días al Señor que nos haga conocer en cada momento cuál es su voluntad y ser fieles a ella, aunque por ello tengamos que sufrir interior y exteriormente.

3.- No hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos. San Pablo fue siempre un hombre fiel a su conciencia: antes de su conversión al cristianismo, fue una persona totalmente fiel a la Ley de Dios dada por Moisés, pero, desde el momento mismo en que se convierte a Jesús, todo lo anterior pierde importancia y sólo el evangelio, la buena noticia de Jesús, le interesa. Tendrá que sufrir mucho en su vida por defender y predicar el evangelio de Jesús, pero los sufrimientos interiores y exteriores que sufrió por ser fiel al mandato del Señor los consideró él ganancia ante Dios. Se identificó de tal manera con Cristo, que todo lo demás lo consideró despreciable y secundario. No cedió nunca ante el sufrimiento, la persecución y la misma muerte, sabiendo siempre que el don y la gracia de Dios nunca le iban a faltar. Él se sabía débil y frágil, pero también sabía que la gracia y el don de Dios suplían ampliamente su debilidad. Humildad para reconocer nuestra propia debilidad y confianza en la fuerza de Dios que actúa en nosotros es lo que debemos pedir nosotros en este domingo, a ejemplo del Señor Jesús, del profeta Jeremías y de san Pablo. Y que los sufrimientos interiores y exteriores no nos aparten nunca de seguir el camino que el mismo Dios nos marca. “El que a Dios tiene nada le falta; sólo Dios basta”.

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