lunes, 10 de agosto de 2020

FIESTA DE SANTA CLARA DE ASIS


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.




 Martes 11 de agosto

FIESTA DE SANTA CLARA DE ASIS

¡Paz y Bien!

Evangelio

Juan 15, 1-8

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.

Palabra del Señor

Reflexión


Parece increíble que el Señor, en el Evangelio, con tan pocas palabras y con tanta sencillez, nos revele misterios tan profundos y tan sublimes. En este domingo nos habla, con una bella imagen de la vida campestre, de una de las realidades más hondas de nuestra vida cristiana: el misterio de nuestra inserción a Él por la gracia.



"Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos". Nuestro Señor expuso esta alegoría a sus apóstoles la noche de la Ultima Cena, y con ella nos introduce a todos los cristianos en el seno de su intimidad divina. Nos está diciendo que estamos unidos a Él con un vínculo tan profundo y tan vital como los sarmientos están unidos a la vid. El sarmiento es una parte de la vid, una especie de -emanación- de la misma. Y por ambos corre la misma savia. Los sarmientos y la vid no son la misma e idéntica realidad -como no lo son la raíz y el tallo, aunque forman un único árbol-; son, más bien, la prolongación de la vid. De esta manera, nuestra unión con Cristo es un bello reflejo -pero muy lejano- de la misma vida trinitaria. Dios nos ha amado tanto que quiso hacernos partícipes de su naturaleza divina, como nos dice san Pedro en su segunda carta (II Pe 1,4) y nos creó para gozar de la comunión de vida con Él (Gaudium et Spes, 19).



¡No podía ser más íntima nuestra inserción a la persona de Cristo! 

Pero esta unión se puede llegar a romper por culpa nuestra, por negligencia, por ingratitud, por soberbia o por los caprichos de nuestro egoísmo y sensualidad. Sí. Y en esto consiste el pecado: en rechazar la amistad de Dios y la unión con Cristo a la que hemos sido llamados por amor, por vocación, desde toda la eternidad, desde el día de nuestra creación y del propio bautismo. Y es que nuestro Señor no obliga a nadie a permanecer unido a Él. Respeta nuestra libertad y capacidad de elección, también porque nos ama. Un amor por coacción no es amor. Nadie, ni siquiera el mismo Dios, puede obligarnos a amar a alguien contra nuestra voluntad. Ni siquiera a Él. Nos deja en libertad para optar por Él o para darle la espalda e ir contra Él, si queremos. ¡Qué misterio!

¡Feliz Fiesta!

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