miércoles, 2 de enero de 2019

DOM PRÓSPERO GUERANGUER- FIESTA DEL SMO. NOMBRE DE JESÚS



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Para la celebración de esta fiesta fué escogido en su principio el segundo domingo después de Epifanía, que recuerda el banquete de las bodas de Caná. Es precisamente el día de la boda, cuando el nombre del Esposo pasa a ser propiedad de la Esposa; ese nombre significará que en adelante es suya. Queriendo honrar la Iglesia con un culto especial un nombre tan precioso, unió su recuerdo al de las bodas divinas. Hoy, une a la celebración de este augusto Nombre, el aniversario del día en que le fué impuesto, ocho días después del Nacimiento.

El Antiguo Testamento había rodeado el Nombre de Dios de un profundo terror; este nombre era entonces tan temible como santo, y no todos los hijos de Israel tenían el honor de pronunciarlo. Aún no había aparecido Dios en la tierra conversando con los hombres; todavía no se había hecho hombre uniéndose a nuestra débil naturaleza; no podíamos, pues, darle ese nombre amoroso y tierno que la Esposa da al Esposo. Pero, cuando llega la plenitud de los tiempos, cuando el misterio del amor está próximo a aparecer, el nombre de Jesús baja primeramente del cielo, como un anticipo de la presencia del Señor que lo ha de llevar. El Arcángel dice a María: “Le pondrás por nombre Jesús”; ahora bien, Jesús quiere decir Salvador. ¡Qué dulce será este nombre para el mortal perdido! y, ¡cómo acerca ese solo Nombre al cielo con la tierra! ¿Hay alguno más amable y más poderoso? Si, al sonido de ese divino Nombre, debe doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos ¿habrá algún corazón que no se conmueva de amor al oírlo? Mas, dejemos que nos describa San Bernardo el poder y la dulzura de ese bendito Nombre. He aquí cómo se expresa a este propósito en su Sermón décimoquinto sobre el Cantar de los Cantares.


“El Nombre del Esposo es luz, alimento, medicina. Ilumina, cuando se le publica; alimenta, cuando en él se piensa, y cuando en la tribulación se le invoca, proporciona lenitivo y unción. Detengámonos, si os place, en cada una de estas cualidades. ¿Cómo pensáis que pudo derramarse por todo el mundo esa tan grande y súbita luz de la fe, sino es por la predicación del Nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios a su admirable luz, por medio de la antorcha de su bendito Nombre? Al ser iluminados por ella, y viendo en esta luz otra luz, oímos a San Pablo que acertadamente nos dice: Erais antes tinieblas, mas ahora luz en el Señor.

Pero, el Nombre del Jesús no es sólo luz; es también alimento. ¿No os sentís reconfortados al recordar ese dulce Nombre? ¿Hay algo en el mundo que tanto nutra el espíritu de quien en El medita? ¿Qué hay asimismo como él que restaure la flojedad de los sentidos, que dé fortaleza a las virtudes, haga florecer las buenas costumbres y mantenga los puros y castos afectos? Todo alimento del alma es árido si no está empapado en este aceite, insípido si no está sazonado con esta sal.

Cuando me escribís, vuestro relato no tiene para mí ningún sabor si no leo allí el nombre de Jesús. Cuando conmigo habíais o disputáis, la conversación no tiene para mí interés alguno si en ella no oigo resonar el nombre de Jesús. Jesús es miel para mi boca, melodía para mi oído, júbilo para mi corazón; y además de todo esto, una benéfica medicina. ¿Está triste alguno? Venga Jesús a su corazón, salga de allí a su boca, y en seguida se disipará cualquier nublado, y volverá la serenidad, en presencia de ese divino Nombre que es una verdadera luz. ¿Cae alguien en el crimen, o corre desesperado al abismo de la muerte? Que invoque el Nombre de Jesús y comenzará de nuevo a respirar y a vivir. ¿Quién, en presencia de ese nombre, permaneció nunca con el corazón endurecido, con la incuria de la pereza, el rencor o la languidez del fastidio? ¿Quién, por ventura, teniendo seca la fuente de las lágrimas, no la sintió correr repentinamente más abundante y suave, en cuanto invocó el nombre de Jesús? ¿Qué hombre hay, que temeroso y temblando en lo más recio del peligro, haya invocado ese Nombre, y no haya sentido inmediatamente que nacía en él la confianza, y huía el miedo? ¿Quién es, os lo pregunto, el que sacudido y agitado por las dudas, no vió brillar la certidumbre, tan pronto como invocó ese luminoso Nombre? ¿Quién es el que, habiendo dado oídos a la desconfianza en tiempo de la adversidad, no recobró el valor cuando llamó en su ayuda a ese Nombre poderoso? Efectivamente, todas esas son enfermedades del alma, y él es su medicina.

