3 de mayo Invención de la Santa Cruz .
Papa San Silvestre I . Emperador Constantino .
“La señal de la cruz aparecerá en el cielo, cuando el Señor venga a juzgar. Entonces se revelarán los secretos de los corazones”.
Brev. rom., 3 de mayo de 8 resp. Segundo nocturno.
“Stat Crux dum volvitur orbis.” San Bruno. Divisa de la orden de los cartujos que fundó.
Constantino y Santa Elena en torno a la Vera Cruz en
después de su hallazgo. Albania. S. XVI
El emperador Constantino, que ganó por la Cruz, hizo todos los honores debidos al signo sagrado de la salvación de los hombres. Su madre, Santa Elena, rivalizaba con la piedad de su hijo. Gracias a una onspiración de lo alto, decidió, a pesar de su avanzada edad de casi ochenta años, visitar los Santos Lugares y buscar el santo leño en que el Salvador derramó su sangre. Había muchas dificultades; los paganos quisieron transformar los lugares venerables testigos de la muerte de Jesucristo, en templos de Venus y Júpiter. Helena era no se desanim.
Santa Elena preguntando a Judios sobre el lugar donde podría
encontrar la Santa Cruz. Speculum historial. V. de Beauvais. XV.
Primero tuvo que preguntar a los Judios para identificar el lugar dónde podrían estar escondidos los instrumentos del tormento. Luego mandó retirar los restos detestables del paganismo (además ella hizo lo mismo en el lugar del pesebre del Salvador y de la Resurrección, teniendo que quitar primero el ídolo de Adonis, y el de Júpiter ) y tuvo que excavar al pie del Calvario con tanto esmero y entusiasmo que pronto se descubrieron tres cruces con los clavos que habían traspasado las manos y los pies del Redentor y el título que Pilato había colocado en el cabezal de la Cruz. Pero ¿cómo reconocer cuál de estas tres cruces era el la del Salvador? El obispo de Jerusalén tuvo la feliz idea de que se llevarán a una mujer que estaba a punto de morir; el tocamiento de las dos primeras cruces no produjo ningún resultado, pero cuando la paciente había sido tocada por la tercera, resultó curada. Otro milagro aún más sorprendente vino a confirmar la primera, porque una muerta de repente resucitadó en contacto con la madera sagrada. La Emperatriz, llena de alegría, construyó en el lugar donde se depositó el trozo mayor de la Cruz una magnífica iglesia. Después envió laa otras partes a Constantinopla, donde Constantino las recibió en triunfo. Más tarde, el rey persa, después de haber saqueado Jerusalén, llevó la cruz venerada; pero pronto fue reconquistada por el emperador Heraclio. El hallazgo de la Cruz dio origen a la fiesta de la Invención de la Santa Cruz, que se celebra el 3 de mayo; la reconquista de la Cruz dio origen a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que se celebra el 14 de septiembre.
Legenda aurea. Bx J. de Voragine. XV.
Fiestas del 3 de mayo y 14 de septiembre. Estas fiestas se anuncian en el martirologio romano de la siguiente manera:
-. 3 de mayo de Jerusalén, la Invención de la Santa Cruz de Nuestro Señor, bajo el emperador Constantino
– 14 de septiembre, la Exaltación de la Santa Cruz Nuestro Señor, cuando el emperador Heraclio, ganador del rey Cosroes de Persia se volvió a Jerusalén.
Historias de flores. Jean Mansel. XV.
Santa Elena y la Vera Cruz.
Heyday de Ana de Bretaña. XVI Jean Bourdichon.
