lunes, 23 de septiembre de 2019

En el mundo, pero no del mundo




EN EL MUNDO, PERO NO DEL MUNDO

Mi intención es exhortaros a dejar todas las cosas, pero sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del mundo, por lo menos retenedlas de manera que no seáis vosotros retenidos en el mundo; las cosas terrenas han de ser poseídas, no han de poseernos ellas a nosotros; vuestras pertenencias han de estar bajo el dominio de la mente, sin dejar que vuestro espíritu se halle dominado por el amor de las cosas, ya que entonces caería él bajo el dominio de las mismas.

Por tanto, usad de las cosas de la tierra, pero que vuestro deseo tienda a las que son eternas; las cosas temporales sean una ayuda en vuestro peregrinar, las eternas el término deseado de esta peregrinación. Todos los acontecimientos del mundo han de ser mirados como de soslayo. Miremos, en cambio, de frente con los ojos de nuestro espíritu la meta hacia la cual caminamos.

Extirpemos de raíz nuestras malas costumbres, arrancándolas, no sólo de nuestro obrar, sino también de nuestro afecto. Que no nos aparten del convite eterno ni los deseos carnales, ni las preocupaciones absorbentes, ni el fuego de la ambición, sino que las cosas que hacemos en este mundo, aun las que son honestas, hagámoslas como de pasada, y así las cosas terrenales que nos causan placer de tal manera serán una ayuda para nuestro cuerpo que no obstaculizarán a nuestro espíritu.


Por esto, hermanos, no nos atrevemos a deciros que abandonéis todas las cosas; no obstante, si queréis, aun reteniéndolas, las abandonáis, cuando de tal modo gestionáis las cosas terrenas que no por ello dejáis de tender con todo vuestro corazón a las eternas. Pues usa del mundo, mas como si no usara de él, toda persona que se sirve de las cosas necesarias para su vida exterior y, con todo, no se deja dominar por ellas en lo interior,de tal modo que sirvan a lo de afuera sin debilitar las tendencias internas hacia lo de arriba. Para los que así obran, las cosas terrenas no son objeto de deseo, sino un mero instrumento del que se sirven. Que ninguna, pues, de las cosas de este mundo reprima el deseo de vuestro espíritu, que no os veáis enredados en el deleite que ellas procuran.

Si deseamos el bien, que nuestro espíritu se deleite en los bienes superiores, esto es, los celestiales. Si tememos el mal, pensemos en los males eternos y así, recordando dónde está el bien más deseable y el mal más temible, no dejaremos que nuestro corazón se apegue a las cosas de aquí abajo.

Para lograr esto, contamos con la ayuda del que es mediador entre Dios y los hombres; por su mediación lo alcanzaremos todo prontamente, si estamos inflamados de amor hacia él, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.


De las Homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios
(Libro II, homilía 36, 11-13: PL 76, 1272-1274)

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