sábado, 21 de marzo de 2020

Yo soy la luz del mundo


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.


¡Buenos días, gente buena!
IV Domingo de Cuaresma A
Evangelio
Juan, 9 1-41
En aquel tiempo, al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?».
«Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. 

Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?». El respondió: «No lo sé». 

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos. 

Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta». Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él». 

Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?». El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». 


Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este». El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». 

Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». 

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece».
Palabra del Señor

Yo soy la luz del mundo
En el relato del Evangelio encontramos como personaje al último de la fila, un mendigo, ciego de nacimiento, que nunca ha visto el sol, ni el rostro de su madre. Tan pobre que no tiene nada, solo se tiene a sí mismo. Y Jesús se detiene por él, sin que este le haya pedido nada. Hace un poco de lodo con polvo y saliva, como barro de una mínima creación nueva, y lo extiende sobre esos párpados que cubren la oscuridad. En este relato de polvo, saliva, luz, dedos, Jesús es Dios que se contamina con el hombre, y también es hombre que se contagia de cielo; tenemos una apariencia mestiza, con una parte terrena y otra celestial. Cada niño que nace “es dado a luz”, cada uno es una mezcla de tierra y de cielo, de polvo y de luz divina. Todos nosotros nacemos incompletos y necesitamos la vida entera para nacer del todo. Nuestra vida es un amanecer continuo. Dios amanece en nosotros.

Jesús es el guardián de nuestros amaneceres, el guardián de la plenitud de la vida, y seguirlo es renacer; tener fe es adquirir una visión nueva de las cosas. El ciego es traído a la luz, nace de nuevo con sus ojos nuevos, contados por el hilo rojo de una pregunta repetida siete veces: ¿cómo se te han abierto los ojos? Todos quieren saber “cómo”, saber el secreto de ojos invadidos por la luz, todos con ojos que todavía no nacen. La pregunta inquietante (¿cómo se abren los ojos?) señala un deseo de más luz que todos tienen; deseo vital, pero que no madura, un retoño sofocado de inmediato por el polvo estéril de la ideología y de la institución. El ciego de nacimiento pasa del milagro a ser acusado. A los fariseos no les importa la persona, sino la casuística; no les importa la vida vuelta a resplandecer en aquellos ojos, sino la “sana” doctrina. Y comienzan un proceso por herejía, porque ha sido curado en sábado y en sábado no se puede, es pecado…

Y, ¿qué religión es esta que no mira el bien del hombre, sino solo a sí misma y sus reglas? Para defender la doctrina niegan la evidencia, para defender la ley niegan la vida. Saben todo de las normas morales y son ignorantes acerca del hombre, de la persona. En vez de gozar de la luz, preferirían que volviera a quedar ciego, así tendrían ellos la razón y no Jesús. Dicen: Dios quiere que en sábado los ciegos sigan ciegos. Ningún milagro en día sábado! Gloria de Dios son los preceptos observados. Ponen a Dios contra el hombre, y es lo peor que le puede suceder a nuestra fe. Y en cambio, no, gloria de Dios es un mendigo que se levanta, un hombre que vuelve a plenitud de vida, un hombre finalmente promovido a hombre. Y su mirada luminosa, que pasa e ilumina, da más alegría a Dios que todos los mandamientos cumplidos.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!


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