Fotos y texto de Hodiemecum
[Sigue texto de Luis Fernando Botero Sánchez]
[Sigue texto de Luis Fernando Botero Sánchez]
INVENCIÓN DE LA SANTA CRUZ
En todas las mitologías antiguas se hablaba de dioses que habían venido a compartir la existencia de los hombres en este mundo. Aquellas múltiples teofanías habían preparado los espíritus a recibir sin extrañeza la doctrina de un Dios hecho hombre. Pero la estupefacción empezaba cuando se proponía la imagen de un Dios pobre, humillado, cubierto de oprobio y muerto en un patíbulo infame. Por, eso nos habla San Pablo del escándalo de la Cruz. Eso no es posible, decían muchos herejes de los primeros siglos; y para armonizar sus prejuicios con el Evangelio, imaginaron que en el momento de la Pasión, Jesús había sido sustituido por el Cirineo. Muchas personas de la buena sociedad hubieran aceptado un cristianismo despojado de esta trágica incompatibilidad. Hastiadas de fábulas absurdas, deseosas de algo que ellas mismas no acertaban a precisar, torturadas por el confuso anhelo de una vida perenne, se hubieran manifestado dispuestas a creer en Cristo, revelador y dador de esa vida. Lo que se contaba de Él, sus milagros, su moral, sus parábolas, su Ascensión gloriosa, todo ello tenia un maravilloso poder de atracción; pero quedaba
No obstante, el sentido profundo del misterio encerrado en esa aparente contradicción se impone desde el primer día. Todos los libros apostólicos respiran amor y veneración a la Cruz, y contra las burlas de los judíos y los ascos de los paganos lanzaba el Apóstol aquella réplica altiva: “Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.” Aceptar el cristianismo, era aceptar la Cruz. Religiosos de la Cruz llama Tertuliano a sus correligionarios. Si el gentil veneraba la lanza de Minerva, el rayo de Júpiter, la cítara de Apolo o el tridente de Neptuno, la veneración del cristianismo se concentraba en la Cruz de Cristo. Ella resumía su fe, condensaba su moral y le señalaba un hito en su peregrinación sobre la tierra. Y de este modo el instrumento de ignominia se convirtió en signo de victoria, en motivo de consuelo, en mensajero de gracia y en confesión de fe. Al nacer los ritos de la liturgia cristiana, el signo de la Cruz se junta a ellos, para indicar que de él toman todo su valor. No se podrá bautizar a un catecúmeno, ni consagrar el pan, ni ungir a un moribundo, sin trazar ese signo misterioso. Del culto público, la Cruz pasa a la liturgia del hogar. Los contemporáneos de Orígenes se santiguaban ya en la frente, en los labios y en el pecho; se santiguaban al salir de casa, antes de comer, antes del sueño y siempre que empezaban alguna obra buena. Como la paloma, como el áncora y el pez, la Cruz empezaba a figurar en los dijes, en los anillos, en las gemas y en los monumentos. La primera representación que hoy conocemos figura en un altar de Palmira, elevado en “honor de aquel cuyo nombre es bendito en la eternidad”, en el año 134. Después aparece en las Catacumbas, en los sarcófagos, en las estelas funerarias, al frente de los epitafios, hasta que, cerrada la era de las persecuciones, empieza a adornar las coronas de los reyes. El triunfo del cristianismo es el triunfo de la Cruz. Constantino la fija en el lábaro, los soldados la graban en sus escudos, las damas la bordan en sus sedas, y los magnates la colocan en la fachada de sus palacios. Ya no se la podrá grabar como signo infamante en la frente de los esclavos, ya no se la podrá usar como instrumento de suplicio para los malhechores. El símbolo de la esclavitud se ha convertido en trofeo de la realeza.
Texto tomado de mercaba
No obstante, el sentido profundo del misterio encerrado en esa aparente contradicción se impone desde el primer día. Todos los libros apostólicos respiran amor y veneración a la Cruz, y contra las burlas de los judíos y los ascos de los paganos lanzaba el Apóstol aquella réplica altiva: “Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.” Aceptar el cristianismo, era aceptar la Cruz. Religiosos de la Cruz llama Tertuliano a sus correligionarios. Si el gentil veneraba la lanza de Minerva, el rayo de Júpiter, la cítara de Apolo o el tridente de Neptuno, la veneración del cristianismo se concentraba en la Cruz de Cristo. Ella resumía su fe, condensaba su moral y le señalaba un hito en su peregrinación sobre la tierra. Y de este modo el instrumento de ignominia se convirtió en signo de victoria, en motivo de consuelo, en mensajero de gracia y en confesión de fe. Al nacer los ritos de la liturgia cristiana, el signo de la Cruz se junta a ellos, para indicar que de él toman todo su valor. No se podrá bautizar a un catecúmeno, ni consagrar el pan, ni ungir a un moribundo, sin trazar ese signo misterioso. Del culto público, la Cruz pasa a la liturgia del hogar. Los contemporáneos de Orígenes se santiguaban ya en la frente, en los labios y en el pecho; se santiguaban al salir de casa, antes de comer, antes del sueño y siempre que empezaban alguna obra buena. Como la paloma, como el áncora y el pez, la Cruz empezaba a figurar en los dijes, en los anillos, en las gemas y en los monumentos. La primera representación que hoy conocemos figura en un altar de Palmira, elevado en “honor de aquel cuyo nombre es bendito en la eternidad”, en el año 134. Después aparece en las Catacumbas, en los sarcófagos, en las estelas funerarias, al frente de los epitafios, hasta que, cerrada la era de las persecuciones, empieza a adornar las coronas de los reyes. El triunfo del cristianismo es el triunfo de la Cruz. Constantino la fija en el lábaro, los soldados la graban en sus escudos, las damas la bordan en sus sedas, y los magnates la colocan en la fachada de sus palacios. Ya no se la podrá grabar como signo infamante en la frente de los esclavos, ya no se la podrá usar como instrumento de suplicio para los malhechores. El símbolo de la esclavitud se ha convertido en trofeo de la realeza.
Texto tomado de mercaba
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