domingo, 8 de enero de 2017

Si Jesucristo es el Príncipe de la paz, ¿por qué dijo que vino a traer división?

Si Jesucristo es el Príncipe de la paz, ¿por qué dijo que vino a traer división?



Hay distintas concepciones de paz, no es fácil ver cómo actúa Él para hacer menos conflictiva historia humana
Robert Corr  HENRY VARGAS HOLGUÍN  16 DICIEMBRE, 2016

“¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división” (Lc 12, 51).

El profeta Isaías, hablando de la venida del Mesías, dice: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre ‘Maravilla de Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz’” (Is 9, 5).

Jesucristo es pues el “Príncipe de Paz”, pero a pesar de esto no es fácil ver cómo ejerce Él su principado, cómo actúa Él para hacer menos conflictiva la historia humana.

La paz entendida como ausencia de guerra o como equilibrio tenso e inestable de fuerzas bélicas o el silenciamiento total y definitivo de las armas en el mundo político no refleja el tipo de paz que encarna Jesús, de la que siempre habla y que trasmite (Jn 14, 27).


Hay diferentes concepciones de paz:

1.- Eirene: Esta palabra griega expresa la paz como fruto de un acuerdo, algo semejante a un tratado de paz.

2.- Shalom: Esta palabra hebrea también quiere decir “paz”, pero en el sentido de tranquilidad o ambiente de calma ya sea en un individuo, ya sea entre personas y naciones.

En este sentido la paz del mundo se entiende de dos maneras:

1. Como el mero equilibrio de fuerzas antagónicas: Esta paz, obviamente, tiene bases frágiles y es aparente. Esta es la paz que Cristo no solo no ha venido a traer sino que ha venido a denunciar.

¿Y por qué esta concepción de la paz del mundo no es verdadera? Porque está basada en una prosperidad que encierra una serie de injusticias. Es que no puede haber verdadera paz si hay abusos de los poderosos contra los débiles, si por encima de los valores humanos se ponen ciertos intereses, si hay desprecio de Dios y de los valores de su reino; lógicamente una paz así no se puede sustentar, no puede durar.

2. Como el consenso de las mayorías. Esta tampoco será la paz de Cristo, pues en temas de fe y moral (temas directamente relacionados con la salvación) el consenso de la mayoría no equivale a la verdad. Pero la verdad, en mayúsculas, se ha abierto camino en la historia, ha avanzado y se ha establecido gracias a los profetas; sus voces aisladas (empezando por la voz del mismo Cristo) terminan siendo calladas, pero su sacrificio será fecundo y de alguna manera sigue avanzando la verdad en el mundo.

3. Pero la paz, en su significado más auténtico, es la armonía espiritual que reina en el corazón de la persona que se relaciona correctamente con Jesús, y en Él con Dios (Rm 5,1). Esta es la paz profunda y duradera que no nos podrán quitar si nos esforzamos por mantener (Jn 10, 27-28)  y será el cumplimiento de la obra de Cristo como “Príncipe de paz”.

Jesús además, sobre todo como resucitado (Lc 24, 36), en muchas ocasiones saludó a sus discípulos ofreciendo la paz. ¿Pero a qué paz se refiere? Jesús nos regala una paz que será interior como consecuencia de una sana relación con Él.

Por eso no podemos vivir en paz si tenemos problemas de conciencia, y Jesús no lleva paz a las conciencias de los hombres que, por ejemplo, favorecen las injusticias de todo tipo. ¿Quién tiene paz en su alma si se pone en contra de las enseñanzas del Evangelio?

Y la relación con Cristo se realiza por la acción del Espíritu Santo que el mismo Jesús prometió (Jn 16, 7). El Espíritu Santo nos permitirá vivir llenando nuestra vida con sus dones, entre ellos, los dones  del amor, del gozo y de la paz (Ga 5, 22-23).

Y aunque la acción más profunda e importante del Espíritu Santo sea permitirnos experimentar en nuestro interior el amor, el gozo y la paz de Dios, esto no significa que dicha experiencia se deba quedar dentro de cada quien para beneficio personal sino que debe alcanzar a las demás personas para que sea auténtica, “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef 4, 1-3).

De manera que Jesús el ‘Príncipe de paz’ ha venido obviamente a traer paz al mundo a través de la implantación de los valores de su reino desde el corazón de los redimidos; una paz que se propaga de corazón a corazón.

Pero el vivir en unidad con otras personas puede ser extremadamente difícil, hecho que hace aún más difícil mantenernos interiormente en paz con Dios. Jesús nunca prometió que fuera fácil tener paz interior y ser factores de paz; Jesús sólo nos da ánimos y nos pide confiar para que tengamos paz en Él (Jn 14, 1). San Pablo nos dice que si clamamos a Dios, nos dará su paz, “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Flp 4, 6-7).

Y aunque el cristiano experimente desaprobación por querer ser fiel a Jesús no debe perder nunca su paz interior. No es fácil en ocasiones para el buen cristiano soportar la oposición (que se expresa de muchas maneras) de aquellos que le rodean, pero el amor puede más; un amor que debe repercutir positivamente en los enemigos, adversarios y opositores.

Jesús se ha encarnado para anunciar el evangelio de la paz: “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos” (Hch 10, 36)”; para hablarnos de ciertas cosas que son fuente de paz: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Jn 16, 33)”.

Jesús no vino a ordenar guerras ni a iniciarlas ni a avivarlas, como tampoco sus palabras son en absoluto una invitación al uso de la violencia para concretar su misión redentora. Si Jesús, el Príncipe paz alentara cualquier forma de violencia se contradiría, no sería propio de Él que es Dios.

La relación correcta con Dios es total y francamente opuesta al uso de cualquier instrumento de violencia, de división, de conflicto. La fe en Dios y la violencia son realidades radicalmente incompatibles, diametralmente opuestas.

Jesús vino para que su propuesta sea aceptada por cada ser humano de tal manera que en toda la humanidad haya un solo corazón y una sola alma (Hch 4, 32). Pero ya se sabe que todo lo nuevo necesariamente encuentra rechazo, y no se establece sin oposición; y el proyecto de Dios no es la excepción.

Y como no todos han aceptado, aceptan o aceptarán su propuesta pues aquí aparece la causa de la división, el conflicto y el antagonismo; y Jesús, más que en convertirse en un factor de unión y/o de desunión, se ha convertido “en piedra de tropiezo y roca de escándalo” (1 P 2, 8a), no por sí mismo sino por las reacciones que genera en el ser humano.

Bien se lo anunció a la Virgen María el profeta Simeón: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc 2, 34).

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