martes, 31 de enero de 2017

LA VIRGEN MARÍA, LA ADMIRABLE MADRE DEL SEÑOR



LA VIRGEN MARÍA, LA ADMIRABLE MADRE DEL SEÑOR
Parte 1 de 2
Reflexión desde las Catequesis del Beato Juan Pablo II
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
 

1.      MARÍA DE NAZARET, MUJER QUE SE SALE DE TODOS LOS MOLDES
María de Nazaret ha sido una mujer que se sale de todos los moldes. Ella ha producido un gran fenómeno religioso muy importante en el mundo, como es la devoción a la Virgen María. Hoy, 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, por todas partes millones de personas acuden a sus santuarios levantados en muchos lugares, algunos tan famosos como Fátima, Lourdes, y así Basílicas y templos son visitados por cientos de personas de toda índole tales como la Basílica Patriarcal de Santa María La Mayor en Roma – Italia, Nuestra Señora Del Pilar en Zaragoza – España, Nuestra Señora de Montserrat en Barcelona – España, Nuestra Señora de Guadalupe en el Distrito Federal – México, Nuestra Señora de La Salette Francia y Nuestra Señora de Czestochowa  Merdjujore.
Por todas partes personas creyentes de distintos niveles culturales y económicos se reconocen protegidos por la Virgen María y aprecian vivir en profunda comunión con ella.
Es así como centenares de pensadores, filósofos y teólogos han reflexionado sobre su figura. Artista de todas las épocas han estado representando su figura maternal, ella fue la madre de Jesús, el Hijo de Dios, el Cristo. Es decir, su figura en absolutamente trascendente.
Ciertamente, nuestra admiración,  fervor y amor a la Virgen María, nos hace decir al hablar de María, una cantidad de ternuras inimaginables, y aplicamos todo tipo de superlativos a la figura de María. La misma Iglesia habla, y desde siempre, lo mas alto de la Virgen María.
Pero la vida y la responsabilidad que le correspondió asumir a la Virgen María, nos lleva a hacernos muchas preguntas, y nos invita a meditar: ¿Qué debió sentir María cuando se hizo madre de Jesús en el momento mismo ya de la anunciación?, ¿Qué fue lo que le ocurrió a ella durante el tiempo en el cual convivió con su hijo Jesús?, ¿Como vivió la actividad pública y el destino de sus Hijo?, ¿Qué represento para ella la venida del Espíritu santo?, ¿Cómo fue su relación con Jesús?, ¿Cómo era su relación con Dios?, ¿Como pudo cumplir con toda la responsabilidad que le toco cumplir?, Todas estas respuestas debemos buscarlas de algún modo a partir de lo que hay escrito en los Evangelios sobre ella, pero también haciendo un esfuerzo por situarse en el contexto del tiempo en la cual le correspondió asumir esta inmensa responsabilidad de ser la Madre del Señor
2.      EL BEATO JUAN PABLO Y LA VIRGEN MARIA
Juan Pablo II comenta en su libro “Don y misterio” que hubo un momento de su vida en el cual se cuestionó de alguna manera su culto la Virgen María, considerando que éste, si se hace excesivo acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo. Tras leer el libro “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen” de San Luis María Grignion de Montfort, comprendió que María nos acerca a Cristo, con tal de que se viva su misterio en Cristo; esto explica el origen del Totus Tuus, es la abreviatura de la forma más completa de la consagración a la Madre de Dios.
Así fue como Juan Pablo II escribió la Encíclica Redemptoris Mater (Madre del Redentor), Promulgada el 25 de marzo de 1987 en torno a la bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina. Fue una intensa reflexión entrada en el concepto del concilio Vaticano II sobre la “peregrinación de la Fe” de la Virgen María, definida por Juan Pablo II como “el trabajo del corazón de María para comprender y aceptar todo el misterio de la vida de su Hijo”, desde el modo en que fue creado hasta su sacrificio para salvar a la humanidad.
Juan Pablo II escribió muchas catequesis sobre la Vida de la Virgen María para meditarlas en diversas audiencia entre los años 1995 y 1996. En este articulo, con la ayuda de las Catequesis del Beato Juan Pablo II, hacemos un recorrido para destacar la responsabilidad que le comprendió asumir a la Virgen de María como Madre de Dios.
3.      EL ROSTRO MATERNO DE MARÍA EN LOS PRIMEROS SIGLOS
En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma que “los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos los santos, conviene también que veneren la memoria “ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor” (n. 52). La constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa, destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.
En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, corresponde a cuanto se dice en los evangelios: “¿No es éste (…) el hijo de María?”, se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos (6,3). “¿No se llama su madre María?”, es la pregunta que refiere san Mateo (13,55).
4.      MARIA MADRE DE JESUS
A los ojos de los discípulos, congregados después de la Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su significado. María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, con relación a toda la Iglesia.
Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús es un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título los cristianos quieren afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles, recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren todos los días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.
5.      LA MATERNIDAD VIRGINAL DE MARIA
Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.
Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido sin intervención de hombre alguno.
6.      LA VIRGINIDAD DE MARÍA ADQUIERE UN VALOR SINGULAR
Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo.
La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad.
Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María su inspiración y su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.
7.      MADRE DEL VERBO ENCARNADO, QUE ES “DIOS DE DIOS”
La afirmación: “Jesús nació de María, la Virgen”, implica ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio trascendente, que sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de la filiación divina de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, ella es Madre del Verbo encarnado, que es “Dios de Dios (…), Dios verdadero de Dios verdadero”.
El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), se atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto, comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.
Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.
8.      MATERNIDAD DIVINA
De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub tuum praesidium…, “Bajo tu amparo…”) contiene la invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto de una reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo cristiano. Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.
El concilio de Éfeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.
9.      MARÍA EN EL NACIMIENTO DE JESÚS
En la narración del nacimiento de Jesús, el evangelista Lucas refiere algunos datos que ayudan a comprender mejor el significado de ese acontecimiento.
Ante todo, recuerda el censo ordenado por César Augusto, que obliga a José, “de la casa y familia de David”, y a María, su esposa, a dirigirse “a la ciudad de David, que se llama Belén” (Lc 2,4).
Al informarnos acerca de las circunstancias en que se realizan el viaje y el parto, el evangelista nos presenta una situación de austeridad y de pobreza, que permite vislumbrar algunas características fundamentales del reino mesiánico: un reino sin honores ni poderes terrenos, que pertenece a Aquel que, en su vida pública, dirá de sí mismo: “El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58).
10.  LOS SENTIMIENTOS DE LA VIRGEN AL ENGENDRAR AL HIJO DE DIOS.
El relato de san Lucas presenta algunas anotaciones, aparentemente poco importantes, con el fin de estimular al lector a una mayor comprensión del misterio de la Navidad y de los sentimientos de la Virgen al engendrar al Hijo de Dios.
La descripción del acontecimiento del parto, narrado de forma sencilla, presenta a María participando intensamente en lo que se realiza en ella: “Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7). La acción de la Virgen es el resultado de su plena disponibilidad a cooperar en el plan de Dios, manifestada ya en la Anunciación con su “Hágase en mi según tu voluntad” (Lc 1,38).
María vive la experiencia del parto en una situación de suma pobreza: no puede dar al Hijo de Dios ni siquiera lo que suelen ofrecer las madres a un recién nacido; por el contrario, debe acostarlo “en un pesebre”, una cuna improvisada que contrasta con la dignidad del “Hijo del Altísimo”.

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