domingo, 4 de octubre de 2020

Fiesta de San Francisco de Asís 4 de octubre

 


 ¡Buenos días, gente buena!

Fiesta de San Francisco de Asís

4 de octubre

Evangelio

Mateo 11, 25-30

En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.

Sí, Padre, porque así lo has querido.

Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.

Palabra del Señor

Revestirse de Jesús

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11, 25).

¡Paz y bien a todos! Con este saludo franciscano nos encontramos, celebrando a San Francisco de Asís. Como tantos otros, nos reunimos hoy a alabar al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el Evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a desnudarse de una vida cómoda y despreocupada, para abrazar a «Dama Pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en el cielo. Esta elección por parte de San Francisco constituía una forma radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que,  siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor  8, 9). A lo largo de toda la vida de Francisco, el amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable,  las dos caras de una misma moneda.

¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? 

Lo primero que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua, es esta: ser cristiano es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.

El camino de Francisco hacia Cristo comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae hacia sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la ermita de San Damián, rezando ante el crucifijo que también nosotros veneramos. En aquel crucifijo Jesús no figura muerto, sino vivo. Su sangre baja de las heridas de las manos, de los pies y del costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. 

Y el Crucificado no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente, nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, antes al contrario, vence al mal y a la muerte. Quien se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». 

Aquí comienza todo: es la experiencia de la gracia que transforma, ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como San Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14).

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.

En el Evangelio escuchamos estas palabras: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 28-29). Esta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, la que solo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a San Francisco con la paz, pero pocos ahondan en ella. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasó a través del amor más grande: el de la cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20, 19-20).

La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… y eso no es franciscano, sino una idea que algunos se han forjado. La paz de San Francisco es la de Cristo, y la encuentra quien «carga» con su «yugo», es decir con su mandamiento: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (cf. Jn 13, 34; 15, 12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino solo con mansedumbre y humildad de corazón.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, de la paz que nos trajo el Señor Jesús.

Francisco inicia su Cántico así: «Altísimo, omnipotente, buen Señor […]. Loado seas […] con todas tus criaturas» (FF, 1820). ¡El amor a toda la creación, a su armonía! El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado, tal como él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla, sino ayudándola a crecer, a ser más hermosa y más semejante a lo que Dios ha creado. Y, sobre todo, San Francisco atestigua el respeto a todo; atestigua que el hombre está llamado a custodiar al hombre, que el hombre está en el centro de la creación, en el lugar en el que Dios –el Creador– quiso que estuviera, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, hombre de paz. 

Repitamos con la fuerza y la mansedumbre del amor: ¡Respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción! Respetemos a todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y que en todo lugar el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, aquí y en todo el mundo.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Alcánzanos de Dios el don de que, en este mundo nuestro, haya armonía, paz y el respeto por la creación.

¡Buena Fiesta!

¡Paz y Bien!

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