miércoles, 28 de octubre de 2020

BUSQUEMOS LA RECONCILIACIÓN

  


BUSQUEMOS LA RECONCILIACIÓN


"No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes. Pues Dios los juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros; y con la misma medida con que ustedes midan, Dios los medirá a ustedes." (Mt 7, 1-3)


La reconciliación es un elemento necesario para la convivencia y significa recuperar o reconstruir lo que se parte en pedazos o se daña. Significa volver a construir un puente que mantenga la relación entre dos o más personas. Reconciliación implica volver a empezar una relación más profunda y restablecer con fundamentos más sólidos lo que se está desmoronando. 


Dice la Palabra de Dios en la Carta de San Pablo a los Efesios: 


"Porque Cristo es nuestra paz, él que de los dos pueblos ha hecho uno solo, destruyendo en su propia carne el muro, el odio, que los separaba. Eliminó la ley con sus preceptos y sus observancias. Hizo la paz al reunir los dos pueblos en él, creando de los dos un solo hombre nuevo. Destruyó el odio y los reconcilió con Dios, por medio de la cruz, haciendo de los dos un solo cuerpo." (Ef 2, 14-16)


Cristo Jesús vino a derrumbar la muralla que nos divide dentro de nuestras familias, a eliminar la división y la intriga que tanto daño nos hace. Cristo vino a romper el muro que nos divide en castas sociales y en razas; que nos divide, muchas veces de manera fanática, a nivel político dentro de la vida nacional. 


La criatura o el hombre viejo ve todo distorsionado debido a sus prejuicios o formas de apreciar las cosas. Estas apreciaciones son producto de intereses o manipulaciones mentales que otros provocan en nuestra vida desde el día que nacemos y definitivamente condicionan nuestra manera de actuar. 


Desde muy pequeñitos nos acostumbran a señalar a otros y a ser jueces, porque también nuestros papás y abuelos fueron educados de esa manera. Cada vez que acusamos a alguien, nos constituimos en jueces porque creemos ser los buenos, santos e inmaculados, y seguimos por la vida señalando culpabilidades. De niños acusamos a nuestros hermanos para protegernos, manipulando la verdad para evadir castigo y sin importarnos que lo reciba otro. Cuando decimos que el hermanito es el malo y fue el que cometió la falta, estamos diciendo, "yo no lo hice porque soy el bueno". Al final de cuentas, convertidos en jueces, creemos que todos los demás tienen que enfrentar y someterse a nuestra justicia. Cuando nos convertimos en jueces, caemos en un tremendo error. 


Los que viven siempre en actitud agresiva y de pelea con los demás, que pasan la vida golpeando, dando codazos y poniendo zancadillas, aniquilando, destruyendo, echando a todos a un lado y buscando con su manera de ser envenenar cualquier relación humana, no están reconciliados con el Señor. Cristo dijo, "Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios." (Mt 5,9). Los pacíficos serán llamados hijos de Dios; los que no lo son serán llamados hijos de Satanás. ¿Se considera usted hijo de Dios o hijo de las tinieblas? Lo cierto es que, reconciliados con el Señor, en paz con El, comenzamos a ver todo de una manera nueva y desaparece la actitud de juez. 


Andar por la vida señalando a otros como culpables es un hábito muy arraigado y todos lo tenemos en alguna medida. Todos los seres humanos tienen cosas feas y malas, pero rápidamente y sin pensar levantan el dedo para señalar y acusar a los demás. Pasan por la vida inmaculados e intachables, porque creen ser los únicos perfectos. Esta actitud tan peligrosa tiene que ser erradicada, quemada y destruida por el Espíritu Santo. 


¿Quién puede vivir reconciliado con los demás si asume actitud de juez? Tenemos que eliminar esa postura que nos han inculcado desde pequeños. Dentro del ambiente en que vivimos y en cada situación que aparezca algo negativo dejemos de buscar a quien juzgar, acusar y señalar como culpable. 


En este tema de la reconciliación y el perdón, tenemos un gravísimo problema que se resume en una sola palabra--justicia. Cristo Jesús es el único que puede romper el muro que divide, aparta y margina a los seres humanos, evitando enfrentamientos y rivalidades. Jesús vino para que volviéramos a nacer y nos convirtiéramos en criaturas nuevas. Pero para volver a nacer y ser criaturas nuevas tenemos que ver las cosas de una manera diferente. El Espíritu Santo nos proporciona esa manera nueva de ver las cosas y, sobre todo, a las otras personas. 


Satanás, quien es el acusador por naturaleza, no quiere que tengamos una visión positiva de los demás, sino que seamos acusadores morbosos. Satanás nos quiere ver siempre señalando a todo el mundo, criticando a la humanidad, dividiendo, intrigando y cuidándonos de éste o aquél. Satanás quiere que seamos como culebras, inyectando veneno, mordiendo la conciencia de otros, estando constantemente al acecho, a la defensiva, gruñendo y enseñando los colmillos para que nadie se pueda acercar. A Satanás le conviene que existan enfrentamientos, encontronazos, crímenes, batallas y guerras para que el Reino de Dios no se manifieste. 


