sábado, 12 de junio de 2021

Lo grande en lo pequeño

 

 Lo grande en lo pequeño

¡Buenos días, gente buena!

Domingo XI Ordinario B

Evangelio

Marcos, 4, 26-34

Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.

La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor

Lo grande en lo pequeño

Dios encierra lo grande en lo pequeño, la eternidad en el instante. De Jesús, narrador de parábolas, escoge siempre palabras de casa, de huerto, de lago, de camino: palabras de todos los días, directas e inmediatas, corrientes. Cuenta historias de vida y las convierte en historias de Dios, y así llega a todos y los lleva a la escuela de las plantas, de la mostaza, de la rama de hierba, porque las leyes del espíritu y las leyes profundas de la naturaleza coinciden; las que rigen el Reino de Dios y las que alimentan la vida de los vivientes son las mismas. Lo real y lo espiritual coinciden.

Sucede en el Reino lo que sucede en la vida profunda de todo ser. Hay un poder desconocido y divino que está actuando, incansable, que no depende de ti, que no debes forzar sino esperar con confianza. Jesús tiene está hermosísima visión del mundo, de la tierra, del hombre, al mismo tiempo imagen de Dios, de la Palabra y del reino: todo está en camino, un río de vida que corre y no se detiene.

Todo el mundo está encaminado, con su ritmo misterioso, hacia el florecer y el dar frutos. El paradigma de la plenitud rige nuestra fe. Frutos confiables, abundantes. Gozo de la cosecha. Sueños de pan y de paz. Todo positivo. El terreno produce por sí, por energía y armonía propias: está en lo propio de la naturaleza el ser don, ser crecimiento. Está en la naturaleza de Dios. Y también del hombre. Dios actúa de modo positivo, confiado, solar; no por sustracción, nunca, sino siempre por adición, sumando, incremento de vida. ¡Con la actitud determinante de la confianza!

El terreno produce espontáneamente. La semilla no hace ningún esfuerzo. La luciérnaga no debe esforzarse por dar luz si está encendida; la sal no hace ningún esfuerzo para dar sabor a los alimentos. Dar está en su naturaleza. Es la ley de la vida: para estar bien el hombre también debe dar. Y cuando el fruto está maduro, se da, se entrega, expresión inusual y bellísima, que nos conduce al mismo verbo con el que Jesús se entrega a su pasión.

Y nos recuerda que el hombre está maduro cuando, como efecto de una vida exacta y armoniosa, está pronto a darse, a entregarse, a convertirse él también en pedazo de pan bueno para el hambre de alguno. En las parábolas, el Reino de Dios es presentado como un contraste: no un choque apocalíptico, sino un contraste de crecimiento, de vida. Dios llega como un contraste vital, como una dinámica que se establece al centro, un subir, un evolucionar, siempre hacia más vida. Cuando Dios entra en acción, todo entra en una dinámica de crecimiento, aun cuando se inicia de pequeñísimas semillas: 

Dios ama encerrar lo grande en lo pequeño: el universo en el átomo, el árbol en la semilla, el hombre en el embrión, la mariposa en la oruga, la eternidad en el instante, el amor en un corazón, él mismo en nosotros.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

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