Santo Evangelio según San Marcos 7, 31-37. Domingo XXIII de Tiempo Ordinario. Ciclo B.
Por: H. Jesús Alberto Salazar Brenes, L.C. | Fuente: missionkits.org
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Abre, Señor, mis oídos y mi lengua para poder proclamar lo que vivo contigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con la saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: "Effetá", (Que quiere decir "¡Ábrete!"). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: "¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡Qué aburrido leer el Evangelio! Es siempre lo mismo. ¿Para qué voy a leer la Biblia si no entiendo? ¿Para qué voy a preparar mis predicaciones si ya sé que decir con sólo leerlo? ¡Qué vergüenza predicar, mejor que lo hagan otros! Éstas son sólo algunas de las cosas que se escuchan entre cristianos arrutinados, algunos de los comprometidos e incluso algunos sacerdotes.
La pregunta más importante es, ¿le pedimos a Jesús que nos abra el oído al entendimiento y la boca para proclamarlo con valentía? La Palabra de Dios no es algo estático o que sucedió en un determinado momento histórico; siempre nos habla a cada uno en particular, nos consuela, nos da fuerza, nos llama, nos acompaña en nuestra alegría, nos enseña a vivir en esta vida y a cómo heredar la vida eterna. El conocimiento de la Palabra de Dios es conocimiento de Cristo, como decía san Jerónimo, padre de la Iglesia latina.
Cristo todo lo haces bien, ábrenos los oídos y la boca para escucharte en el silencio y proclamarte sin ningún temor. ¡Tócanos en el Espíritu para que nuestra vida sea renovada! Pero sobre todo, si intentan hacer callar nuestra voz, tu voz, haznos tus profetas y apóstoles en la Tierra. Danos, Señor, tu sabiduría para que nuestro pensamiento sea como el tuyo y que sepamos ver, detrás de cada persona, a tus hijos más amados que necesitan encontrarse contigo para que su vida sea plena también. Si en algún momento fuimos o somos sordos y mudos a tu voz, indiferentes a Ti, pon tu mano sobre nosotros y envíanos a anunciarte donde quieras.
Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca las orejas y la lengua del sordomudo. Para restablecer la relación con ese hombre "bloqueado" en la comunicación, busca primero restablecer el contacto. Pero el milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por eso, eleva los ojos al cielo y ordena: "¡Ábrete!". Y los oídos del sordo se abren, se desata el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente (cf. v. 35). La enseñanza que sacamos de este episodio es que Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro.
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy seré misionero hablando de Dios, predicando su Evangelio, a alguien.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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