lunes, 10 de febrero de 2020

Dom Gueranger: El Tiempo de Septuagésima

Publicado: 09 feb 2020 07:30 PM PST




"El año litúrgico"
Dom Gueranger



CAPÍTULO I

HISTORIA DEL TIEMPO DE SEPTUAGÉSIMA


Su Importancia 

El tiempo de Septuagési puede abarcar las tres semanas que preceden en mediatamente a la Cuaresma. Constituye una  de las principales divisiones del Año Litúrgico,  y se desarrolla en tres secciones semanales, de  la primera se llama propiamente Sep tuagésima, la segunda Sexagésima y la tercera  Quincuagésima.

Es evidente que estos nombres expresan mera  relación numérica con la palabra Cuadragésima  de la que se deriva la palabra española Cuares ma. Ahora bien, la palabra Cuadragésima señala  la serie de cuarenta días que hay que recorrer p ara llegar a la solemnidad de la Pascua. Las  "Palabras Quincuagésima, Sexagesima y Septua GESIMA nos ANNOUNCE La Misma solemnidad en  Una lejanía Más acentuada; mas no por eso la  Pascua Deja de Ser el gran asunto f Que empieza a  considerar la Santa Madre Iglesia y Que esta  PROPONE una de SUS hijos Como aleta de una que desde luego  han de enderezar todos sus deseos y esfuerzos.

Exige, pues, la Pascua como preparación cua renta días de recogimiento y penitencia; este  tiempo es la palanca más potente de que echa  mano la Iglesia para remover en el corazón y  en el espíritu de los fieles el vivo sentimiento de  su vocación. Asunto de capital importancia para  ellos es no dejar que este período de gracias  transcurra sin provecho en el mejoramiento, en  la renovación de toda su vida. Era, por tanto,  conveniente disponerlos a este tiempo de salud,  ya de su propia preparación, a fin de que, amor tiguándose poco a poco en sus corazones las  algazaras mundanales, escuchasen atención  al grave aviso que la misma Iglesia les dará al imponerles la ceniza en la cabeza.


Origen

La historia de la Septuagésima se encuentra  íntimamente ligada con la de Cuaresma. En efecto, en pleno siglo v, la Cuaresma comenzó zaba el domingo VI antes de Pascua (actual  domingo I de Cuaresma), y comprendió los cuartos renta días finalizados el Jueves Santo, consi derado en la antigüedad cristiana como el primer día del Misterio Pascual No se ayunaba el  domingo; y, por frecuencia, no había, hablan con exactitud, más de 34 días de ayuno  efectivo (.36 con el viernes y sábado santo). El  deseo de imitar el ayuno del Señor, indujo a  algunas almas más fervorosas a comenzarle al gunos días antes.


Quincuagésima

Vemos aparecer por prime ra vez esta observación completa en el siglo V.  San Máximo de Turín, en su Sermón 26 pre cado hacia el año 451, la reprueba y advierte  que la Cuaresma comienza el domingo de Cua dragésima; pero en el Sermón 36 del año 465 la  autoriza, considerada muy generalizada en los fieles.

En el siglo VI escribe San Cesáreo de Arlés, en  su Regla a las Vírgenes, que se de empezar  el ayuno una semana antes de la. Cuaresma Desde entonces, pues, existe la Quincuagésima,  al menos en los monasterios. El primer concilio  de Orleans, celebrado el año 511, ordenando una prueba de Pascua observando los campos de la Cuadragésima  y no la Quincuagésima, un fin de "mantener, dados  el canon 26, la unidad de los usos". Los concilios  de Orange, de 511 y 541 respectivamente, cen suran el mismo abuso y prohiben ayunar antes  de Cuadragésima. Hacia el año 520 señala el  autor del Líber Pontificalis la costumbre de an ticipar una semana la Cuaresma; mas parece que esta costumbre estaba aún poco extendida.


Sexagésima

Pronto se amplió el período  consagrado al ayuno, y una nueva semana vino  a sumarse a la quincuagésima. Hallamos men clonada por primera vez la Sexagésima en la  Regla de San Cesáreo para Monjes, antes de 542.  El IV concilio de Orleans, en 541, la mención en  son de defensa del ayuno anticipado.


