miércoles, 31 de mayo de 2017

LA VISITACIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN.


Brisa Andina
Caricias para el Alma

LA VISITACIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN.
Publicado el 30 mayo, 2017
    
En la fiesta de hoy recordamos que “la Santísima Virgen, llevando en su seno al Hijo, va a casa de su prima Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar la misericordia de Dios Salvador” (Pablo VI, Marialis Cultus 7).

Es una escena llena de simbolismo: María lleva en su seno al Mesías y se encuentra con Isabel que lleva también en el suyo al Precursor. Un diálogo entre dos mujeres llenas de Dios, que representan al Antiguo y al Nuevo Testamento. Y un encuentro entre el Mesías y su Precursor. Más aún, entre Dios y la humanidad.

Esta fiesta, a pesar de que se inspira en el evangelio, entró bastante tarde en el calendario: la difundieron los franciscanos en el siglo XIII. Antes de la actual reforma, se celebraba el 2 de julio, pero en la fecha actual se adapta mejor al relato del evangelio, situándose antes del nacimiento de san Juan, que recordaremos el 24 de junio.

Durante el Tiempo Pascual, como primera lectura proclamamos la de Pablo. Si la fiesta cae ya fuera de la Cincuentena, podríamos elegir como primera lectura, los años impares, la de Sofonías, y los pares, la de Romanos.


Sofonías 3,14-18: “El Señor será el rey de Israel en medio de ti” El profeta Sofonías invita a la alegría, al júbilo, a la confianza, porque los planes de Dios son planes de perdón y liberación, a pesar de la triste historia de Israel. El motivo es que “el Señor en medio de ti, es un guerrero que sal va”.

Dios está cerca de los suyos y quiere su salvación.

La lectura se ha elegido para la fiesta de hoy porque ahora es María el verdadero Templo viviente, que lleva en su seno al Mesías y va comunicando a toda su alegría. Este pasaje lo leemos también en el Adviento, pocos días antes de la Navidad, pues vemos en María la presencia del Dios-con nosotros.

El poema de Isaías que hoy cantamos como salmo de meditación, prolonga esta lectura profética: “Gritad jubilosos, habitantes de Sión: ¡qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!”. Así como la página del Cantar de los Cantares que leemos en el Oficio de Lectura sobre la “llegada del amado” (Ct 2,8-14; 8,6-7).

Romanos 12,9-16: “Contribuid en las necesidades del Pueblo de Dios: practicad la hospitalidad”

La página de Pablo está seleccionada con una intención más de tipo moral, recogiendo la lección de hospitalidad y amable servicialidad que nos da María de Nazaret en su visita a Isabel.

El apóstol traza un cuadro ideal de la vida de comunidad. Junto a la oración y la esperanza, insiste, sobre todo, en el amor fraterno, la generosidad en la ayuda mutua, la hospitalidad, la solidaridad con los que lloran y con los que ríen, el saber perdonar y bendecir a todos.

Lucas 1,39-56: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? “



Apenas ha recibido de Dios, por boca del ángel, el anuncio de su maternidad mesiánica, María de Nazaret se siente movida por el Espíritu a viajar hasta la casa de su prima, solidarizarse con la alegría que debe tener Isabel por su esperada maternidad, tanto más gozosa cuanto más tardía, y a prestarle su ayuda en esos momentos. Está llena de Dios y por eso se muestra tan servicial.

Las dos mujeres protagonistas de la escena, dos mujeres sencillas, del pueblo, llenas de fe, tienen intervenciones admirables. Isabel, movida por el Espíritu, formula con humildad una pregunta: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. María prorrumpe, a su vez, en uno de los mejores himnos de la Biblia, que cantamos diariamente en el rezo de Vísperas: el Magníficat.

En el Magníficat, la Virgen canta agradecida a Dios por lo que ha hecho con ella y, sobre todo, por lo que ha realizado y sigue realizando por Israel, su pueblo, con el que se solidariza plenamente. Este himno, que probablemente proviene de la reflexión teológica y orante de la primera comunidad, y que es un estupendo resumen de la actitud religiosa de Israel y de la Iglesia, Lucas lo pone muy acertadamente en labios de esta humilde muchacha, María, la primera cristiana, la que mejor expresó su disponibilidad total al plan de Dios.

Este evangelio lo leemos también el 21 de diciembre, preparando la Navidad, y en el domingo IV de Adviento en el año C.