Así es, y puedo probarlo con estas palabras: Invócame, dice el Señor, en el día de la tribulación, y te libraré de ella, y tú me honrarás. Nada sujeta tanto el ímpetu de la ira, ni calma tanto la hinchazón del orgullo. Nada cura tan radicalmente las heridas de la tristeza, reprime los excesos lúbricos, extingue las llamas de las pasiones, apaga la sed de la avaricia, y ahuyenta el prurito de los apetitos deshonestos. En efecto, cuando pronuncio el nombre de Jesús, me represento un hombre manso y humilde de corazón, benigno, sobrio, casto, misericordioso, en una palabra, un hombre radiante de pureza y santidad, el cual es al mismo tiempo Dios omnipotente que me cura con sus ejemplos, y me fortalece con su ayuda. Todo esto suena en mi corazón cuando oigo el Nombre de Jesús. De esta manera, si le considero como hombre, saco de él ejemplos pa^a imitarlos; si le considero como Dios Todopoderoso, una ayuda segura. Me sirvo de los referidos ejemplos como de hierbas medicinales, y de su ayuda como de un instrumento para triturarlas, elaborando con ellas una mezcla cual ningún médico sabría confecionarla.

¡Oh, alma mía, tienes un maravilloso antídoto encerrado, en este Nombre de Jesús como en un vaso! Jesús, es ciertamente un Nombre saludable y un medicamento que nunca resultará ineficaz para ninguna dolencia. Tenedlo siempre en vuestro seno, siempre a la mano, de tal modo que todos vuestros actos vayan siempre dirigidos hacia Jesús.”

Tal es, la virtud y la dulzura del santísimo Nombre de Jesús, nombre que fué impuesto al Emmanuel el día de su Circuncisión; pero, como el día de la Octava de Navidad está ya consagrado a celebrar la Maternidad divina, y el misterio del Nombre del Cordero exigía por sí solo una festividad propia, la Iglesia instituyó la fiesta de hoy. Su primer propulsor fué San Bernardino de Sena, en el siglo xv, el cual estableció y propagó la costumbre de representar, rodeado de rayos, el Santo Nombre de Jesús, reducido a sus tres primeras letras IHS, reunidas en monograma. Esta devoción se extendió rápidamente por Italia, favorecida por el ilustre San Juan Capistrano, de la Orden Franciscana, lo mismo que San Bernardino de Sena. La Santa Sede aprobó solemnemente esta devoción al Nombre del Salvador; y en los primeros años del siglo xvi, Clemente VII, a ruego de muchos, concedió a toda la Orden, de San Francisco el privilegio de celebrar una fiesta especial en honor del santísimo Nombre de Jesús. Sucesivamente extendió Roma este privilegio a las distintas Iglesias, y llegó el momento en que fué incluida en el calendario universal. Ocurrió esto en 1721 a petición de Carlos VI Emperador de Alemania; el Papa Inocencio XIII determinó que la fiesta del santísimo Nombre de Jesús se celebrase en toda la Iglesia, fijándola primitivamente en el domingo segundo después de Epifanía.

MISA

La Iglesia celebra la gloria del Nombre de su Esposo, desde el Introito. Cielo, tierra, abismos, temblad al oír ese Nombre adorable, porque el Hijo del hombre que lo lleva, es también el Hijo de Dios.

INTROITO

En el Nombre de Jesús debe doblarse toda rodilla, en los cielos, en la tierra y en los infiernos: y toda lengua debe confesar que Jesucristo, el Señor, está en la gloria de Dios Padre. Salmo: Señor, Señor nuestro: ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! — J. Gloria al Padre.

En la Colecta, la Iglesia, que halla el consuelo de su destierro en el Nombre de su Esposo, pide el poder disfrutar pronto, de la visión de Aquel a quien ese Nombre querido representa.

ORACION

Oh Dios, que constituiste a tu Unigénito, Salvador del género humano, y ordenaste que se llamara Jesús: concédenos, propicio, la gracia de gozar en el cielo de la presencia de Aquel, cuyo santo Nombre veneramos en la tierra. Por el mismo Señor.

EPISTOLA

Lección de los actos de los Apóstoles. (IV, 8-12.)