Septuagésima

Viene finalmente en Roma  la Septuagésima al terminar el siglo vi o al em pezar el VII. La mención San Gregorio Magno  (594-604) en sus homilías. Poco a poco se extendería los usos litúrgicos a la Italia septentrional  con Milán a la cabeza, y después, se fusionó a la  acción de los villancicos, a toda Europa occidental Inglaterra los aceptó al fin del siglo vn e  Irlanda después del siglo ix. Aunque se observa vaba el ayuno en Quincuagésima y Sexagésima,  parece ser que septuagésima consiste en sus  comienzos en la mera celebración litúrgica, sin  ayuno, hasta que le impusieron en el siglo IX  los concilios francos.


Supresión del Aleluya

Vemos por Ama larlo que a principios del siglo ix se suspendió  el Aleluya y el Gloria in excelsis Deo en Sep tuagésima. Se avinieron los monjes a esta cos tumbre aunque San Benito disponía lo contra rio. Algunos son de parecer que San Grego rio VII (1073-1085) suprimió el oficio aleluático,  en uso hasta entonces en el domingo de septiembre tuagésima. Se trata de las antífonas aleluyáti cas de Laudes. San Gregorio VII, al parecer, las  reemplazó por el oficio de Sexagésima y  dotó a este último de nuevas antífonas. Da tes timonio del hecho el Ordo Ecclesiae Lateranen sis del siglo xn. Gregorio VII fué, quizás, quien  anticipó la supresión del aleluya al sábado anterior a Septuagésima (1).

Así llegó a fijarse definitivamente, tras varios  tanteos, este tiempo del Año Litúrgico. Depen-
diente de la fecha de Pascua, está sujeto, por  tanto, al avance o retroceso específicamente a la
movilidad de dicha fiesta. Se suelen llamar el  18 de enero y el 22 de febrero Llaves de Septua gésima porque el domingo de este nombre no  puede caer ni antes de la primera fecha ni des pués de la segunda.


CAPÍTULO II

MÍSTICA  DEL TIEMPO DE SEPTUAGÉSIMA


El tiempo que empezamos, encierra profun dos misterios que no son son exclusivos de las tres  semanas que debemos recorrer hasta llegar a la  santa Cuaresma, sino que se extienden al período entero que nos separa de la gran soledad ncidad pascual.


Dos épocas

El número septenario es el  fundamento de estos misterios. "Hay dos tiempos , dados San Agustín en su Explicación del  salmo CXLVIII: el uno se desarrolla ahora en tre las tentaciones y tribulaciones de esta vida;  el otro transcurrirá en seguridad y alegría eter nas. Celebramos ambos; el primero antes de  Pascua, el segundo después de Pascua. El tiempo antes de Pascua expresa los apuros de la vida  presente, el tiempo después de Pascua significa  la bienaventuranza que goza de un día. Esta  es la razón de por qué pasamos el primer período  de que hablamos en ayuno y oración, mientras  el segundo está consagrado a cánticos de alegría y entre tanto se suspenden los ayunos.


Dos lugares

La Iglesia, intérprete autori zada de las Sagradas Escrituras, nos muestra,  en conexión directa con los dos tiempos de San  Agustín, a las dos ciudades de Babilonia y Jerusalén. La primera es símbolo de este mundo  pecador; el cristiano ha de vivir aquí el tiempo  de prueba. La segunda es la patria celestial,  donde descansará de sus luchas. El pueblo de  Israel, cuya historia no es más que una  figura grandiosa del género humano, se vió real mente desterrado de Jerusalén y cautivo en Babilonia.

La cautividad de Babilonia duró 70 años. Para indicar este misterio ha fijado la Iglesia,  según Alcuino, Amalario, Ivo de Chartres y en  general todos los liturgistas de la edad media,  el número septuagenario para los días de ex piación, tomando, conforme al uso de las Sa gradas Escrituras, el número empezado por el  completo y acabado.