Las lecturas y oraciones de la fiesta de hoy -incluidas la página del Cantar de los Cantares y las antífonas, llenas de poesía, de la Liturgia de las Horas nos ayudan a entender el sentido que tiene el acontecimiento para nuestra vida.

Esta fiesta está llena de sencillez y ternura, y nos resulta a la vez familiar y de profundidad teológica.

Ante todo, María aparece como la portadora de Cristo. La presencia salvadora del Mesías es la que produce la alegría de todos los protagonistas de la historia: la de Isabel, la de Juan en su seno, la de María que alaba a Dios y la de cuantos celebramos la fiesta y la llamamos bienaventurada, felicitándola. Es la alegría a la que invita la lectura del profeta Sofonías: “Regocíjate, hija de Sión, alégrate, Jerusalén”. El motivo es el mismo: “El Señor está en medio de ti y ya no temerás: él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo”. Después de la venida del Mesías al seno de María, todavía con mayor motivo.

Ahora somos nosotros, la Iglesia, cada uno de los cristianos, quienes tenemos encomendada la misión de evangelizar al mundo, o sea, transmitirle la alegría de la presencia salvadora de Cristo. Primero, sabiéndole descubrir nosotros mismos presente en la vida, en la Palabra, en los Sacramentos, sobre todo en la Eucaristía. Y luego, comunicando a los demás nuestra fe.

La actitud de alabanza con la que María entona su Magníficat debe ser contagiosa para los cristianos: debemos contemplar, admirar y dar gracias a Dios por lo que ha hecho por nosotros. Debemos saber “cantar sus maravillas durante toda nuestra vida”, como pide la oración.

En la oración de después de la comunión encontramos una buena definición de lo que hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía: “Que tu Iglesia te glorifique, Señor, por todas las maravillas que has hecho con tus hijos”.

Eucaristía significa acción de gracias. Su oración central, la Plegaria Eucarística, es la mejor alabanza que elevamos eclesialmente a Dios, conscientes de que este momento de la Eucaristía es el que con mayor densidad nos hace experimentar su cercanía: “Haz que tu Iglesia lo perciba (a Cristo) siempre vivo en este sacramento”.

Hoy es un día en el que, con mayor motivación que nunca, podemos proclamar la Plegaria Eucarística, y también recitar despacio el Magníficat, en unión con la Virgen. Lo podríamos hacer después de la comunión, o en nuestra oración personal, a lo largo del día, y sobre todo cantarlo al caer la tarde en la celebración de Vísperas, con una monición que nos motive a proclamarlo como si fuera la primera vez que suena, imitando el gozo interior de María.

De la escena evangélica, y de las recomendaciones de Pablo, nos llega también la invitación a una actitud de servicio. María de Nazaret, llena del Señor, sale de sí misma y se pone en camino, yendo a casa de su prima, que seguramente agradecerá una mano amiga en las labores de casa. La “llena de gracia” corre a comunicar su alegría a los demás. El amor de Dios se traduce en un gesto de amor al prójimo; la alegría mesiánica, en ayuda fraternal concreta.

¿Somos capaces de “visitar” a los demás, de salir de nosotros mismos, de situarnos en su punto de vista, de compartir con ellos nuestra vida y ofrecerles nuestra ayuda? Y, cuando lo hacemos, en el ámbito familiar, comunitario o social, ¿sienten los demás la presencia de Dios, la alegría y la esperanza de su cercanía, porque ven que nuestra caridad es sincera? Lo que Dios nos ha dado gratis, ¿lo damos también gratis a los demás? ¿Estamos dispuestos a tender una mano al que necesita de nosotros?

Esto lo debemos hacer no sólo en las ocasiones solemnes, sino en el quehacer de cada día: llorando con los que lloran, como decía Pablo, riendo con los que ríen, practicando de corazón la hospitalidad. Entonces sí que se creará en torno nuestro un clima de esperanza y todos podrán experimentar la presencia salvadora del Señor en medio de nosotros.

María de Nazaret nos da hoy un luminoso ejemplo de unión con Cristo, de alegría esperanzada y de espíritu misionero y comunicador, de alabanza a Dios en su oración y de caridad solícita con los demás. A la vez que la celebramos como la llena de gracia, aprendemos de ella sus mejores actitudes hacia Dios y el prójimo.

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