martes, 21 de noviembre de 2017

No ocuparse de los pobres sino ser pobre para los pobres

Lo que nos hace más humanos no es ‘sobresalir’ sino ‘servir

Servir es en primer lugar recibir la bendición de aquellos a los que quiero servir.  Todas las formas de ayuda se convierten en formas de violencia cuando el dar no presupone recibir. Nuestra tarea es recibir del pueblo sufriente los frutos de su sufrimiento. Sólo entonces podremos dar de verdad. Ellos nos ofrecen el perdón, el agradecimiento, la alegría y una profunda comprensión de la vida humana como frutos maduros de su lucha por la libertad y la dignidad humanas… Los oprimidos se convierten en sanadores heridos de los opresores.

El mensaje que nos trae el Nuevo Testamento es que la vida compasiva es una vida compartida.

La compasión no es un rasgo del carácter individual, una actitud personal o un talento especial, sino un modo de vivir juntos. Al asociarnos a Jesucristo, que se vació de sí mismo y se hizo como nosotros, y se humilló aceptando la muerte en cruz, entramos en una nueva relación mutua entre nosotros. Estas dos relaciones mutuas, con Cristo y entre nosotros, no pueden ser separadas jamás.
Donde no haya una comunidad que pueda mediar entre las necesidades del mundo y las respuestas personales, el peso del mundo sólo puede ser un peso que aplasta. Cuando los dolores del mundo son presentados a personas que ya están abrumadas
por los problemas que hay en su pequeño círculo familiar o de amistades, ¿cómo podemos esperar una respuesta creativa? Lo que podemos esperar es lo contrario a la compasión: aturdimiento y rabia.

El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!
En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes.

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