Las Siete Edades del Mundo

La duración  misma del mundo, conforme a las antiguas tra diciones cristianas, se divide en siete períodos. El género humano ha de recorrer siete etapas  antes de que surja el día de la vida eterna. La  primera se extendió desde la creación de Adán  hasta Noé; la segunda desde Noé y el diluvio  hasta la vocación de Abrahán; la tercera co mienza con este primer esbozo del pueblo de  Dios y va hasta Moisés, por cuya mano dió el  señor la ley; la cuarta abarca desde Moisés a  David, por quien comienza a reinar la casa de Ju dá; la quinta comprende la serie de siglos desde  el reino de David hasta el cautiverio del pueblo  judio en Babilonia; la sexta se extiende desde La vuelta del cautiverio hasta el nacimiento de  Jesucristo. Llega finalmente la edad séptima; se  abre con la aparición del Sol de justicia y ha  de perdurar hasta el advenimiento del Juez de  vivos y muertos. Estas son las grandes divisiones  de los tiempos, tras las cuales no habrá más  que eternidad.


El Septenario de la Alegría

Para alentar  nuestros corazones en medio de los combates  que jalonan el sendero de la vida, la Iglesia nos  muestra otro septenario que debe seguir al que  vamos a recorrer. Después de una Septuagésima  de tristeza llegar Pascua con sus siete sema nas de alegría a traernos un anticipo de los  consuelos y delicias del cielo. Después de haber  ayunado con Cristo y de haberle comparado  en su pasión, resucitado con él y nuestros  corazones le seguirán hasta el cielo empíreo.

Poco después sentiremos descender hasta nos otros al Espíritu Santo con sus siete dones. Así  la celebración de cuentos y tantas maravillas re clamará de nuestra parte nada menos que siete  semanas completas, desde Pascua a Pentecostés.


Tiempo de Tristeza

Después de haber lanzado una mirada de esperanza a este futuro  consolador, es volver a las realidades actuales  ¿Qué papel representamos en este  mundo? El de desterrados, cautivos, al alcance  de todos los peligros que Babilonia entraña. Si  amamos la patria, si tenemos empeño en vol verla a ver, tenemos que repudiar los falsos atrac tivos de esta pérfida extranjera y arrojar lejos  de nuestros labios la copa que embriaga a mu chísimos de nuestros compañeros de cautiverio. 

Nos convida seductora a juegos y placeres, pero  debemos colgar nuestras arpas en las salsas  de sus ríos, hasta que nos mar franqueada la en trada en Jerusalén. Pretende decidirnos en tonar al menos los cánticos de Sión en su recinto, como si nuestro corazón pudiese encontrar la satisfacción lejos de la patria, cuando un  destino eterno sería la expiación de nuestra  infidelidad; mas "¿cómo podríamos cantar los  cánticos del Señor en tierra extranjera?" (2).


Ritos de Penitencia

Estos sentimientos  quiere infundirnos la Santa Madre Iglesia du rante estos días; Llama nuestra atención sobre  los peligros que nos rodean dentro de nosotros  mismos y en las criaturas que nos circundan. 

En el trascurso del año nos espolea a repetir el  canto del cielo, el alegre aleluya, henos aquí  que hoy sü mano sella nuestros labios y nos  reprime el grito de alegría que no ha de reso nar en Babilonia: "Estamos en camino, lejos del  Señor "(3); reservemos nuestros cánticos de ale gría hasta llegar a El. Somos pecadores y con  excesiva frecuencia cómplices de los infieles; purifiquémonos por el arrepentimiento, porque  está escrito: "las alabanzas del Señor pierden  su hermosura en los labios del pecador" (4). La nota más característica del tiempo en que  entramos es la supresión del Aleluya; no volverá  a oírse en la tierra hasta que, habiendo muerto con Cristo, resucitemos con él para una vida  nueva (5).

También se nos quita el cántico de los ánge les, el Gloria in excelsis Deo, que hemos canta-
do todos los domingos desde la Navidad del Re dentor; solo podremos cantarlo los días entre  semana en que se celebre la fiesta de algún  Santo. El Oficio de la noche del domingo perde rá igualmente, hasta Pascua, el Himno Ambro siano, Te Deum laudamus. Al fin del Sacrificio  el diácono no despedirá ya a la asamblea con  estas palabras: Ite, Missa est; se limitará a vitar al pueblo cristiano a continuar su oración  en silencio, bendiciendo al Dios de la misericordia , que no sufran un peso de nuestras iniqui dades.

