¿SEGUIR A JESUS? ¡POR QUÉ NO!
Por Javier Leoz
1. - En esta festividad de Todos los Santos, hemos de caer en la cuenta de una gran herencia: ser santo significa participar de la santidad de Dios. Un cristal por el que, la presencia del Señor, se ve nítidamente por las obras o un balcón abierto por el que, cuando se asoma, se escucha en toda su pureza la Palabra que nos ilumina.
Celebrar esta fiesta es sentirnos fascinados por lo alto. Cuando ascendemos a las montañas vienen a nuestros ojos imágenes de valles y de ríos, de cielos estrellados o de horizontes lejanos. En esta jornada de Todos los Santos no nos conformamos con subir a los cerros. Trepamos más arriba. Elevamos nuestros ojos a esa realidad que ha sido la razón y el motor, el existir y el triunfo definitivo de tantos hombres y mujeres que se dejaron seducir por la beldad de Dios. No se conformaron con lo que encontraban en el suelo, con las propuestas caducas de felicidad, con los atajos traicioneros. Los santos apostaron fuerte: descubrieron que Dios era lo máximo y dieron firme testimonio de El.
2.- ¿Es posible seguir a Jesús en estos tiempos?- ¿Está de moda ser santo? Interrogantes que sólo esperan y merecen una respuesta: ¡SI! ¡Es posible seguir a Cristo en medio de tanta mediocridad! ¿Cómo? Siendo diferentes a los modelos que nos propugna una sociedad saturada de falsos ídolos pero necesitada de auténticos referentes de justicia y de paz, de amor y de verdad. ¿Acaso podremos encontrar la santidad en las revistas que aceleran y confunden el corazón? ¡No! Las bienaventuranzas son, hoy más que nunca, “la cosmética esencial” para cuidar el alma y el rostro de un cristiano. Para saber si estamos en onda con Jesús de Nazaret. Para comprobar si, nuestros anhelos de santidad, son ciertos o –por el contrario- se quedaron en buenos propósitos.
Es posible seguir a Jesús porque, otros hermanos nuestros (también de carne y hueso, no de yeso o madera) lucharon por ello y, entre otras cosas, fueron inmensamente felices así. Es más, cerraron los ojos al mundo, y están viendo –cara a cara- a ese Dios con el cual tanto soñaron, por el que tanto se desvelaron y por el cual dieron hasta el último suspiro.
3.- ¿Dónde está entonces el secreto de la felicidad de Todos los Santos? En la belleza interior. Como nosotros tuvieron un punto de salida (el Bautismo) pero se tomaron como una fascinante tarea el llegar a la santidad desde Dios y sin olvidar nunca a Dios.
-Unos, sin quererlo, no pasaron desapercibidos. Fueron exigentes consigo mismos y dejaron huella allá por donde caminaron. Fueron fuego vivo y, desde lejos, se veía el humo de su vida cristiana.
-Otros, porque así lo quisieron, brillaron sólo para Dios. Tan sólo El, hoy seguimos sin saberlo nosotros, conoce quienes son, en qué altar de tierra o perdidos en el ancho horizonte se encuentran. Pero…fueron santos. Fueron brisa suave...pisada sin ruido….
Y, en medio de todo ello, nosotros. ¡Sí! ¡Nosotros! También estamos convocados a no quedarnos bajo mínimos. Podemos alcanzar altas cotas de perfección y de santidad, de caridad y de amor, de alegría verdadera y de esperanza cristiana.
4.- Mirar o festejar a estos grandes deportistas de la fe (conocidos o anónimos) no significa quedarnos en una simple contemplación (sería una traición a su gran obra). Honrar la memoria de Todos los Santos es recoger la antorcha que ellos sostuvieron en sus manos: la adhesión a Jesucristo muerto y resucitado, y saber crecer espiritualmente aún en medio de defectos o debilidades. ¿Cómo? Optando claramente, una y otra vez, por el camino de la conversión, la reconciliación y el perdón.
¿A que es posible? ¡Todos los Santos…nos dicen que sí! ¡Avancemos por el sendero que ellos nos dejaron iluminado!
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