En aquellos días, Pedro lleno del Espíritu Santo, dijo: Príncipes del pueblo y ancianos, oíd: Ya que en este día se nos pide razón del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera ha sido curado éste, sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que este hombre está en vuestra presencia sano en el Nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificásteis y Dios resucitó de entre los muertos. Esta es la piedra que vosotros desechasteis al edificar, la cual se ha convertido en piedra angular; y no hay salud en ningún otro. Ni se ha dado a los hombres otro Nombre debajo del cielo, por el cual podamos salvarnos. Ya lo sabemos ¡oh Jesús! ningún otro nombre sino el tuyo podía salvarnos, pues ese Nombre significa Salvador. Bendito seas, pues te dignaste aceptarlo: ¡bendito seas por habernos salvado! Eres del cielo y tomas un nombre de la tierra, un nombre que todos los labios mortales pueden pronunciar: unes, pues, para siempre la naturaleza divina con la humana. ¡Oh! haznos dignos de tan sublime alianza y no consientas que jamás la rompamos. La Santa Iglesia celebra a continuación con sus cantos, las glorias de este divino Nombre a quien bendicen todas las naciones, porque es el Nombre del Redentor del mundo.

GRADUAL

Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y júntanos de entre las naciones: para que confesemos tu santo Nombre, y nos gloriemos en tus alabanzas. — Y. Tú, Señor, eres nuestro Padre y nuestro Redentor: tu Nombre exista desde siempre.

ALELUYA

Aleluya, aleluya. — J. Las alabanzas del Señor cantará mi boca; y bendiga toda carne su santo Nombre. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas. II, 21.)

En aquel tiempo, pasados los ocho días para circuncidar al Niño, llamaron su Nombre Jesús, el cual le fué puesto por el Angel antes de que fuese concebido en el vientre. ¡Oh Jesús! recibiste el Nombre al derramar en la Circuncisión tu primera sangre; así tenía que ser, ya que ese nombre quiere decir Salvador; y nosotros no podemos salvarnos tampoco si no es por medio de tu sangre. Algún día, esa feliz alianza que has venido a contraer con nosotros, te ha de costar la vida; el anillo nupcial que colocarás en nuestro dedo, estará templado en tu sangre, y nuestra vida inmortal será el precio de tu cruel muerte. Todas estas cosas nos las dice ya tu sagrado Nombre ¡oh Jesús, oh Salvador! Tú eres la Viña que nos invita a libar de su vino generoso; mas, todavía el celeste racimo ha de ser duramente pisado en el lagar de la justicia del Padre de los cielos, de manera que sólo después de haber sido violentamente arrancado de la cepa y desmenuzado, podremos nosotros embriagarnos con su divino jugo. Recuérdenos siempre este misterio, tu divino Nombre, oh Emmanuel, y guárdenos del pecado su memoria, conservándonos siempre fieles a Ti. Durante el Ofertorio canta la Iglesia todavía al Nombre divino, objeto de la presente festividad, ensalzando las gracias reservadas a los que le invocan.

OFERTORIO

Te alabaré, Señor, Dios mío, con todo mi corazón y glorificaré tu Nombre para siempre: porque Tú, Señor, eres suave y manso: y muy misericordioso con todos los que te invocan, aleluya.

SECRETA

Suplicárnoste, clementísimo Dios, hagas que tu bendición, con la que vive toda criatura, santifique este sacrificio nuestro, que te ofrecemos para gloria del Nombre de tu Hijo, Nuestro Señor J’esucristo, a fin de que tribute a tu Majestad una alabanza, agradable, y a nosotros nos aproveche para la salud. Por el mismo Señor. Después de haber recibido los fieles el alimento celestial del Cuerpo y sangre de Jesucristo, la Iglesia en agradecimiento, invita a todas las naciones a cantar y glorificar el Nombre de quien las creó y redimió.

COMUNION

Todas las gentes que hiciste vendrán a ti, y se humillarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu Nombre: porque Tú eres grande y haces maravillas: Tú sólo eres Dios, aleluya. Sólo queda ya a la Iglesia por expresar un deseo: que los nombres de todos sus hijos sean inscritos, a continuación del glorioso Nombre de Jesús, en el libro de la predestinación eterna. Tendremos esta dicha asegurada, si sabemos estimar siempre este Nombre salvador, conformando nuestra vida con las obligaciones que impone.

POSCOMUNION

Omnipotente y eterno Dios, que nos has creado y redimido: contempla propicio nuestros votos, y dígnate aceptar, con rostro plácido y benigno, el sacrificio de la: saludable Hostia que hemos ofrecido a tu Majestad, en honor del Nombre de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: para que, infundida en nosotros tu gracia, nos alegremos de ver escritos en el cielo nuestros nombres, bajo el glorioso Nombre de Jesús, con el título de la predestinación eterna. Por el mismo Señor.

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