Dios no quiere un mundo así. El quiere un mundo en el que Cristo Jesús reine y se viva en fraternidad. El Reino de Dios es un mundo de personas reconciliadas, solidarias y en armonía, que respetan la dignidad humana y pueden dialogar. Es un mundo donde todos los seres humanos puedan convivir en hermandad, comunicarse y entenderse; donde hay justicia social, todos se sientan hermanos y nadie pase hambre física ni de amor. 


En las relaciones familiares hay un tremendo termómetro por medio del cual usted podrá ver qué clase de persona es. Analice su situación familiar y su comportamiento en relación con otras personas. ¿Cómo se lleva con su hermana o su hermano, con su padre o su madre, con su esposa o esposo, con su hijo o su hija? ¿Qué clase de familia es? ¿Qué calidad hay en la relación humana a nivel familiar? ¿Qué calidad hay en su relación con la gente que lo rodea en su trabajo, la universidad, la calle, el grupo social, el club, el movimiento de iglesia o el partido político en que milita? ¿Ve a la gente como seres humanos que merecen respeto y tienen dignidad o los ve como seres que puede utilizar y luego desechar o tirar a un lado cuando ya no le sirven? 


Cuando tenemos problemas con nuestro propio ser y no nos ubicamos en nuestra realidad personal es porque en verdad no nos conocemos. Sentimos que somos seres misteriosos para nosotros mismos. No nos detenemos para introducirnos dentro del propio ser y pensar en nosotros mismos para ver cuáles son nuestros sentimientos y actitudes, qué es lo que experimentamos por dentro y por qué actuamos de ésta o aquella manera. 


¿Quién es usted? ¿Se conoce realmente? ¿Podría escribir en un papel rápidamente quién es o se considera un ser misterioso o extraño para usted mismo? Reconcíliese con su propio ser. Quizás lo que sucede es que está caminando por la vida demasiado aprisa sin detenerse a pensar, meditar, respirar profundamente y buscar dentro de sí mismo qué le pasa y por qué actúa de ésta o de la otra manera. 


No sea juez. Sea prudente y aprenda cómo caminar en la vida. Debemos confiar en la gente y actuar siempre con prudencia, pero no podemos ser jueces de nadie. El único juez es el Señor. Al reconciliarse con El, comenzará a ver a los demás con ojos nuevos. Pero, reconciliarse con el Señor implica una reconciliación con su propio ser para poder también reconciliarse con los demás. 


Si quiere vivir en paz, mire a los demás con los ojos de Dios. Si quiere tener un espíritu reconciliado y vivir feliz, en armonía, equilibrado, satisfecho y realizado, haga un acto de reconciliación con los demás. Purifíquese mental y espiritualmente, borre esa sombra tenebrosa que empaña su mirada y le hace ver o pensar que todos los demás son malos. Para lograr esto, adquiera confianza en los demás, vea su lado positivo y comprenda que todo ser humano tiene un cúmulo de bondad y amor en su alma. Antes de emprender cualquier relación humana, piense que esa persona es buena. Cambie su visión de la vida y destruya los prejuicios, porque estamos muy contaminados y necesitamos una purificación constante. 


La fuente del amor, la generosidad, la comprensión y la paz es Dios, nuestro Señor. El amor de Dios brota como un ojo de agua derramando agua cristalina a borbotones que llega a crear un caudal impresionante y se convierte en un río majestuoso. Escuche mi hermano, para que el Reino de Dios se haga presente en nuestra vida, necesitamos reconciliarnos con el Señor porque nadie puede reconciliarse con su hermano si no está previamente reconciliado con Dios. Si quiere vivir reconciliado con los demás, reconcíliese con Dios quien es la única fuente verdadera de amor, ternura, comprensión y paz. Reconcíliese con el Señor, caiga de rodillas ante El y pida perdón por sus pecados. Pídale que arranque de raíz el mal y las sombras que hay en su vida, que con Su poder y Su fuerza rompa las cadenas que lo atan al pecado. Si nos reconciliamos con el Señor y nos ponemos de rodillas ante El, recibiremos Su paz, esa paz que solamente El nos puede dar, esa paz que es el mismo Dios. Reconciliados con el Señor podemos levantarnos y abrir los brazos para acoger a nuestros hermanos. No puede existir reconciliación con los demás si no existe una previa reconciliación con Dios. 


¿Se siente usted en paz con el Señor; se siente amigo de El, hijo de Dios, amado por El? ¿Ama usted a Dios o se encuentra en soledad, sin la presencia amorosa del Señor? ¿Cómo se encuentra usted ante ese Dios maravilloso y bueno? Solamente usted puede responder. 


Cristo es el camino, la verdad y la vida. El nos conduce a un Padre amoroso quien está siempre esperándonos para reconciliarnos, como en la parábola del hijo pródigo. Hay que reconciliarse con el Señor. En la medida en que nos acercamos más al Señor y lo sentimos más directamente como PADRE NUESTRO, sentiremos que todas las personas que nos rodean son hermanos nuestros en Cristo Jesús. 



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