ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
¡Qué día tan especial y hermoso, el de la Natividad de la Virgen! El nacimiento de la llena de gracia, de María, es motivo de gozo y alegría porque anuncia otro nacimiento, el del Hombre Nuevo, que en Pascua emerge desde las entrañas de la muerte y el infierno para elevarse en la gloria de la vida divina.
En la vida de la Santísima Virgen todo es un milagro constante y su nacimiento no es una excepción. María, aunque pobre a los ojos del mundo, a los ojos de la fe deslumbra por sus maravillas.
Y lo más maravilloso es que Cristo, nuestro Dios hecho hombre, nació de Ella, nos sacó de la maldición en la que estábamos inmersos y nos colmó de bendiciones.
Joaquin y Ana, sus padres, de la estirpe de David, de quien debía nacer el Salvador prometido al mundo tenían edad avanzada y no podían tener hijos; por lo tanto, no había esperanza humana para que ellos alumbrasen a la Madre del Redentor. Pero Dios, a quien le gusta confundir los cálculos de los hombres y las predicciones naturales, juzgó lo contrario y dio a Joaquín y Ana la gracia de la paternidad. Los dos ancianos recibieron con alegría el anuncio de los designios de Dios, y en el momento señalado, María se apareció al mundo. Todo puro, como inmaculada fue su concepción.
Puedo imaginarme la alegría en aquella casa un día como hoy. Lo bendecida que estaba aquella niña recién nacida, santificada desde el primer momento de su vida.
Esta festividad mariana es una invitación plena a la alegría, para unirse más a Ella, canal de todas las gracias, y presentarle todos nuestros honores y nuestras peticiones. Acudir a Ella, con independencia del estado de nuestra alma y del número y profundidad de las ofensas cometidas contra su Hijo, y refugiarse en sus brazos llenos de misericordia. Unirse a Ella para requerir su humildad y su sencillez; su falta de vanagloria; su bondad y su generosidad; su modestia y sus virtudes; su caridad y su entrega; su vida contemplativa y su oración.
Hoy es un día para darle gracias a Dios por darnos a María como Madre. Un día para pedirle a María, la Madre de Dios, que nos enseñe el camino que lleva a la santidad.
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¡Gracias, Padre, por este regalo hermoso de María! ¡Gracias por hacerla tan perfecta, tan hermosa, tan bondadosa y misericordiosa! ¡Gracias porque en Ella podemos observar la grandeza de tu corazón, el amor que sientes por nosotros! ¡Gracias porque María nos une estrechamente a Ti por medio de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Padre, porque a través de María, de su maternidad revestida de amor y ternura, podemos sentir tu corazón bondadoso y misericordioso! ¡Gracias, María, porque eres ejemplo de la bondad infinita, gracias por tu sostén, por tu protección, por tu consuelo y por tus gracias! ¡Gracias, María, porque tu amor es también infinito y me invitas constantemente a acudir a su sagrado corazón para refugiarme en él! ¡Gracias, María, porque tu me enseñas a guardar en el corazón las cosas de Dios, porque me muestras cómo acoger y conservar en mi interior la Palabra del Padre, porque sostienes mi fe y mi esperanza, porque enderezas mi camino, porque sostienes mis anhelos y mis desvelos! ¡Gracias, María, porque tu ejemplo me invita a no detenerme en cosas triviales sino a caminar como Hijo del Padre! ¡Ayúdame, María, como lo fuiste Tu a ser un testimonio alegre de esperanza para dar luz en el camino y mostrar por medio de mis gestos, palabras y acciones que Cristo vive!
Salve, María:
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