martes, 30 de junio de 2020

Santo Evangelio del Día 30 de junio


CONMEMORACIÓN DE SAN PABLO,
Apóstol y Mártir


Doble mayor
(ornamentos encarnados)

He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe.
No me queda sino esperar la corona de justicia que me está reservada,
y que el Señor, justo Juez, me dará en el gran día,
a mí y a todos los que aman su venida.
(2 Timoteo 4, 7-8)



Epístola
Hermanos: Os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es de hombre, pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Habéis ciertamente oído hablar de cómo yo en otro tiempo vivía en el judaísmo, de cómo perseguía sobremanera a la Iglesia de Dios y la devastaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos coetáneos míos de mi nación, siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando plugo al que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, para revelar en mí a su Hijo, a fin de que yo le predicase entre los gentiles, desde aquel instante no consulté más con carne y sangre; ni subí a Jerusalén, a los que eran apóstoles antes que yo; sino que me fui a Arabia, de donde volví otra vez a Damasco. Después, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas, y estuve con él quince días. Mas no vi a ningún otro de los apóstoles, fuera de Santiago, el hermano del Señor. He aquí delante de Dios que no miento en lo que os escribo.

Gal. I, 11-20

Evangelio
En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Mirad que Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanhedrines y os azotarán en sus sinagogas, y por causa de Mí seréis llevados ante gobernadores y reyes, en testimonio para ellos y para las naciones. Mas cuando os entregaren, no os preocupéis de cómo o qué hablareis. Lo que habéis de decir os será dado en aquella misma hora. Porque no sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre es quien, habla en vosotros. Y entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; y se levantarán hijos contra padres y los harán morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que perseverare hasta el fin, ese será salvo. 
Mateo X, 16-22 




Catena Aurea

San Gregorio, in Matthaeum, 17,4
Porque aquel que ejerce el ministerio de la predicación no debe hacer el mal, sino sufrirlo, a fin de aplacar con su mansedumbre el furor de aquellos que se ensañan con él y para que vean que a pesar de estar cubiertos de otras heridas, curan las de los pecadores. Si bien es cierto que en muchas ocasiones el celo por la justicia enciende en el apóstol la ira contra sus discípulos, esta ira debe tener origen en el amor y no en la crueldad y manifestar exteriormente la regla de disciplina: amad con amor paternal en el fondo de vuestros corazones a aquellos que castigáis exteriormente. Hay muchos, que en cuanto reciben el poder de gobernar, se muestran ansiosos de castigar a los que están a su cargo, hacen ver el terror del poder, quieren parecer dominadores, no se reconocen como verdaderos padres y cambian la humildad por el orgullo de dominar. Y aun cuando alguna vez se muestran bondadosos, interiormente arden en deseos de castigar. De éstos se dice: "Vienen a vosotros vestidos de ovejas; pero en su interior son lobos rapaces" ( Mt 7,15). Es preciso no olvidar que es contra éstos, contra quienes somos enviados como a ovejas en medio de los lobos, a fin de que nos preservemos de la mordedura del mal, conservando el sentido de la inocencia.


San Jerónimo
Llama lobos a los escribas y fariseos, que eran los clérigos de la religión judía.


San Hilario, in Matthaeum, 10
También se llama lobos a todos aquellos que se habían de ensañar con un odio implacable contra los Apóstoles.


San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 33,3

Causa admiración el que unos hombres, que jamás se habían separado del lago donde se ocupaban en pescar, no se marcharan inmediatamente que oyeron semejantes cosas. Pero esto no era efecto sólo de su valor, sino resultado de la sabiduría del Doctor, que puso el remedio a cada uno de los males. Por eso dice: "A causa mía"; porque no es pequeño el consuelo de sufrir por Cristo y el de no ser perseguidos como hombres malvados y perjudiciales. También les dice el motivo de sus persecuciones con aquellas palabras: "Para que les sirva de testimonio":

San Hilario, in Matthaeum, 10
Porque nuestra fe regularizada por los preceptos divinos, nos enseñará lo que debemos responder: tenemos un ejemplo en Abraham, a quien (después de haberle exigido para el sacrificio a su hijo Isaac) no le faltó un carnero que sirviera de víctima ( Gén 22). Y por esta razón sigue: "Porque no sois vosotros los que habláis", etc.


Remigio
Este es el sentido: Vosotros marcháis al combate; pero yo soy el que combato: vosotros decís las palabras; pero yo soy el que hablo: por eso dice San Pablo. "¿Es que vosotros queréis tener la experiencia de aquel que habla en mí, Cristo?" ( 2Cor 13,3).




San Jerónimo
No consiste la virtud en principiar, sino en concluir.


San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 33,5
A fin de que nadie pueda decir: Que todo lo hizo Cristo en los Apóstoles y que nada tiene de particular el que ellos hicieran tales cosas, puesto que ninguna incomodidad sufrieron, les dice, que tenían necesidad de perseverar. Porque, si bien es cierto que habían salido bien de los primeros peligros, aun tenían reservados otros mayores y después vendrían otros nuevos y no tendrían durante su vida momento alguno sin estar rodeados de emboscadas: y esto es lo que les da a entender, aunque de una manera oculta, por las palabras "El que perseverare hasta el fin, será salvo".


San Agustín, de civitate Dei, 21,25
Porque perseverar en Cristo, es perseverar en su fe, en aquella fe que se realiza por la caridad (Gál 5).





Sea todo a la mayor gloria de Dios.

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