domingo, 8 de enero de 2017

Dom 8 Ene Homilía de Bautismo del Señor

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Dom
8
Ene
 Homilía de Bautismo del Señor 



“ Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo ”
Con la celebración de esta solemnidad del Bautismo del Señor Jesucristo se cierra el ciclo litúrgico de la Natividad del Señor; y al mismo tiempo se abre, por así decirlo, la etapa misionera o apostólica del Señor Jesucristo.

Se nos invita a una mirada atenta para captar, y hacer nuestras, las claves de la actuación de Jesús de Nazaret, que, como uno de tantos, se acerca a recibir el bautismo de Juan, por quien sintió una particular admiración.

Acojamos la invitación del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo… sobre él he puesto mi espíritu”. Es una llamada particularmente interesante en estos tiempos en los que andamos un tanto faltos de sólidos e iluminadores referentes. En la vida del Señor Jesucristo, siempre fiel al Espíritu del Padre, que impulsó su vivir y obrar, encontraremos el mejor de los mensajes, y el más elocuente de los testimonios, para entender por dónde y cómo debe resolverse nuestra vida. Hacerlo realidad hoy en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades creyentes será la mejor forma de renovar y actualizar nuestra condición de bautizados en el nombre del Señor Jesucristo.
Fr. Cesar Valero Bajo O.P.
Casa San Martín de Porres – Móstoles (Madrid)


Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7
Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceara por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»


Salmo
Sal 28, 1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10 R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R. La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. R. El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: «¡Gloria!» El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno. R.

Segunda lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: –«Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 3,15-16.21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: - «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.»

Comentario de: Fray Miguel de Burgos Núñez   /   Ver el de: Fr. Gerardo Sánchez Mielgo


Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.



Iª Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones
I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy, debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una segunda parte del libro de Isaías (40) -cuya predicación pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo Isaías)-, es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia. Este mensaje, después, se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.

I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42,1-7); nos presenta a ese personaje misterioso del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C., como el mediador de una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje histórico que inspiró este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia. Pero la tradición cristiana primitiva, por su parte, ha sabido identificar a aquél que puede ser el mediador de una nueva alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.



IIª Lectura: Hechos (10,34-38): Bautizado en el Espíritu
II.1. La segunda lectura es un testimonio de la tradición apostólica, de la que nace el evangelio de Jesucristo, poniendo de manifiesto lo que han vivido con Jesús aquellos que han sido testigos desde el momento del Bautismo. Es el punto de partida de la vida pública y profética de Jesús de Nazaret; el momento en que se rompe el silencio de Nazaret para iluminar a los hombres. Pedro, que predica el evangelio por primera vez a una familia pagana en Cesarea, rompiendo con los miedos a salir y dejar el judaísmo que le ataban hasta ahora, proclama su experiencia más personal con Jesús. El discurso, pues, de Hch 10 tiene una importancia muy particular para el autor de esta obra, Lucas. Se ha dicho que este es un ejemplo fehaciente del kerygma, de aquello que era la proclamación más esencial de los apóstoles. Pero aquí viene acotado por el apunte de cómo los testigos de la palabra han sido también testigos de la vida de Jesús, desde el bautismo hasta su muerte, y después, las experiencias de la resurrección.

II.2. El texto es un resumen muy particular, de un valor muy significativo. Lo que sucedió en Judea, la muerte y resurrección de Cristo, “comenzó en Galilea” por medio de la unción, en el bautismo de Jesús, del Espíritu. Precisamente en este texto lucano no se menciona, ni a Juan el Bautista ni el mismo hecho del bautismo de agua; de alguna manera como en el relato evangélico de Lucas (3,21-22) que apenas se detiene en el bautismo para subrayar cómo, en oración, Jesús es realmente “bautizado” por el Espíritu que ha de acompañarle siempre como el profeta; y un profeta no puede vivir sin el Espíritu.



Evangelio: Mateo (3,13-17): Solidario con el pueblo
III.1. El evangelio de Mateo describe la escena del bautismo, como es legítimo, en las perspectivas y con los perfiles propios de la teología de este evangelista, donde “cumplir toda justicia” es sintomático. ¿Fue Jesús un seguidor de Juan el Bautista antes de comenzar su misión? Esto no está descartado en la interpretación más histórica de los evangelios. Es verdad que Jesús consideró el movimiento del Bautista como una llamada del tiempo nuevo que se acercaba, pero en su conciencia más personal él debía comenzar algo más nuevo y original. El Bautismo de Jesús, por Juan, sin que carezca de valor histórico, nos es presentado como un símbolo que permite hacer una ruptura entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la Antigua y la Nueva Alianza, entre el tiempo de preparación y el tiempo del cumplimiento de las promesas. Por eso Jesús recibe el Espíritu que le garantiza su misión profética más personal. Ya aquí se perfilan en su verdadera dimensión las palabras de libro de Isaías que leemos hoy. Nadie, como Jesús, puede traer al mundo unas nuevas relaciones entre Dios y los hombres.

III.2. El texto de Mateo sobre el bautismo no se limita solamente a plasmar la escena, -con un fuerte sentido cristológico-, que le ha suministrado Mc 1,9-11; quiere ir más allá. Por eso es original la negación de Juan a bautizar a Jesús y la respuesta de éste cuando señala: “conviene que cumplamos así toda justicia”. Mucho se ha discutido esta expresión, especialmente “toda justicia”, y no podemos olvidar las intenciones particulares de la teología mateana sobre este concepto de justicia (dikaiosynê). ¿Se quería decir que Jesús, a diferencia de los que venían al bautismo de Juan, no lo necesitaba? Esa es la tesis más común en la interpretación, pero no debemos exagerar este aspecto. Por lo tanto, la intención en este caso es que Jesús quiere ser solidario con el pueblo y ve en las palabras del Bautista el anuncio de un tiempo nuevo que exige “metánoia”, cambio de mentalidad, conversión, para dejar que el tiempo nuevo de Dios transforme la historia y la misma vida religiosa del pueblo. Jesús, pues, acepta ser bautizado porque quiere participar con el pueblo en este nuevo momento, del que él personalmente, por la fuerza del Espíritu, ha de ser protagonista.

III.3. Ese cambio, pues, de mentalidad o nuevo horizonte no estará limitado a un acto penitencial con agua en el Jordán, por mucho simbolismo que ello entrañe. Es el Espíritu que ha de recibir Jesús el que traerá esa nueva mentalidad y esa nueva época. Si bien el relato lleva un sello cristológico indiscutible (“mi hijo amado en quien me complazco), tampoco es exagerado, es decir, en el texto no se respira esa alta cristología con que posteriormente se ha interpretado en la tradición, hasta el punto de ver más un acontecimiento “trinitario” que cualquier acontecimiento religioso en el que se quiere mostrar la diferencia entre lo que pedía Juan y lo que ha de pedir Jesús en su proclamación del Reino. Como se ha puesto de manifiesto en las distintas lecturas de los relatos evangélicos, de los tres, pero especialmente de Mateo y Lucas, el bautismo pasa a segundo término y todo tiene el sentido de la “unción profética por medio del Espíritu”. Eso no quiere decir que Jesús no fuera bautizado por Juan, ¡desde luego que sí! Pero lo que vale es mostrar que no ha de llegar el momento nuevo por bautismos penitenciales (el judaísmo lo practicaba frecuentemente); lo nuevo es la era del Espíritu, que viene sobre Jesús y ha de comunicar y trasmitir a todo el pueblo. El Bautismo de Jesús, pues, se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el Señor de nuestra vida.


Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura

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