jueves, 25 de mayo de 2017

La moda y el cuerpo


Por Salvador Aragonés; 25.04.2017 
sumandohistorias.com

                          

De entre todos los seres vivos creados por Dios solo hay uno que necesita cubrirse el cuerpo con vestidos hechos y pensados por él: el hombre. Es el único animal que se viste, no solamente por un sentido del pudor, de cubrir la intimidad del cuerpo, sino porque quiere definir su propia identidad con relación a los demás. Vestirse es también, pues, mostrar a los demás cómo soy o cómo quiero que los demás piensen que soy.

La acción de vestirse no es una cosa de anteayer, sino que ya Adán y Eva, según relata el Génesis (3, 6-8), después del pecado original tuvieron vergüenza de sus cuerpos y los taparon con hojas de higuera cosidas. Al crear Dios los animales les dotó de herramientas para que pudieran defenderse del clima (el calor, el frío, el agua y el viento), para poder alimentarse y para defenderse ante sus enemigos (velocidad, fuerza, desarrollo de los sentidos).
Al hombre, Dios le dotó de inteligencia y de voluntad, cualidades muy superiores a las de los demás seres. Platón ya lo intuyó en el Protágoras, cuando relata la creación del hombre a través de Prometeo y Epimeteo. Este último al ver que el hombre no tenía defensas como los otros animales –estaba desnudo– “roba a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional junto con el fuego”, que fueron su única posibilidad de sobrevivir, y además le dio al hombre “el ropaje de la cultura”.



Y es a través de la cultura que el hombre encuentra su identidad en su libertad. Es en la cultura donde el hombre debe de ocuparse de su propio cuerpo, adquirir hábitos, vestirse y crear su propia identidad. El vestirse, como señala el profesor Francesc Xavier Escribano (“De la experiencia única del vestir al espacio público del vestido”, en Investigaciones fenomenológicas, 2011), responde a tres necesidades: “protegerse”, hacer el cuerpo “presentable” ante los demás como una necesidad social y crear el “yo” singularizado distinto de los demás.

El vestido ha evolucionado a lo largo de la historia y se ha adaptado al papel que el hombre y la mujer han necesitado. Siempre se ha distinguido en el vestir el hombre de la mujer, el niño, de la niña, los abuelos de las abuelas. En siglos pasados había también una diferenciación social clara entre las clases dirigentes y las del pueblo llano. Por otro lado, no es lo mismo la ropa que se lleva en el hogar –en casa– que la que se usa para ir a trabajar, o para ir a una fiesta.

¿Por qué? El vestido está en función del trabajo que se realiza, y cuando se sale de lo habitual va directamente relacionado con la apariencia exterior que quiero dar a mi cuerpo. De ahí que “el ‘yo’ está hasta cierto punto atrapado por la moda”, dice el profesor Escribano analizando a Joanne Entwistle: “El vestir forma parte de la presentación del ‘yo’”.

Según el modo de vestir juzgamos a los demás y buscamos que los demás nos juzguen de una determinada manera. No se usa la misma ropa en una reunión donde irá Fulano o Fulana de Tal que si no fuera. El vestir supone querer destacar ante los demás en determinadas cualidades que nosotros queremos que sean resaltadas.

El acto de vestirse es un acto íntimo, pero al mismo tiempo abierto a nuestro ser social, a ocupar un espacio entre el público. Vestirse no es un acto solitario, sino que existe una dialéctica entre lo individual y lo social, entre lo que desea expresar y la necesidad de vivir en un contexto cultural del que forma parte la moda. Existe también una tensión entre  lo natural y lo cultural, lo dado y lo construido, lo interior y lo exterior, lo que se quiere ocultar del cuerpo y lo que se quiere enseñar, entre el querer formar parte de un grupo y la necesidad de singularizarse. En la moda vivimos también un mundo de colores, formas y movimientos que están entrelazados, como también lo están la confortabilidad y la funcionalidad.

Decimos que hay que “vivir a la moda”: seguimos las tendencias tanto en el vestir como en los complementos (zapatos, gafas, peinado, joyas o bisutería, medias, colores…). Sin embargo, “vivir a la moda” no excluye, sino que incluye una singularidad del propio cuerpo frente a los demás. Hay un denominador común en la moda (la tendencia) pero con un numerador distinto (mi propia personalidad). Las personas que se contentan en seguir solo las tendencias sin diferenciaciones de acuerdo con su propio cuerpo y su manifestarse a los demás, denotan excesivo apego hacia las tendencias y un escaso conocimiento de su propio cuerpo y de quererse singularizar frente a los demás.

* Salvador Aragonés es periodista. Exdecano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (UIC Barcelona).

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