viernes, 14 de julio de 2017

Con las lámparas encendidas

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Con las lámparas encendidas

En una fábula se narra que cierto leñador se desesperó por la vida dura que llevaba: “¡Ojalá me venga la muerte!, protestó. Al punto se presentó la muerte. “¿Me llamaste? El leñador asustado respondió: “No; yo no te he llamado”

Nuestra vida es breve, es “como una neblina que se aparece por un poco tiempo y luego se desvanece” (St 4,14), o como una sombra que no dura (1Cor 29,15). En este breve tiempo, tenemos que permanecer con las lámparas encendidas, preparándonos para vivir eternamente. Según es la vida, así es la muerte.

Voltaire vivió impíamente y murió desesperado mordiendo las sábanas y diciendo: “He sido abandonado de Dios y de los hombres…Jesucristo”.


Carlos IX de Francia murió gritando:”Cuánta sangre, cuántos asesinatos…en cuántos malos consejos anduve. ¡Estoy perdido!” En esos instantes desfilaban ante él todos los que había mandado matar.

La muerte de los justos es muy distinta. San Esteban oraba mientras sus enemigos lo apedreaban. Vio el cielo abierto y a Jesús que lo esperaba.

San Pablo, que había trabajado por la causa del reino, escribía: “Me aguarda la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2Tm 4,6).

Santa teresa de Jesús moría cantando las misericordias del Señor y daba gracias al Padre por morir hija de la Iglesia.

La muerte es para el creyente un paso a la vida verdadera. Jesús es la resurrección y la vida, quien cree en Él aunque haya muerto vivirá (Jn 11.25).

Puesto en alto Jesús crucificado
“es un fuego de cinco resplandores;
el primero es perdón a los malhechores,
el segundo: oración al Padre amado,
el tercero es limpieza de pecados,
el cuarto es la paciencia en sus dolores
y el quinto, la expresión de sus amores,
que brotan como ríos del costado.”


 P. Eusebio

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