Después del Gradual de la Misa, en lugar del  triple Aleluya que preparó nuestros corazones  para abrirse para escuchar la voz del mismo Señor con la lectura del Evangelio, oiremos la ex melodía presidencial del Tracto. Expresará senti mientos de arrepentimiento, de súplica angus tiosa, de humilde confianza, sentimientos que  debemos asimilarnos nosotros en estos días.


Otros Ritos Litúgicos

Para que también  nuestros ojos se den cuenta de la etapa en  que penetramos, es un tiempo de duelo, el color  ordinario de los ornamentos será el morado,  siempre que no se celebre una fiesta de Santo. Más hasta el Miércoles de Ceniza, el Diácono y  Subdiácono continuarán usando dalmática y tú nica; pero a partir de este día se despojarán de  esos vestidos de alegría, esperando que la austera  Cuaresma inspire a la Santa Iglesia la exteriori zación, más y más acentuada cada día, de sus  tristezas por la supresión de todo lo que podría  recordar aún en parte el esplendor con que solía  rodear los altares en otras épocas.


CAPÍTULO I II

PRÁCTICA DEL TIEMPO DE SEPTUAGÉSIMA

Se han esfumado lejos de nosotros las ale grías navideñas. Apenas hemos podido disfrutar  cuarenta días el gozo que nos trajo el nacimiento  del Emmanuel. Ya se oscurece el cielo de la Igle sía y pronto se cubrió de celajes toda vía más sombríos. ¿Se ha perdido, por ventura,  para siempre el Mesías aguardado en las esperanzas durante las semanas de Adviento? ¿Ha desvia do, acaso, el Sol de justicia su trayectoria lejos  de la tierra culpable?


Comunión en la Pasión de Cristo

Sosegué monos. El Hijo de Dios, el Hijo de María, no nos  desampara. Si el Verbo se hizo carne, fué para  habitar entre nosotros. Una gloria mayor que la  del nacimiento entre los conciertos angélicos,  le está reservada, y debemos participar con Cris de ella. Pero ha de conquistarla con muchos  padecimientos y no la logrará sin la más cruel  y afrentosa muerte; si queremos participar del  triunfo de su resurrección, hemos de seguirle  en la vía dolorosa, regada con sus lágrimas y  teñida con su sangre.

Pronto hará oír su voz la Iglesia invitándonos  a la penitencia cuaresmal; pero antes quiere que,  en la rápida carrera de tres semanas de preparación a ese bautismo trabajoso, nos detengamos a  sondear las profundas heridas infligidas a nuestros tras almas por el pecado. No hay, sin duda, cosa  alguna que pueda parangonarse con la lindeza  y dulzura del Niño de Belén; pero sus lecciones  de humildad y sencillez, no bastan ya a las ne cesidades de nuestras almas. Ya se levanta el  altar en que será inmolada esta pérdida de la  más tremenda justicia. Por nosotros es por quien  ha de expiar; insta el tiempo de exigirnos cuen tas a nosotros mismos de las obligaciones conTraídas con Aquel que se apresta a sacrificar al  inocente por los culpables.


Obra de Purificación

El misterio de un  Dios que se digna hacerse carne por los hom bres nos franqueó la pista de la vía iluminativa.  Pero todavía nuestros ojos están invitados a templar una luz más viva. No se altere, pues,  nuestro corazón; Las esplendideces de Navidad  serán sobrepujadas el día de la victoria del Emmanuel. Mas deben purificar nuestros ojos si  quieren contemplarlas, escudriñando sin remil gos los abismos de nuestras miserias. No nos  escatimará Dios su luz para llevar al cabo esta  obra de justicia; y si llegamos a conocernos a  nosotros mismos, a conocer cabalmente cuán  profunda es la caída original, a justipreciar la malicia de nuestras faltas personales, un comandante, en cierto grado al menos, la misericordia ordinaria inmensa del Señor para nosotros, es taremos entonces preparados a las expiaciones  saludables que nos aguardan ya los goces ine fables que han de seguirlas.

