sábado, 7 de noviembre de 2020

Al encuentro del esposo

 

¡Buenos días, gente buena!

Domingo XXXII Ordinario A

Evangelio

Mateo 25, 1-13 

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. 

Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro». Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. 

Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?» Pero éstas les respondieron: «No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado». 

Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos». Pero él respondió: «Les aseguro que no las conozco». Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora. 

Palabra del Señor. 

Al encuentro del esposo

Una parábola difícil, que se cierra con una dura conclusión (“no las conozco”), llena de incongruencias que parecen querer oscurecer la atmósfera gozosa de esa fiesta nupcial. Y sin embargo, es hermoso este relato, me agrada escuchar que el Reino es semejante a diez muchachas que desafían la noche, armadas solamente con un poco de luz. De casi nada. Que el Reino es semejante a diez pequeñas luces en la noche, a gente valiente que se pone en camino y osa desafiar la oscuridad y el retraso del sueño; y que tiene la espera en el corazón porque espera a alguien, un esposo, un poco de amor de la vida, el resplandor de un abrazo en la noche honda. ¡Para creerse!

Pero aquí comienzan los problemas. Todos los protagonistas de la parábola hacen mala figura: el esposo con su retraso exagerado que pone en crisis a todas las jóvenes; las cinco necias que no han pensado traer un poco de aceite de reserva; las prudentes que se niegan a compartir; y el que cierra la puerta de la casa en fiesta, lo que es contra la costumbre, pues todo el poblado participaba al acontecimiento de las bodas… Jesús usa todas las incongruencias para provocar y ganar la atención del auditorio.

El punto de vuelta del relato es un grito. Grito que revela no tanto la falta de vigilancia (el dormirse de todas, prudentes y necias, todas igualmente cansadas) sino el apagarse de las mechas: Denos un poco de su aceite porque nuestras lámparas se apagan… La respuesta es dura: no, porque no vaya a faltarnos a nosotras y a ustedes. Vayan a comprar. Mateo no explica lo que signifique el aceite. Podríamos imaginar que tenga que ver con la luz y con el fuego: algo así como una pasión ardiente, que nos haga vivir encendidos e iluminados. Pero algo que no puede ser ni prestado, ni dividido. 

Iluminadora para esto es una expresión de Jesús: “brille su luz ante los hombres y vean sus buenas obras” (Mt 5, 16). Quizás el aceite que da luz son las obras buenas, las que comunican vida a los demás. Porque, o nosotros llevamos luz y calor a alguien, o no somos. “¡Señor, Señor, ábrenos!”. Le falta aceite a quien tiene solo palabras: “Señor, Señor…” (Mt 7, 21), quien dice y no hace.

Pero el perno donde gira la parábola es aquella voz en la oscuridad de la media noche, capaz de despertar la vida. Yo no soy la fuerza de mi voluntad, no soy mi resistencia al sueño, yo tengo tanta fuerza cuanta tiene esa Voz que, aunque si tarda, ciertamente vendrá; la que recompone la vida de todos los desalentados, que me consuela diciendo que no se cansa de mí, que diseña un mundo lleno de encuentros y de luces. A mí me bastará tener un corazón que escucha y reavivarlo, como si fuera una lámpara, y salir al encuentro de quien me trae un abrazo.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

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