domingo, 29 de noviembre de 2020

Tengan cuidado y estén prevenidos

 

¡Buenos días, gente buena!

Domingo I de Adviento B

Evangelio

Marcos 13,33-37

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa: si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos! 

Palabra del Señor

El riesgo de quedarse dormidos, aun corriendo…

Primer domingo de adviento: comienza de nuevo el ciclo del año litúrgico como una sacudida, un destello de futuro dentro del lento pasar de los días siempre iguales. Para recordarnos que la realidad no es solamente esto que se ve, sino que el secreto de nuestra vida está más allá de nosotros. Algo se mueve, alguno se pone en camino y en todo nuestro entorno el cielo prepara oasis a los nómadas de amor.

Mientras, sobre la tierra todo está en espera, “también el grano espera, también la piedra espera…, pero la espera nunca es egocéntrica, no se espera la bienaventuranza del solo, sino cielos nuevos y tierra nueva, Dios todo en todos, la vida que florece en todas sus formas. “Si tú rompieras los cielos y bajaras!” (Is 63, 19). Espera de Dios, de un Jesús que es Dios caído sobre la tierra como un beso. Como una caricia sobre la tierra y sobre el corazón.

El tiempo que iniciamos nos enseña lo que nos toca hacer: con dos palabras que abren y cierran el pasaje, como dos paréntesis: pongan atención y estén vigilantes. Un patrón se va y deja todo en manos de sus siervos, a cada uno su encomienda (Mc 13, 3). Una constante de muchas parábolas, una historia que Jesús relata frecuentemente, hablando de un Dios que pone el mundo en nuestras manos, que confía todas sus creaturas a la inteligencia fiel y a la ternura combativa del hombre.

Dios se hace a un lado, se fía del hombre, le confía el mundo. El hombre, por su parte, está investido de una enorme responsabilidad. Ya no podemos delegar nada a Dios, porque Dios nos ha delegado todo a nosotros. Pongan atención. La atención, primera actitud indispensable para una vida no superficial, significa ponerse en modo “despierto” y al mismo tiempo “soñador” frente a la realidad.

Nosotros pisoteamos tesoros y no nos damos cuenta, caminamos sobre joyas y no nos fijamos. Vivir atentos: atentos a la Palabra y al grito de los pobres, atentos al mundo, nuestro planeta bárbaro y magnífico, a sus creaturas más pequeñas e indispensables: el agua, el aire, las plantas. Atentos a lo que sucede en el corazón y en el pequeño espacio de realidad en el que me muevo.

Vigilen, con los ojos bien abiertos. El vigilar es como un mirar adelante, un escrutar la noche, un espiar el lento aparecer del alba, porque el presente no basta a ninguno. Vigilar sobre todo lo que nace, sobre los primeros pasos de la paz, sobre el respiro de la luz, sobre los primeros pulsos de la vida y de sus retoños. El Evangelio nos entrega una vocación a la vigilia, que no llegue el esperado y nos halle adormilados (Mc 13, 36). El riesgo de cada día es una vida adormecida, que no sabe ver la existencia como una madre en espera, grávida de Dios, preñada de luz y de futuro.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

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