ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
La compasión es la perfección». He leído esta frase en una extraordinaria novela sobre la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. He cerrado el libro y me permanecido un largo rato pensando. El autor, judío de nacimiento, revela en su obra la historia de su padre y de su tío que fueron detenidos cuando luchaban contra los nazis cerca de Lyon. Fueron trasladados a un campo de concentración donde en los últimos meses de la guerra, casi sin esperanza, serían liberados por las tropas aliadas.
La pregunta es directa: ¿Es para mí la compasión la perfección? Me formulo está cuestión y me viene a la mente el Señor porque esta es la virtud que realmente se ajusta a Cristo, el manso y humilde de corazón. Para comprender y vivir la virtud de la compasión, basta con contemplar la Cruz. Allí, lacerado por mis pecados, contemplas la Compasión en si misma. Esa Compasión que sume todas nuestras debilidades, miserias y contradicciones y, con misericordia infinita, te devuelve a la vida.
¿Qué es la compasión para mí? ¿Soy compasivo como lo es Cristo? ¿Es el Evangelio realmente la hoja de ruta de mi peregrinación terrenal? ¿Me muestro cercano al otro, quienquiera que sea? ¿Me acerco al que sufre, al magullado, al herido en el corazón, al destrozado por las circunstancias de la vida, al enfermo de cuerpo y de alma o los dejo pasar de largo sin preocuparme de sus necesidades? ¿Me muestro cercano con los demás como hacía el Cristo compasivo de los Evangelios?
Tener compasión no implica tener piedad, ni hacerse dependiente de la persona al que uno se acerca. La trampa es creerse indispensable. La compasión es escuchar al prójimo —¿le escucho?—, tratar de percibir cuáles son sus sentimientos y sus necesidades —¿las percibo?—, tratar de razonar con él —¿lo hago?—, detenerse un tiempo para atender sus necesidades y tratar de comprender sus puntos de vista —¿me detengo?—, ser delicado, amoroso y tierno —¿lo soy?—, dejarle claro que se trata de él y no de nosotros mismos. ¿Es así mi vida? ¿Son así mis actos?
Compasivo es quien respeta cualquier sufrimiento. Es el que no se muestra indiferente ante ninguna angustia ajena. Compasivo es, incluso, llevar la compasión a los provocan el mal o sufren a causa del daño que hacen a pesar de que no se compartan sus razones y su manera de actuar.
Si la compasión a veces consiste en hacer algo por el prójimo, a menudo solo consistirá en compartir en silencio con alguien lo que siente y estar allí, simplemente allí.
Todo se resume en que la compasión tiene como base el amor. ¿Amo?
¡Señor, concédeme la gracia de que mis ojos se vuelvan siempre hacia el prójimo con una mirada de amor para verlos como me ves tu a mi, con mi miseria y mi pequeñez, más allá de la indignidad de mi vida, de mis circunstancias, de mis máscaras, de mis pecados y de mis orgullos y sufrimientos! ¡Ayúdame, Señor, a ver al prójimo como lo haces tu con mirada tierna y amorosa, compasiva siempre entendiendo sus circunstancias personales! ¡Haz, Señor, que mi corazón se vuelva siempre hacia el prójimo, para que pueda amarlo como tu me amas a mi, con esa firmeza, clemencia y misericordia que tanto me conmueve, con tanta paciencia que nunca se agota! ¡Ayúdame, Señor, a amar al que tengo cerca para que pueda hacerlo de manera eterna! ¡Ayúdame, Señor, a que mi vida se vuelva hacia el prójimo para que sea capaz de vivir en solidaridad con él y, así, hacerlo contigo en cada momento de mi vida! ¡Ayúdame a ser compasivo como lo eres tu, porque ser compasivo es una cuestión de amor! ¡Ayúdame a amar mucho porque quiero parecerme a ti! ¡Concédeme la gracia de que mi vida sea un compromiso de amor, que todo lo que me mueva hacia los demás esté basado en el amor hasta la entrega total! ¡Aviva esta experiencia en mi corazón, Señor! ¡Aviva mis deseos de compasión porque por encima de todo quiero amar!
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