viernes, 30 de abril de 2021

Mi alma canta la grandeza del Señor

 

Mi alma canta la grandeza del Señor

Sábado 1 de mayo

Santa María del Pueblito

Evangelio

Lc 1, 39-56

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».

María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor

Reflexión

La prontitud con que María fue a servir a su prima demuestra el verdadero fruto que comporta tener a Jesús en el corazón.

Se dice que la primera concepción que se llevó a cabo de la Madre del Señor antes que la física, antes que el Verbo de Dios se hiciera Carne en el Seno de María, se hizo "amor" en su corazón y así ella lo aceptó primero en el alma para luego venir misteriosamente en su vientre a cobijarse. Quien ha cobijado de veras a Jesús en el alma podrá dar los frutos que esta identificación comporta. 

Isabel era una mujer justa. La fecundidad demostraba la gracia con que Dios la había regalado en su ancianidad. Muchas veces, más de lo que creemos Dios escribe recto con reglones torcidos. Los justos que parecen despreciados por Dios son en realidad los más amados. Y tarde o temprano Dios los premia. Probados como están por el amor de verdad, son como irresistibles a un Dios que desfallece ante los humildes. Isabel tuvo un hijo. El que sería el más grande profeta, Juan el Bautista.

María va donde su prima para acompañarla y servirla. Ella, la que quiso ser virgen por amor a Dios cuando eso significaba una locura cultural; Ella, que supo acoger al Verbo de Dios primero en su corazón y que lo tuvo realmente presente como un sagrario viviente; Ella que ante tanta prontitud con Dios no podía serlo menos con los hombres aunque eso significara sacrificio. Va a ver a una vieja pariente suya para servirla. 

La persona de María siempre tiene algo de atrayente, algo que resuena en nuestras almas por ser ella el modelo más perfecto de la Creación. Nos encontramos frente a una mujer como ninguna. ¿Por qué? Pues porque su ejemplo de humildad, caridad y prontitud para servir es un fuerte llamado a convertir nuestro corazón, a prepararlo para recibir a su hijo tan esperado. Él sólo espera encontrarnos listos para darnos todo lo que Él puede dar: la vida eterna.

Contemplemos la escena. María, una joven de unos 15 años, como muchas de su época. Una joven que lleva en su seno la Vida apenas concebida. Camina, peregrina en los montes para llegar a donde está su prima. No se enorgullece al ser llamada Madre de Dios. Al contrario, su humildad le hace abandonar cualquier tipo de comodidad para ir a esos lugares donde se necesite un apoyo, alguien cercano que asista al prójimo sin esperar ninguna clase de recompensa.

El arcángel le ha confesado que quien espera en el Señor nunca será despreciado. Ese fue el caso de Isabel. A quien prepare su corazón, como María o Isabel, Dios entre otras tantas gracias espirituales o incluso humanas, no deja de darle el don del Espíritu Santo. Gracias a él podemos estar siempre alegres aun en medio de la adversidad, ser generosos con los demás, caritativos con cualquier persona porque sólo quien tiene a Dios puede darlo a los demás. 

¡Feliz Fiesta de Santa María del Pueblito!

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