El tiempo en que entramos, está, pues, con sagrado a los más serios pensamientos, y no  acertaremos con más  sentimientos que la Iglesia espera del cristiano  en esta parte del año, que traduciendo aquí al pistolas pasos de la exhortación elocuente que en  el siglo XI dirigía el gran Ivo de Chartrés a su  pueblo al empezar la Septuagésima:  "Ha dicho  el Apóstol: Toda criatura gime y está de parto  hasta ahora. También nosotros, que tenemos  " las primicias del espíritu, gemimos esperanzas de la adopción de hijos de Dios y la redención de nuestro cuerpo (6). Esta criatura geme bunda es el alma secuestrada de la corrupción "del pecado; deplora verso aún sujeta a tantas  vanidades, padece dolores de parto mientras  está alejada de la patria. Es el lamento del salm ista: ¡Ayl, ¿por qué se prolonga mi dest ierro? (7).  El mismo Apóstol, que había recibido  el Espíritu Santo, siendo uno de los primeros  miembros de la Iglesia, en sus ansias de  recibir efectivamente la adopción de hijos que en espe ranza y poseía, exclamaba: Quisiera morir y  estar con Jesucristo (8). Debemos, por tanto, más  que en otros tiempos, dedicarnos a gemir y llo rar, para merecer, por la amargura y lamentos  de nuestro corazón, volver a la patria de donde  nos desterraron los goces que acarrean la muerte. Lloremos, pues, durante el viaje para rego cijarnos en el término; corramos el estadio de  la presente vida de modo que alcancemos al fin  el galardón del llamamiento celestial. No sea mos mos de esos insensatos viandantes que se olvi dan de su patria, se aficionan a la tierra del  destino y se quedan en el camino. No seamos  de esos enfermos insensibles que no aciertan a  buscar el remedio de sus dolencias. No hay es esperanza de vida para aquel que desconoce su  mal. Vayamos presurosos al médico de la salvación eterna. Descubrámosle nuestras heridas. Llegue hasta Él este nuestro grito desgarrador:  Tened piedad de mí, Señor, que estoy enfermo; curadme, señor, pues todos mis huesos están "conmovidos (9), entonces sí nuestro médico  nos perdonará nuestros desmanes, curará nuestras tras flaquezas y satisfará nuestros buenos de seos".


Vigilancia

Es evidente que el cristiano en  este tiempo de Septuagésima, si de veras quiere  adentrarse en el espíritu de la Iglesia, ha de dar  un "alto aquí" a esa falsa seguridad, ese mismo tentamiento de sí mismo que arraigan sobrado con efecto  en el fondo de las almas muelles  y tibias que cosechan la mera esterilidad. ¡Feli ces todavía si tales disposiciones no acarrean en sensiblemente la extinción del verdadero sentido  cristiano! Quien se cree dispensado de esa con tinua vigilancia tan recomendado por el Salva dor (10), está ya dominado por el enemigo; quien  no siente la necesidad de combate alguno, de lu cha alguna para sostenerse, para seguir el sendero del bien, debe temer no se halle en la  vía de ese reino de Dios que no se conquista  sino a viva fuerza (11); quien olvida los pecados  perdonados por la misericordia de Dios, debe  temblar de que sea juguete de peligrosa ilusión (12). Demos gloria a Dios en estos días que vamos a  dedicar a la animosa contemplación de nuestras  miserias, y, saquemos, del propio conocimiento  de nosotros mismos, nuevos, motivos para espe rar en Aquel a quien nuestras debilidades y pe cados no estorbaron se abajara hasta nosotros,  para sublimarnos hasta Sí.


Fuente:  "El Año Litúrgico"  Dom Próspero Gueranger


Notas

1. Mons. Callewaert, Sacris erudiri,  pág. 650.
2.  Ps. CXXXV1.
3. II Cor., V, 6.
4. Eccli., XV, 9.
5. Coloas II,
6. Rom., VIII, 22.
7. PH. CXIX
8. Philip.,  I, 23.
9. 2 PS. VI.
10. Marco., XIII, 37.
11. Matth., XI, 12.
12. Eocli., V. 5.





Sea todo a la mayor gloria de Dios.



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