Padre Manuel Martínez Cano mCR.
Virgen María y Niño Jesús - estrellasEl día de Santa Bernardita, me vino a la memoria estas palabras de la santa: “La Virgen me miraba como una persona mira a otra persona… tenía los ojos azules”. La Virgen también nos mira a nosotros, con todo el cariño que miran todas las madres juntas a sus hijos.
“María envolvió en pañales al Niño y le acostó en un pesebre (Lc 2, 7). Y María mira a Jesús con cariño infinito y contempla el rostro del Niño Jesús con ternura, derramando torrentes de luz por los ojos. Besa a su Hijo y lo abraza contra su corazón. José mira a Jesús y María y queda en silencio.
“Os ha nacido un Salvador”. Y los pastores van a adorar al Niño Dios; y Los ángeles adoran a Jesús y la Virgen María, adora a su Hijo Dios. Miremos a Jesús, adoremos a Dios hecho niño. Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
A los doce años, Jesús se pierde, y María y José lo encuentran en el Templo. María le dice: “Hijo porque has hecho esto”. Jesús le responde: “Tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre”. Y María y Jesús se miran. Contemplemos como se miran María y Jesús. Purifiquemos nuestras miradas, no mirando jamás lo que no pueden ver Jesús y María. Como San José, gocemos contemplando a María Santísima y a su divino Hijo, Jesús.

Herodes quiere matar a Jesús, y la Sagrada Familia huye a Egipto. La Virgen no deja de mirar un instante a Jesús. El Hijo y la Madre funden sus miradas maternales-filiales. El pequeñín se va haciendo niño; José los contempla gozoso. Y Jesús obedecía a su padre y a su madre. Contemplemos.
En las bodas de Caná, la Virgen se da cuenta de que falta vino. Mira a su Hijo, Jesús le mira y entiende: “Haced lo que Él os diga”. Y aunque no había llegado la hora, su hora, Jesús convierte el agua en vino. Sí, mi Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre.
Por la calle de la amargura, María contempla a su Jesús, con la cruz a cuestas y coronado de espinas. Siete espadas atraviesan el corazón de la Virgen. Al pie de la Cruz contempla a su Hijo y llora. Los pecados de toda la humanidad, atravesaron los corazones de Jesús y María. Mira a María y crucificarás tus pecados ¡Antes morir que pecar!
¡Jesús ha resucitado! Tiene las manos entrelazadas con las de su Madre. María contempla el rostro de Jesús, queda extasiada. Una y mil veces, besa las manos glorificadas de su Hijo. Se abrazan cariñosamente en un tierno abrazo de felicidad eterna. ¡Mira las miradas de Jesús y María, se purificarán tus miradas.
Pentecostés, el Espíritu Santo, desciende sobre el Colegio Apostólico. El Divino Esposo del alma de María Santísima, la fortalece para que sea fiel a su nueva misión: Madre de la iglesia, Madre de todos los hombres. ¡Qué hermosa es la Virgen María!
“La Virgen María guardó todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 19). Los recuerdos de Jesús impresos en su corazón le hacen más llevadero su destierro en este valle de lágrimas. Sus recuerdos, sus miradas interiores es el origen del Rosario. El Rosario está en sintonía con el recuerdo amoroso y las miradas de María.
El recorrido espiritual de Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo en compañía de María, nos lleva a la unión con Cristo. El Rosario nos transforma místicamente junto a María. Ella nos cuida y educa hasta que Cristo sea formado plenamente en nosotros…
La contemplación del rostro de Cristo en la Rosario no puede reducirse a su imagen de crucificado ¡Él es el Resucitado! El que entregó su vida para salvar a todos los hombres. Cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por el Verbo encarnado”. (San Juan Pablo II).
“No dejaré de amar a Dios ni un solo instante de mi vida” (Santa Bernardita).
“¡Quien propaga el Rosario se salva!” (Beato Bartolomé Longo).