domingo, 29 de enero de 2017

El camino de la felicidad

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Caricias para el Alma

Publicado el 28 enero, 2017
     

El camino de la felicidad

Estamos ya en el 4º domingo de estas celebraciones ordinarias. Jesús ha elegido a sus discípulos y empieza su camino, pero empieza con una gran lección, un gran programa de vida, un gran programa de felicidad, y nos da la idea central de nuestra fe cristiana en lo que llamamos las bienaventuranzas. Vamos a escuchar con toda atención el texto de san Mateo, capítulo 5, versículo 1 al 12:

Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:

“Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.


Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. Mt 5,1-12

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Querido amigo, aquí vemos a Jesús que está ya empezando su plena faena de misión y elige ese marco tan natural en el pueblo judío. Va camino de Cafarnaún y aprovecha que le sigue mucha gente y sube a un monte, no para huir de ella, sino para llevar a sus discípulos aparte; se sienta, como solían hacerlo los doctores, y así empieza a enseñarles. Dice el texto que “abriendo su boca les enseñaba” y les enseñaba la verdadera doctrina. Pero dándose cuenta de que había mucha gente, baja con ellos, se para en un llano donde había un grupo numeroso de gentes y de discípulos —y la gran muchedumbre que había venido de todos los sitios, viendo a este hombre como profeta que curaba de sus enfermedades— y aprovechando esto comienza a darles el gran programa de la felicidad:

“Felices los pobres en el espíritu —les dice—, felices los mansos, felices los que lloran, felices los que tienen hambre y sed de justicia, felices los que tienen el corazón limpio”. O más bien “dichosos”. ¡Cómo vemos a Jesús que empieza a querer que se convierta a todos! Ese “convertíos” lo hace desde un camino de felicidad; una palabra que se repite ocho veces: “dichosos”, “felices”, porque Él ha venido para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Querido amigo, yo te invito hoy a gustar, saborear cada una de las bienaventuranzas: dichoso, feliz, el que cuida al débil. Pero yo diría que todas se resumen en la primera bienaventuranza: “Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. ¿Y quién es pobre? El que necesita, el que depende de alguien, el que tiene que pedir, el que experimenta a alguien que le está amando y que le está queriendo. Ése es el pobre en el espíritu. Y si eres pobre, sabremos sufrir, sabremos ser misericordiosos, sabremos ser limpios, sabremos trabajar por la paz. 

Yo diría que Jesús dice: “Los candidatos de la felicidad son los pobres y los humildes, los pobres, los que tienen necesidad de Dios, los que se abren al don gratuito de su amor”. ¡Qué contenido, qué riqueza, qué programa de vida nos da Jesús en todo este texto! “Felices, dichosos los mansos, porque ellos poseerán la tierra”, los que tienen paciencia, los que no se alteran, dichosos los que lloran, porque serán consolados; los que saben soportar todo; los que sufren, pero son consolados. Dichosos los que tienen hambre del Reino. Dichosos los misericordiosos, que socorren, que ayudan la miseria humana. Dichosos los limpios, los que tienen su corazón limpio para ver cara a cara la luz del amor de Dios. Dichosos los que son pacíficos. ¡Todos son dichosos!

¡Qué gran programa! Hoy quiero pedirle a Jesús y me uno —y quiero que estés conmigo, querido amigo— para pedirle que entienda yo estas bienaventuranzas, que me impresionen, que las haga mías, que crea en ellas, me acerque a ti pensando también: “Dichoso el que es invitado al banquete tuyo”. ¿Y quiénes son los pobres? Los que no tienen nada, los que necesitan urgentemente ayuda. Hoy no puedo seguir… y te invito, querido amigo a —despacio, muy despacio— saborear cada una de las bienaventuranzas. Es la página más importante, junto con las obras de misericordia, del Evangelio. Jesús lo afirma de forma categórica y quiere que aceptemos el camino de la felicidad. Ante todas estas gentes les da el camino para que se llenen de alegría, de esperanza, de todo. Había humildes, había pobres, había de todo, y Él dice: “Felices éstos, porque encuentran al Señor”.

Vamos a pedirle, querido amigo, y a comprometernos y a pensar: ¿cómo es mi pobreza?, ¿cómo es mi mansedumbre?, ¿cómo es mi paciencia?, ¿cómo acepto la persecución?, ¿cómo tengo el corazón limpio? Así podremos entrar en el camino de la felicidad, así podremos… y no tendremos que oír: “¡Ay de vosotros, los ricos!”. No, sino entrar en ese camino. Jesús, yo te pido hoy que sepa descubrir, descifrar cada una de las bienaventuranzas, este camino de salvación, y que comience a avivar mi vida, a avivar mi fe, a entrar contigo en esta página donde me llenas de gozo y de alegría, y me ayudas a saber sufrir y a saber soportar todo lo que me hace… y no me lleva a ser feliz; todo lo que no me lleva a ser feliz.

Gracias, Jesús, por esta página tan bella, gracias por enseñarme a ser pobre, humilde y pacífico. Que yo aprenda este camino. Madre mía de la pobreza, de la esperanza, de la mansedumbre y de la paz, ayúdame a ser pobre, a saber, sufrir, a ser misericordioso; que admire hoy esta página. ¡Qué profundidad, qué belleza! Pero ayúdame a entenderla y a practicarla. Contigo me quedo en silencio, desgranando cada una de las bienaventuranzas, cada uno de los caminitos de la felicidad.  

¡Que así sea, querido amigo!

FRANCISCA SIERRA GÓMEZ 

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