sábado, 10 de octubre de 2020

Domingo 11 de octubre

 


 Domingo 11 de octubre

¡Buenos días, gente buena!

Domingo XXVIII A

Evangelio

Mateo 22, 1-14

 Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los fariseos, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir.


De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto, vengan a las bodas”. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.

Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”.

Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.

Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias; “Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”. 

Porque mucho son llamados, pero pocos son elegidos.

Palabra del Señor.

 Al banquete del Rey, no personas perfectas, sino en camino

Hay una gran fiesta en la ciudad: se casa el hijo del rey, el heredero del trono, sin embargo, ninguno parece interesado; al menos ninguna de las personas importantes, los que tienen terrenos, yuntas y graneros… 

Es la fotografía del fracaso del rey. Sin embargo, él no se rinde al primer rechazo y vuelve a invitar. ¿Cómo es que  de nuevo ninguno responde y la fiesta prometida termina en sangre y fuego? Es la historia de Jesús, de Israel, de Jerusalén. 

Entonces dice a sus criados: vayan a los cruces de los caminos y a todos los que encuentren, llámenlos a la fiesta de bodas. Por tercera vez los criados reciben la tarea de salir, iglesia en salida, a buscar por las encrucijadas, detrás de los cercados, en las periferias, hombres y mujeres sin importancia, basta que tengan hambre de vida y de fiesta. Si los corazones y las casas se cierran, el Señor, que nunca escatima sorpresas, abre encuentros en otro lado. Ni siquiera Dios puede estar solo. La orden del rey es ilógica y fabulosa: a todos los que encuentren llámenlos a la fiesta de bodas. Todos, sin considerar méritos, raza, moral. La invitación podría parecer casual, sin embargo expresa la precisa voluntad de llegar a todos, sin excluir a nadie.

De muchos invitados pasa a todos invitados, de las personas importantes pasa a los últimos de la fila, hagan entrar a todos, buenos y malos. Todavía más, primero los malos y después los buenos, sin medias tazas, sin cálculos, sin cuotas que repartir… el Evangelio muestra que él no busca hombres perfectos, no exige creaturas inmaculadas, sino quiere hombres y mujeres encaminados, aunque jadeantes, incluso claudicando, pero en camino. Es que así es el paraíso. ¿Lleno de santos? No, lleno de pecadores perdonados, de gente como nosotros. De vidas quebradas. El rey invita a todos, no a hacer algo para él, sino a dejarlo hacer cosas por ellos: ¡que lo dejen ser Dios!

 El rey entró en la sala… Nosotros pensamos en un Dios lejano, apartado, en su trono de gloria, y en cambio él está dentro de la sala de la vida, en esta sala del mundo, está con nosotros, es uno a quien le gusta la alegría de los hombres, y le preocupa, está aquí, en los días de las danzas y en los de las lágrimas, colocado al centro de la existencia, en el corazón de la vida, no al margen de ella. Y se da cuenta que un invitado no lleva el vestido de bodas. Todos se han cambiado vestido, él no; este está como si hubiera quedado fuera de la sala. Ha entrado pero no creía que a una fiesta. No ha entendido que se hace fiesta en el cielo por cada pecador arrepentido, por cada hijo que regresa, por cada mendicante de amor. No cree que Dios muestre su rostro de padre en los relatos de un Rabí que amaba los banquetes abiertos para todos. 

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

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