corazón de María: Introducción
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MARÍA, SIGNO DE LA CARIDAD CRISTIANA
La constitución dogmática Lumen Gentium nos enseña que la Iglesia católica nunca se ha cansado - y sin duda no lo hará jamás - de reclinarse filialmente sobre el Rostro glorioso de su Madre, para escrutar amorosamente el misterio insondable. Si María, como lo canta la liturgia del rito bizantino, es un “abismo insondable para los ojos de los Ángeles y una cumbre inaccesible para los razonamientos humanos”1 , se comprende que siempre forme parte de la contemplación de la Iglesia y que suscite la reflexión incansablemente renovada de sus teólogos.
En el misterio de María se expresa, de manera maravillosamente privilegiada y única, el amor eterno de las Personas divinas por las personas angélicas y humanas; el amor de Cristo por su Iglesia.
Todos los misterios, todas las situaciones, todos los actos, todas las palabras, todas las decisiones libres, todos los privilegios* de María, en la economía de la salvación, expresan la ardiente caridad de su Corazón traspasado y glorioso por las sociedades humanas, angélica y divina y por la Iglesia, de la que es miembro y madre. Esta misma caridad es el más perfecto reflejo puramente creado del Amor increado.
Desearíamos, pues, enfocar la totalidad del misterio mariano desde la perspectiva del Corazón de María y de su difusión eclesial. Esperamos, de esta manera, hacer fructificar - al menos en parte - las admirables intuiciones que tuvo Scheeben en el siglo XIX:
“En María, el corazón es el centro vital de la persona: la representa como tal en su carácter personal de Madre; corazón que es órgano de la maternidad corporal como de la maternidad espiritual. Toda la posición y la actividad de María se resumen en la noción del Corazón místico del Cuerpo místico de Cristo”2 .
Scheeben fue replicado, indudablemente de manera inconsciente en nuestro siglo, por el teólogo ortodoxo ruso V. Iljin quien expresaba así el alcance eclesial de su fe personal en la Inmaculada Concepción:
“María es el Corazón de la Iglesia. En la confesión de su pureza radical y original, es decir de su indivisibilidad, de su “tsélomoudriia” (castidad y también todo sabiduría) está contenida el testimonio de la unidad ya realizada de la Iglesia, y la prenda de su realización exterior y empírica; es decir, de la entrada en la Iglesia de la cantidad prefijada de elegidos”3 .
Consideraremos, entonces, al Corazón de María como corazón maternal de la Iglesia; primero en el dogma y en el culto mariano, apoyándonos sobres las inacabables enseñanzas de la Biblia y de los Padres, bajo la guarda vigilante del Magisterio, cuya expresión privilegiada es la liturgia. Luego, en una segunda parte, examinaremos de manera especial los problemas teológicos y las ventajas ecuménicas y pastorales vinculadas a la afirmación: el Corazón Inmaculado de María es miembro eminente y Corazón del Cuerpo Místico de Cristo.
NOTAS:
1. Extracto de un himno de la liturgia bizantina. San Roberto Bellarmino nos explica que el libre albedrío de la Virgen convergió en muchos de sus privilegios (Opera oratoria postuma, Grégorienne, Rome, t. II, pp.87-8). No se podría afirmar a ciencia cierta lo mismo, evidentemente, de la Inmaculada Concepción, a pesar de que desde el primer instante de su existencia, la libertad de María fue santificada por la caridad infusa.
2. Scheeben, La Mère virginale du Sauveur, Desclée de Brouwer, Burges, 1953, pp.208-9. Advirtamos sin embargo que “es como símbolo de amor y no como órgano de amor, que la devoción (al Corazón de Jesús) fue aprobada y encaminada” (J Bainvel, Dictionnaire de Theologie Cath. Art. Cœur sacré de Jésus, t. III, 1re partie, col. 296). Bainvel agrega (ibid. Col 297) estos testimonios de Claude Bernard: “El Corazón, órgano principal de la circulación de la sangre, es además el centro donde van a fijarse todas las impresiones nerviosas sensitivas... El amor que hace palpitar al corazón no es solamente una fórmula poética, es también una realidad psicológica”. Este testimonio del célebre sabio es particularmente esclarecedor.
3. B. Iljin, Rousskj katoliceskij Vestnik (1951), num. 4, p. 20. Tal vez sin pensarlo, Iljin aplicaba un principio de la teología de las relaciones entre María y la Iglesia: “Todo lo que la Iglesia recibe, ya existe, en su plenitud y en su perfecta pureza, en María”.
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