Hay un llamado permanente de Cristo que nos incluye a todos: cansados, agobiados, pequeños, frágiles y abatidos… sin excepciones.
La mirada de Dios se detiene siempre delante de nuestras debilidades… no la mirada acusadora del reproche, sino una mirada de reparación, de restauración silenciosa y efectiva, que sólo puede hacerse desde su gran amor hacia nosotros…
Siempre nos invita al asombro esta conducta que tuvo Jesús en su tiempo: buscando a pobres y pecadores para su Obra…
No son nuestras cualidades lo que el Señor busca en nosotros, no son nuestras conquistas las que el Señor espera… Dios está a la espera de nuestro amor, de nuestra confianza, de una fe sin condiciones… para que pueda brillar en nuestra pequeñez la grandeza de su obrar y de su poder.
Dios no nos quiere poderosos, nos quiere sin poderes previos a fin de que aparezca Su poder… En verdad, nunca seremos más poderosos sino cuanto más confiemos en la Omnipotencia divina.
Todos nosotros conocemos la sentencia de Cristo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc. 9, 23). No hay contradicción con este llamado que oímos en el Evangelio: promesa de alivio y descanso.
El alivio no significa que nos quiten la cruz, que nos an
estesien para no sentir más dolor. El alivio es la consecuencia de ponerse cerquita de este Dios que vive derrochando su amor. El descanso de Jesús no es una salida de la vida con sus complicaciones… El descanso es apoyarse confiadamente en las promesas de Dios… en su fidelidad… en su infalibilidad… en su veracidad… Es allí donde está el secreto del descanso.
Es en su compañía real de Buen Samaritano y de divino Cireneo, donde nosotros podemos seguir avanzando…
¿Quién es este Jesús en el que hemos puesto nuestra confianza? Es el que hace milagros, el que predica maravillosamente. Pero sobre todo, es el que atiende a los que sufren, a los desorientados, a los que buscan, a los pobres y marginados…
Es impensable un Jesús que pase de largo cuando se encuentra con el sufrimiento de alguien. A la viuda de Naín que iba al cementerio a enterrar a su único hijo: “Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores” (Lc. 7, 13)
A veces, de tanto buscar milagros – que no siempre llegan – nos privamos de experimentar la confianza, la serenidad y la paz que nos trae la misma compañía de Dios…
Descargar nuestras mochilas y nuestros fardos en las manos de Dios es algo que nos sale naturalmente… pero nos falta eso de “cargar con su yugo suave”. Es decir, hacernos cargo de la seriedad de Su amor por nosotros… Incorporar su amor en la trama de nuestra historia personal.
Padre Fundador Pbro. Claudio Bert (1964/2017)
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