miércoles, 21 de agosto de 2024

LA ORDEN FRANCISCANA BAJO LA DIRECCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y DE MARÍA

 


LA ORDEN FRANCISCANA BAJO LA DIRECCIÓN
DEL ESPÍRITU SANTO Y DE MARÍA
por Optato van Asseldonk, ofmcap

1) Francisco, el Espíritu Santo y María

Se sabe que Francisco quería que el Espíritu Santo fuese el ministro general de su Orden. Quiso dejarlo expresado en la Regla, pero lo pensó demasiado tarde, porque el papa la había ya aprobado. Por otra parte, de la primera Regla, la de 1221, se deduce que los capítulos tenían que celebrarse en la Porciúncula, en Santa María de los Angeles, la cuna, la casa madre de la Orden, bajo la protección de la Patrona de la Orden (Advocata), por Pentecostés. En otras palabras, la dirección suprema de la Orden descansa en el Espíritu Santo y en María; y los capítulos generales, el órgano directivo principal, tienen lugar en Pentecostés, junto a María, la Patrona.

El sello más antiguo que se conoce de la Orden, y que ya existía en 1254, representa el Cenáculo en Pentecostés, con el Espíritu Santo y María rodeada por los apóstoles, y, debajo, la figurita de un hermano menor (¿el ministro general?) arrodillado.

El mismo Francisco compuso dos oraciones en loor de María y con toda probabilidad en y para Santa María de los Angeles. El texto de las oraciones ensalza a María en un contexto trinitario, como hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo. En este punto, Francisco es lo que se dice un auténtico pionero. Pero prestemos atención, primero, al mismo texto: «Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo; a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito; en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien. Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya. Salve, vestidura suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya y todas vosotras, santas virtudes, que sois infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo en los corazones de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios» (SalVM).

La segunda oración forma parte de su Oficio de la Pasión: «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros con san Miguel arcángel y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro».

Esta oración servía de antífona, capítulo, himno, versículo y oración, en el Oficio, para cada una de las siete horas. Francisco la rezaba todos los días, y al parecer también santa Clara, hasta siete veces.

En tiempo de Francisco no se invocaba ni veneraba a María como hija, madre y esposa, todo a la par. Él abrió, así, nuevos caminos.

2) María, esposa del Espíritu Santo

Esta invocación, la de María como Esposa del Espíritu Santo, no se halla, en cuanto tal, en tiempos anteriores a Francisco. Al respecto, pues, hay que considerarlo como un renovador. Por lo demás, este lazo intrínseco entre María y el Espíritu Santo dejó, al parecer, profunda huella en su piedad. Así lo deduzco, ante todo, por la actitud de santa Clara con sus hermanas, que vive de manera asombrosa su condición de virgen, esposa y madre espiritual en la Iglesia, a la par que la de sierva. El mismo Francisco le dio como regla: «Ya que por divina inspiración os habéis hecho hijas y siervas del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio, quiero y prometo tener siempre, por mí mismo y por mis hermanos, un cuidado amoroso y una solicitud especial de vosotras como de ellos» (RCl 6,3-4).

No me cabe la menor duda de que existe en Francisco un vínculo profundamente interior entre su experiencia del Espíritu Santo, de María, de la vocación materna de la Orden y de la mujer. ¿Será casualidad que sus afirmaciones más sólidas sobre el anhelo del Espíritu del Señor y de su santa operación, se dirijan especialmente a los hermanos laicos? Así como reconoce a los no sacerdotes, a los hermanos laicos, que oran y hacen penitencia, la fecundidad materna en el Reino de Dios, a los sacerdotes predicadores, por los que sentía veneración extraordinaria, ¿no los considera sin hijos, estériles, en la medida en que busquen su vanagloria, llevados por el afán de la actividad, en desestima de la oración? Pienso que Francisco, que conscientemente no quiso llegar a sacerdote, vivió una piedad (laica) general, excelente, por decisión personal, que a nadie excluía, sino que interpelaba a todo el mundo. Esta piedad, tan profunda y fundamental, era válida para todos cuantos estaban en la Iglesia (y fuera de ella).

Me gustaría ahora referirme a unas palabras de Thomas Merton sobre Francisco. Establece Merton que Francisco no tenía más vocación que la de convertirse en otro Cristo en virtud de su Espíritu. Todas las demás vocaciones, comparadas con ésa, resultan secundarias. De ahí que todos los hombres hallen en Francisco su vocación: la del Evangelio. «Con que uno conozca a san Francisco, ya entiende el Evangelio, y si se le sigue, en la verdad y la pureza de su espíritu, se vive aquél en su plenitud... San Francisco fue, como todos los santos tienen que ser, simples y otros Cristos».

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