jueves, 31 de enero de 2019

LAS VÍCTIMAS DE BULLYING PUEDEN SUFRIR ENFERMEDADES MENTALES



Según un estudio de Reino Unido, la exposición continua a agresiones, durante la adolescencia, provoca cambios en el cerebro


Las consecuencias del bullying no son solo psicológicas, también físicas. Un estudio reciente del King’s College de Londres ha descubierto que una exposición continua al acoso durante la adolescencia puede provocar cambios físicos en el cerebro y aumentar la probabilidad de sufrir una enfermedad mental. 

«Está demostrado que el entorno y el ambiente influyen en nuestro sistema nervioso y en el desarrollo de nuestro cerebro», apunta María José Acebes, neuropsicóloga y profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). 

Las situaciones de abuso y maltrato, «y en el acoso escolar se dan ambas», explica Acebes, «generan una disminución del volumen del cuerpo calloso, una estructura que conecta los hemisferios cerebrales fundamental para el funcionamiento adecuado del cerebro». «Se ha comprobado que los niños que sufren acoso pueden tener más posibilidades de padecer problemas de salud mental, como depresión y ansiedad, predisposición a autolesionarse, trastornos postraumáticos y miedos patológicos...», advierte la experta.



El acoso, en manada

En España se registraron un total de 5.500 casos de acoso escolar entre 2012 y 2017, según datos del Ministerio de Educación, la Policía Nacional, la Guardia Civil y varios cuerpos de policía local. Solo en 2017 se contabilizaron hasta 1.054 casos, una cifra superior a la de cualquiera de los cinco años anteriores. Además, las situaciones de acoso en adolescentes se han recrudecido especialmente. Según el III Estudio sobre acoso escolar y ciberbullying elaborado por la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña, en 2017 las agresiones fueron más violentas y prolongadas en el tiempo respecto al año anterior.

La forma de bullying más común en la pubertad es la grupal: los adolescentes, cuando actúan en manada, se legitimizan. José Ramón Ubieto, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, explica que «a esta edad todo se hace en pandilla: el botellón, las primeras experiencias sexuales… y el acoso también es más fácil si se hace en grupo». El bullying en estas edades tiene los rasgos propios de esta etapa, explica el profesor: «Todos los adolescentes se sienten acosados; es su estado natural. Sienten presión por su cuerpo, por su sexualidad, por las relaciones familiares o sociales… Están buscando definirse, y este acoso lo trasladan a la víctima, que se convierte en el chivo expiatorio».

Por otro lado, las redes sociales ayudan al grupo a exhibirse. «Esta tendencia también se debe a una condición propia de la adolescencia: el miedo a ser invisible, a pasar desapercibido (fear of missing out o FOMO). La exposición en internet refuerza el grupo y victimiza aún más al acosado», explica Ubieto.

El peligro de la red

«El ciberbullying no deja tanto rastro como el acoso presencial. La red se presenta como un entorno de desequilibrio, un arma potente para que el agresor ataque a la víctima, a todas horas y en cualquier momento del día, de la semana», insiste, por su parte, Jorge Flores, director de PantallasAmigas.

Nadie, continúa Flores, «puede impedir que alguien decida orquestar una campaña de acoso, insultos, amenzas...». Es complicado que se pueda prevenir casos de ciberacoso, pero las víctimas sí deben conocer qué pueden hacer, pese a sus limitaciones.

— Cuidar su privacidad. Cuanto menos se sepa de una persona, menos vulnerable es.
— Conocer los límites de la ley. Conociéndolos será capaz de identificar qué acciones están al margen de la ley y guardar, así, pruebas de las agresiones por si fuera necesario.
—Intentar pedir ayuda. En muchos casos es difícil. Para que se considere ciberbullying necesita que se mantenga en el tiempo; sino sería un conflicto o agresión puntual.

«El reto para los padres es generar un entorno de confianza respecto a la vida online de los adolescentes. Compartir momentos de pantalla que sirvan para generar ese vínculo. Eso servirá para conocer los comportamientos habitualesde los hijos y ser capaces de identificar lo que ocurre, si hay algo diferente en su actividad», concluye Flores.

Alejandra González

Fuente: ABC

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