martes, 20 de diciembre de 2016

La epifanía eucarística del Señor y el oficio de la adoración

La epifanía eucarística del Señor y el oficio de la adoración

seleccionada
“Hoy los magos encuentran llorando en la cuna al que buscaban resplandeciente en las estrellas. Hoy los magos contemplan claramente entre pañales al que larga y resignadamente buscaban en los astros, en la oscuridad de las señales.
Hoy los magos revuelven en su mente con profundo estupor lo que allí han visto: el  cielo en la tierra, la tierra en el cielo, el hombre en Dios, Dios en el hombre, y a aquel a quien no puede contener  el universo encerrado en un pequeño cuerpecillo. Y, al verlo, lo aceptan sin discusión, como lo demuestran sus dones simbólicos: el incienso, con el que profesan su divinidad; el oro, expresión de la fe en su realeza; la mirra, como signo de su condición mortal”
De los Sermones de San Pedro Crisólogo, obispo
seleccionada
La narración que trae san Mateo, en torno a la llegada de los Magos al pesebre, nos muestra la intención primera que movió a estos hombres a una peregrinación difícil pero perfumada de una secreta alegría: “Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.
Salieron de sí mismos y soportaron el cansancio del camino, porque una luz los precedía y empezó a envolverlos con la gloria del recién nacido que aún sus ojos no habían encontrado…
Pero cuando lo encuentran dice el evangelista: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron…” Primero entraron, es decir, se involucraron en ese misterio que ya habían empezado a saborear a la distancia durante el viaje… La invitación siempre será la de entrar: eso es la Comunión eucarística… un entrar en el fuego de esa casa donde Dios se asoma con su gloria y belleza y nos reviste con Su misericordia. Comulgar la carne eucarística del Señor es siempre un entrar admirado y contemplativo en la casa del Misterio, donde el Misterio habita entre nosotros… en el Pan y en el Vino…
“…vieron al niño con María”. Jesús conocerá el abandono de muchos, inclusive el de sus estrechos colaboradores y amigos… pero la Madre está allí y estará mañana y estará en el final y seguirá estando donde el Misterio de su Hijo se prolongue entre los hombres… Por eso María está junto a la Eucaristía. Ella habita la Casa donde Dios se ha querido quedar entre nosotros, Ella habita nuestros Sagrarios… Ella habita en la inmediatez del Santísimo Sacramento… como Madre y como primera adoradora de su Señor.
Cuando entramos en nuestras iglesias y visualizamos el Sagrario donde mora Jesús… recordemos que allí  también mora la Virgen, cuidando y celando el amor infinito del Cordero que se inmola para ser nuestra comida de comunión. Entonces, la visita al Santísimo Sacramento es una visita también a su Madre que nos hermana en su adoración perfecta y continua y nos lleva, como de la mano, al Corazón eucarístico de su Hijo.
“… y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos…” Teniendo a la vista la Majestad de un Dios acurrucada entre los pliegues de unos pañales incensados por el Cielo, los magos se prosternan como única forma de entrar en el corazón del Misterio luminoso y ya traspasado de un amor inefable… Sí, creo que ya el Niño tiene traspasado el Corazón de misericordia. De rodillas frente a la Carne Sacratísima del recién nacido los magos de Oriente, en compañía de María Virgen, nos muestran la primera exposición solemne del Santísimo Sacramento. Y cuánto hemos de aprender del Belén de Judá para entrar en el Belén de la Eucaristía…
La adoración se materializó en el gesto del inclinarse pero sobre todo en la ofrenda de dones que llevaron para este encuentro. Quizá debamos detenernos en esta apreciación, es decir, en esta forma particular en la que la adoración se confunde con la entrega de bienes y del bien más propio que es la vida de sí mismo.
P. Claudio Bert

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