sábado, 22 de mayo de 2021

Viento de libertad...

 

 Viento de libertad…

¡Buenos días, gente buena!

Pentecostés B

Evangelio

Juan 20, 19-23: 

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. 

En¬tonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. 

Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».  

Palabra del Señor.

Ese viento de libertad que rompe nuestros esquemas. 

La Biblia es un libro lleno de viento y de caminos. Y así son los relatos de Pentecostés, llenos de caminos que parten de Jerusalén y del viento, ligero como un respiro e impetuoso como un huracán. Un viento que golpea la casa, la llena y va más allá: que lleva polen de primavera y lo esparce como polvo; que trae fecundidad y dinamismo dentro de las cosas inmóviles, ese viento que hace nacer a los buscadores de oro. Llenó la casa donde estaban juntos los discípulos. 

El Espíritu no se deja secuestrar en ciertos lugares que nosotros llamamos sagrados. Esta vez la casa se hace sagrada. La mía, la tuya, y todas las casas son el cielo de Dios. Viene de repente, los toma por sorpresa, no estaban preparados, no estaba programado. El Espíritu no soporta esquemas, es un aire de libertad, fuente de vidas libres. 

Aparecieron lenguas de fuego que se posaban sobre cada uno.  Sobre cada uno, sin excluir a nadie, sin hacer ninguna distinción. El Espíritu toca a toda vida, las diversifica a todas, hace nacer creadores. Las lenguas de fuego se dividen y cada una ilumina a una persona diferente, una interioridad irreductible. Cada una desposa una libertad, afirma una vocación, renueva una existencia única. 

Tenemos necesidad del Espíritu, lo necesita nuestro pequeño mundo estancado, sin impulsos. Para una Iglesia que sea garantía de libertad y esperanza. 

El Espíritu con sus dones da a cada cristiano una genialidad que le es propia. Y tenemos una necesidad extrema de discípulos geniales. Tenemos necesidad, pues, de que cada uno crea en el propio don, en la propia unicidad y que ponga al servicio de la vida la propia creatividad y el propio valor. 

La Iglesia, como un continuo Pentecostés, quiere el riesgo, la invención, la poesía creadora, la batalla de la conciencia. Después de haber creado a cada hombre, Dios rompe el molde y lo tira. El Espíritu te hace único en tu forma de amar, en tu modo de dar esperanza. Único en el modo de consolar, en el modo de gustar la dulzura de las cosas y la belleza de las personas. 

Ninguno sabe querer bien como lo sabes hacer tú; y ninguno tiene el don de entender los hechos cono los comprendes tú. Esta es precisamente la obra del Espíritu: cuando venga el Espíritu, los guiará a la verdad plena. 

Jesús que no tiene la pretensión de decir todo, como en cambio, muchas veces tenemos nosotros, que tiene la humildad de afirmar: la verdad está más adelante, es un recorrido que se ha de hacer, un transformarse. Por eso la alegría de sentir que los discípulos del Espíritu pertenecen a un proyecto abierto, no a un sistema cerrado, donde ya todo está preestablecido y definido. Que en Dios se descubren nuevos mares cuanto más se navega. Y que nunca faltará el viento a nuestro velero.

¡Feliz Domingo!

‘Paz y Bien!

Fr. Arturo Ríos Lara, ofm

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