jueves, 18 de mayo de 2017

¿Tiembla tu corazón? ¡No pierdas la fe!


Todos tenemos esa tarea de ir día a día sembrando sonrisas, esperanza, alegría

No quiero que tiemble mi corazón. Así me lo dice Jesús: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Y me dice que la fe me va a ayudar a no temer. Sé que cuando dejo de creer aumenta mi miedo. Por eso no quiero dudar.
Jesús me pide que tenga fe en Él y en sus obras: “Creedme: Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras”. Me falta fe para creer en Dios, en su camino. Me falta fe para creer en todo lo que puede hacer conmigo si me dejo. Si me convierto en instrumento. Si soy dócil y maleable en sus manos.

Tiembla mi corazón tantas veces cuando intento controlar la vida. Me acobardo. Como los discípulos en la barca en medio de la tormenta, cuando no controlaban su vida. Tiembla mi corazón por el miedo a perder cada vez que arriesgo. Me falta fe.
El otro día leí la historia de un hombre en la india que fue plantando árboles en un desierto durante cuarenta años. Al final creció un bosque y volvieron los animales que habían huido cuando todo era desértico. Me conmovió la historia. Me impresionó lo que pudo lograr la fe de ese hombre. ¡Cuánta fidelidad!
Y todo sin ayuda. Sólo con el apoyo de su familia. Ellos creyeron en él. Y él creyó en el poder de la fidelidad. De la gota que de forma constante cae sobre la piedra y la acaba horadando. Esa fe de ese árbol plantado cada día. Uno nuevo. Uno más.
Me alegra la fidelidad de ese hombre que cuidaba su bosque día tras día. Hizo que el desierto se convirtiera en un vergel. Trajo la vida donde abundaba la muerte. El agua al desierto. La esperanza a un mundo sin esperanza. Así quiere ser mi vida. Esa fidelidad de cada día. De cada hora.
Hay muchos desiertos a mi alrededor. Desiertos donde falta la vida y el amor, donde no hay esperanza. Donde se impone la angustia y la pena. Sembrar árboles es mi tarea. Todos tenemos esa tarea de ir día a día sembrando sonrisas, esperanza, alegría. Un poco cada día. Sin perder la fe. Aunque no se vean los resultados inmediatos.
Estoy tan acostumbrado a que todo sea rápido. Pero hoy Jesús me pide que tenga fe, que no dude, que no tiemble mi corazón al ver los desafíos que tengo por delante. A veces quiero controlarlo todo y me angustio. Pretendo llegar yo a todo. Pero me olvido de la fe.
La fe es la creencia en lo que no se puede ver ni tocar. La fe es caminar —de frente y a toda velocidad—hacia las tinieblas. Si realmente tuviéramos todas las respuestas en cuanto al significado de la vida y la naturaleza de Dios y el destino del alma, la religión no sería un acto de fe ni un valiente acto de humanidad; sería simplemente una prudente póliza de seguros”[1].
La fe es creer en lo que no se ve. Es caminar a tientas percibiendo la mano de Dios y escuchando su voz que susurra mi nombre. Es confiar en lo que no parece posible sólo con mis manos.
Es la actitud del niño atado a Dios y con los pies en la tierra. Es la mirada del hombre que ha dejado de ser el centro para poner en el centro a Dios. Así quiero vivir yo. No quiero que tiemble mi corazón al mirar hoy a Jesús. Confío más en Él que en mí mismo.

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