martes, 4 de septiembre de 2018

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Es imposible que Dios vea con buenos ojos desde las alturas lo que está sucediendo en nuestro mundo. Tiene que dolerle profundamente observar como nuestra soberbia y egoísmo avanza a pasos agigantados por el mundo creando indiferencia en las sociedades hacia los más desfavorecidos y generando masas cada vez mayores de personas gente que no cuentan para nadie. Le tiene que resultar ingrato contemplar el sufrimiento de tantos que la bondad humana podría evitar. No tiene que serle agradable ver tanto odio manifestarse en tantas miradas y tantos comportamientos de los hombres. Ni tanto muro erigido entre los corazones de los hermanos. Ni tanto silencio ante la injusticia. Ni tanta frialdad de corazón por la situación de tantos hombres y mujeres que padecen necesidad. Ni tanto hedonismo e individualismo que convierte a las sociedades en mundos de hielo donde la ausencia de amor provoca soledad, tristeza, desazón… Este mundo se asemeja cada vez menos a aquél que un día Dios ideó con toda su pureza y limpidez porque era fruto de la profundidad de su inmenso Amor.

A Cristo, lo leemos en las páginas del Evangelio, tampoco le agradaban los derroteros que tomaban los hombres de su tiempo. Sentía lástima de ellos hasta el punto que consideraba que andaban como ovejas sin pastor; y se propuso enseñarles con calma. ¿Y qué les enseñó? Que para el hombre no hay más opción que optar por el camino de la entrega y del amor. Jesús no enseñaba teoría. Él mismo se puso de ejemplo y recorrió en tres años el camino de la verdad.
No es sencillo ni fácil convertirse en puente que trate de converger dos riberas que se ignoran, que se menosprecian, que se subestiman o que se odian. De ahí que para Él no cabía otro final que morir en la cruz. Desde lo alto del madero santo reconcilió a dos pueblos con Dios y por medio de la cruz los unió en un solo cuerpo destrozando con su muerte el mal.
Fue Jesús quien abrió el camino para los hombres. Ese camino permanece abierto. Jesús lo que nos pide a los cristianos es que seamos en el mundo otros cristos que caminemos con el corazón puro, con la dignidad de hijos de Dios, limpios en nuestras intenciones, con los brazos abiertos en forma de cruz, dispuestos a amar y servir, que seamos capaces de cubrir la distancia que separa los corazones humanos, que nuestras manos tiendan puentes y derriben muros, que nuestras miradas lleven amor, perdón, misericordia, paz. Aunque esto suponga renunciar a nuestra comodidad y nuestro bienestar personal.

¡Señor, quiero ayudarte a cambiar el mundo a pesar de mi miseria y mi pequeñez! ¡Quiero ser imagen tuya, ser reflejo tuyo en el pequeño mundo donde me muevo! ¡Quiero ser una sola cosa contigo! ¡No me importa ser como tu en Getsemaní para ser consciente de la fealdad de mi pecado y entender lo mucho que sufriste por mi! ¡Ponte en mi lugar, Señor, y permitir actuar como lo harías tu; que mis manos, mis ojos, mi lengua y mi corazón sean los tuyos! ¡Haz que mi tiempo, mi energía, mis esfuerzos estén impregnados de tu presencia! ¡Viven en mi, Señor, para que mis miradas sean las tuyas, mis sentimientos sean los tuyos, mis palabras sean las tuyas, mis apreciaciones sobre los otros sean las tuyas, mi servicio sea como el tuyo! ¡Ayúdame a llevar la paz a los demás como hiciste tu! ¡Ayúdame a llevar la Palabra al prójimo como lo hiciste tu! ¡Ayúdame a caminar por el mundo como lo hiciste tu! ¡Ayúdame a transmitir tu verdad, Señor! ¡Concédeme la gracia de ser transmisor de amor, de verdad, de esperanza, de perdón, de misericordia! ¡Espíritu Santo, concédeme la gracia de abrir el corazón para recibir en mi interior el espíritu de Jesús! ¡Ayúdame a ser otro Cristo y transformar todo mi ser en otro Jesús que dé sentido a mi realidad como cristiano!


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