sábado, 7 de septiembre de 2024

NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA - LO ANTIGUO HA PASADO, LO NUEVO HA COMENZADO

 



NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
De la homilía de Juan Pablo II en Frascati el 8-IX-1980

Queridísimos hermanos y hermanas:

Estamos reunidos para proclamar el alegre mensaje de la esperanza cristiana porque celebramos hoy «con alegría el nacimiento de María, la Virgen; de ella salió el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios».

Esta festividad mariana es toda ella una invitación a la alegría, precisamente porque, con el nacimiento de María Santísima, Dios daba al mundo como la garantía concreta de que la salvación era ya inminente: la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado algo o alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, y que dentro del pueblo elegido había encontrado, especialmente en los profetas, a los portavoces de la palabra de Dios, confortante y consoladora, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María «Niña», que era el punto de convergencia y de llegada de un conjunto de promesas divinas, que resonaban misteriosamente en el corazón mismo de la historia.

Precisamente esta Niña, todavía pequeña y frágil, es la «Mujer» del primer anuncio de la redención futura, contrapuesta por Dios a la serpiente tentadora: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal». Precisamente esta Niña es la «Virgen» que «concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir "Dios con nosotros"». Precisamente esta Niña es la «Madre» que parirá en Belén «a aquel que señoreará en Israel».

La liturgia de hoy aplica a María recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos, en el que san Pablo describe el designio misericordioso de Dios en relación con los elegidos: María es predestinada por la Trinidad a una misión altísima; es llamada; es santificada; es glorificada (Rom 8,30).

Dios la ha predestinado a estar íntimamente asociada a la vida y a la obra de su Hijo unigénito. Por esto la ha santificado, de manera admirable y singular, desde el primer momento de su concepción, haciéndola «llena de gracia»; la ha hecho conforme con la imagen de su Hijo: una conformidad que, podemos decir, fue única, porque María fue la primera y la más perfecta discípulo del Hijo.

El designio de Dios en María culminó después en esa glorificación, que hizo a su cuerpo mortal conforme con el cuerpo glorioso de Jesús resucitado; la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo representa como la última etapa de la trayectoria de esta criatura, en la que el Padre celestial ha manifestado, de manera exaltante, su divina complacencia.

Por tanto, toda la Iglesia no puede menos de alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima, que -como afirma con acentos conmovedores san Juan Damasceno- es esa «puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios, que está por encima de todas las cosas, hizo su entrada en la tierra corporalmente... Hoy brotó un vástago del tronco de Jesé, del que nacerá al mundo una flor sustancialmente unida a la divinidad. Hoy, en la tierra, de la naturaleza terrena, Aquel que en un tiempo separó el firmamento de las aguas y lo elevó a lo alto, ha creado un cielo, y este cielo es con mucho divinamente más espléndido que el primero».

Contemplar a María significa mirarnos en un modelo que Dios mismo nos ha dado para nuestra elevación y para nuestra santificación.

Y María hoy nos enseña, ante todo, a conservar intacta la fe en Dios, esa fe que se nos dio en el bautismo y que debe crecer y madurar continuamente en nosotros durante las diversas etapas de nuestra vida cristiana. Comentando las palabras de san Lucas (Lc 2,19), san Ambrosio se expresa así: «Reconozcamos en todo el pudor de la Virgen Santa, que, inmaculada en el cuerpo no menos que en las palabras, meditaba en su corazón los temas de la fe». También nosotros debemos meditar continuamente en nuestro corazón «los temas de la fe», es decir, debemos estar abiertos y disponibles a la Palabra de Dios, para conseguir que nuestra vida cotidiana -a nivel personal, familiar, profesional- esté siempre en perfecta sintonía y en armoniosa coherencia con el mensaje de Jesús, con la enseñanza de la Iglesia, con los ejemplos de los Santos.

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LO ANTIGUO HA PASADO,
LO NUEVO HA COMENZADO
San Andrés de Creta, Sermón 1

Cristo es el fin de la ley: él nos hace pasar de la esclavitud de esta ley a la libertad del espíritu. La ley tendía hacia él como a su complemento; y él, como supremo legislador, da cumplimiento a su misión, transformando en espíritu la letra de la ley. De este modo, hacía que todas las cosas lo tuviesen a él por cabeza. La gracia es la que da vida a la ley y, por esto, es superior a la misma, y de la unión de ambas resulta un conjunto armonioso, conjunto que no hemos de considerar como una mezcla, en la cual alguno de los dos elementos citados pierda sus características propias, sino como una transmutación divina, según la cual todo lo que había de esclavitud en la ley se cambia en suavidad y libertad, de modo que, como dice el Apóstol, no vivamos ya esclavizados por lo elemental del mundo, ni sujetos al yugo y a la esclavitud de la ley.

Éste es el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho; ésta es la revelación del designio amoroso de Dios: su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre. Convenía, pues, que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser la Madre de Dios, rey de todos los siglos.

Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley. ¿De qué modo tiene lugar esto? Por el hecho de que la sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la ley por la libertad del espíritu. Precisamente la solemnidad de hoy representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo.

Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor.



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