lunes, 24 de junio de 2024

LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS De la Carta de Benedicto XVI con motivo del 50º aniversario de la Enc. "Haurietis aquas" (15-V-2006)

 




LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS

El misterio del amor que Dios nos tiene no sólo constituye el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. El significado más profundo de este culto al amor de Dios sólo se manifiesta cuando se considera más atentamente su contribución no sólo al conocimiento sino también, y sobre todo, a la experiencia personal de ese amor en la entrega confiada a su servicio. Obviamente, experiencia y conocimiento no pueden separarse: están íntimamente relacionados. Por lo demás, conviene destacar que un auténtico conocimiento del amor de Dios sólo es posible en el contexto de una actitud de oración humilde y de generosa disponibilidad. Partiendo de esta actitud interior, la mirada puesta en el costado traspasado por la lanza se transforma en silenciosa adoración. La mirada puesta en el costado traspasado del Señor, del que brotan «sangre y agua», nos ayuda a reconocer la multitud de dones de gracia que de allí proceden y nos abre a todas las demás formas de devoción cristiana que están comprendidas en el culto al Corazón de Jesús.

La fe, entendida como fruto de la experiencia del amor de Dios, es una gracia, un don de Dios. Pero el hombre sólo podrá experimentar la fe como una gracia en la medida en la que la acepta dentro de sí como un don, del que trata de vivir. El culto del amor de Dios debe ayudarnos a recordar incesantemente que él cargó con este sufrimiento voluntariamente «por nosotros», «por mí». Cuando practicamos este culto, no sólo reconocemos con gratitud el amor de Dios, sino que seguimos abriéndonos a este amor de manera que nuestra vida quede cada vez más modelada por él.

Dios, que ha derramado su amor «en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado», nos invita incesantemente a acoger su amor. Quien acepta el amor de Dios interiormente queda modelado por él. El hombre vive la experiencia del amor de Dios como una «llamada» a la que tiene que responder. La mirada dirigida al Señor, que «tomó sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8, 17), nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las necesidades de los demás. La contemplación, en la adoración, del costado traspasado por la lanza nos hace sensibles a la voluntad salvífica de Dios. Nos hace capaces de abandonarnos a su amor salvífico y misericordioso, y al mismo tiempo nos fortalece en el deseo de participar en su obra de salvación, convirtiéndonos en sus instrumentos.

Los dones recibidos del costado abierto, del que brotaron «sangre y agua», hacen que nuestra vida se convierta también para los demás en fuente de la que brotan «ríos de agua viva». La experiencia del amor vivida mediante el culto del costado traspasado del Redentor nos protege del peligro de encerrarnos en nosotros mismos y nos hace más disponibles a una vida para los demás. «En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16).

Sin embargo, esta disponibilidad a la voluntad de Dios debe renovarse en todo momento: El amor nunca se da por «concluido» y completado. Así pues, la contemplación del «costado traspasado por la lanza», en el que resplandece la ilimitada voluntad salvífica por parte de Dios, no puede considerarse como una forma pasajera de culto o de devoción: la adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del «corazón traspasado» su expresión histórico-devocional, sigue siendo imprescindible para una relación viva con Dios.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario