sábado, 24 de octubre de 2020

Amar a Dios y al hermano

 

 ¡Buenos días, gente buena!

Domingo XXX A

25 de octubre

Evangelio

Mateo 22, 34-40

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»

Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 

De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor.

Un corazón que ama al Señor, se extiende para amar a los demás

¿Cuál es en la ley, el mandamiento más grande? Todos sabían cuál era: según los rabinos de Israel, era el tercero, el que prescribe santificar el sábado, porque hasta Dios lo había observado (“y el séptimo día descansó”, Gen 2, 2). La respuesta de Jesús, como de costumbre, desplaza esto y va más allá: no cita ninguna de las diez palabras, en cambio coloca en el corazón de su Evangelio lo mismo que está en el corazón de la vida: tú amarás, lo cual es deseo, espera, profecía de felicidad para todos.

Las leyes que rigen el mundo del Espíritu y las que regulan  la realidad viviente son las mismas. Por eso, “cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el Evangelio, seguramente ese mensaje responderá a las preguntas más profundas del corazón” (Evangelii Gaudium 265). Nada hay auténticamente humano que no encuentre eco en el corazón de Dios. Amarás, -dice Jesús-, usando un verbo en futuro, como una acción nunca completada. Amar no es un deber sino una necesidad para vivir.

¿Qué debo hacer, mañana, para estar todavía vivo? Amarás. ¿Qué debo hacer después de un año? Amarás. Y la humanidad, ¿su destino, su historia? Solo esto: el hombre amará. Y ya está dicho todo. Aquí echamos una mirada sobre la fe última de Jesús: él cree en el amor, confía en el amor, en ello funda el mundo. Amarás a Dios con todo el corazón. No significa ama a Dios exclusivamente y a ningún otro, sino amalo sin regateos.

Y verás lo que queda del corazón, este crece, se dilata, para amar al marido, al hijo, a la esposa, al amigo, al pobre. Dios no es celoso, no se roba el corazón, lo extiende, lo dilata. Ama con toda la mente. El amor es inteligente: si amas, entiendes mejor y más pronto, vas más a fondo y más lejos. Hay un proverbio que dice: “claridad, caridad”: la claridad se alcanza recorriendo el camino del amor.  

Le habían preguntado por el mandamiento más grande y él, en cambio, les señala dos. La verdadera novedad no consiste en haber agregado el amor al prójimo, era un mandamiento importante en la antigua ley, sino el hecho de que las dos palabras juntas, Dios y prójimo hacen una sola palabra, un único mandamiento. De hecho, dice: el segundo es semejante al primero. Amarás al prójimo es semejante a amarás a Dios. El prójimo es semejante a Dios, el hermano tiene rostro y voz, y corazón semejantes a Dios. Su grito ha de escucharse como si fuera palabra de Dios, su rostro como una página del libro sagrado.

Amarás a tu prójimo como te amas a ti mismo. Es un tercer mandamiento casi siempre olvidado; ámate a ti mismo, ámate como un prodigio de la mano de Dios, como chispa divina. Si no te amas a ti mismo, no serás capaz de amar a nadie, sabrás solamente tomar y acumular, huir o quebrantar, sin alegría, sin inteligencia, sin asombro.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

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