No hay una mejor compañía para el Adviento que María. El primer Adviento la emocionó profundamente. Su tiempo de Adviento fue más largo que el nuestro. Su “santa espera” fue de nueve meses, hasta que su anunciado hijo vio la luz del día. Podemos aprender de ella.
Todo en su vida se centra en este niño. Ella se olvida totalmente de sí misma. Ella capta en su interior, que el Dios de majestad, conocido por sus grandes obras en Sinaí, durante el Éxodo de Egipto, está llegando a su mundo. El Dios que creó el mundo con toda su belleza, el Dios que Moisés encontró en la zarza ardiente, el Dios que juró amor eterno a su pueblo, este Dios está por nacer en ella. Mientras prepara un alimento, enciende una lámpara y prepara la ropa del niño por nacer, ella sabe que algo mucho más grande está sucediendo, y dará un nuevo significado a este tiempo. Ha aparecido un nuevo horizonte en su vida. La secuencia de los días dejó de ser una rutina. Tiene un propósito, un divino propósito. Cada día le trae más cerca a Dios. El futuro, ella lo vé, ES Dios, ¡presente entre nosotros!
Ella está ya preparada para las sorpresas. Que Dios le haya pedido a ella – entre todas las demás – que dé a luz al Hijo de Dios! Que desde ahora las personas que se encontraron con Jesús se van a encontrar con Dios! Se pregunta cómo van a reaccionar. ¿Llevarán al niño en sus corazones?
Todas las esperanzas humanas están desvanecidas: ella espera en silencio, frente a la Cruz, por algo que no sabe. Pero lo que le es dado es la máxima sorpresa de Dios; la resurrección de su hijo.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario