sábado, 9 de enero de 2021

Bautismo de Jesús

 

 ¡Buenos días, gente buena!

Bautismo del Señor

Tiempo de Navidad

Marco 1,7-11

En aquel tiempo, Juan predicaba diciendo: «Detrás de mi vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo».

En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».

Palabra del Señor

En su Evangelio, Marcos relata el bautismo de Jesús de manera muy sobria. No habló del nacimiento ni de la infancia de Jesús. Para él todo comienza aquí. Los pocos párrafos dedicados a la misión del Bautista, resumen brevemente la larga espera, de parte de la humanidad, de la venida del Salvador. La misión del Salvador comienza haciendo pasar a segundo plano al precursor, el cual, pudiendo proponer solo un bautismo de agua, deja el lugar a aquel que bautizará con el Espíritu Santo. Comienza una nueva era, una creación absolutamente nueva. El Creador toma el lugar de la creatura. El Salvador baja al Jordán como un pecador, el juez de este mundo hace la parte de un nuevo Adán. Jesús sale del agua e inicia la propia misión; Jesús recibe el Espíritu Santo y se hace el hombre nuevo… La humanidad comienza, con el bautismo de Jesús, sobre bases nuevas. Deberá todavía pasar a través de la experiencia de la muerte y entrar entonces en la gloria de la resurrección. Deberá todavía transformarse lentamente en cada hombre, esperando el día en que verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes… y él reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos, desde la extremidad de la tierra hasta la extremidad del cielo…

A la orilla del Jordán, el Padre presenta a Jesús al mundo, lo arranca del anonimato de treinta años. Jesús no necesitaba en modo alguno de hacerse bautizar, es más bien como si él hubiera bautizado al Jordán, hubiera santificado por contacto la creatura del agua. Lo repite el celebrante en una plegaria eucarística “das vida y santificas el universo”. Extraordinaria teología de la creación: Tú que no solo das vida al hombre sino al universo entero; no solo das vida a las cosas, sino las haces santas. Santidad del cielo, del agua, de la tierra, de las estrellas, de la rama de hierba, de la creación… “Y en seguida, saliendo del agua, vio abrirse los cielos y el Espíritu descender sobre él como una paloma”. Escucho toda la belleza y el poder de las palabras: se abren los cielos, como por un amor incontenible; se someten, se descubren bajo la presión de Dios, bajo la urgencia de Adán y de los pobres. Se abren como los brazos de la amada para el amado. De este cielo abierto y sonoro de vida viene, como una paloma, el respiro de Dios.

El primer movimiento en la Biblia es un danzar del Espíritu sobre las aguas. Un danzar en las aguas del vientre materno es el primer movimiento de todo hijo de la tierra. Una paloma que danza sobre el río es el inicio de la vida pública de Jesús. Viene una voz del cielo y dice: “Tú eres mi Hijo, el amado, mi complacencia”. Y es para nosotros, para ti, para mí. Resuena nuestro bautismo.

Tres palabras poderosas, pero antes viene el TU, la palabra más importante del cosmos. Un yo se dirige a un tú. El cielo no está vacío, no está mudo. Y habla con las palabras propias de un nacimiento. Hijo es la primera palabra, un término poderoso para el corazón. Y para la fe. Vértice de la historia humana. Dios genera hijos de Dios, hijos según la propia especie. Y los generados, tú y yo, todos tenemos un origen en el cielo, el cromosoma divino está en nosotros.

Segunda palabra: mi nombre no es solo hijo, sino amado. Lo soy de inmediato, antes que yo haga nada, antes que yo responda. Por lo que soy, así como soy, yo soy amado. Y que yo sea amado depende de él, no depende de mí.

La tercera palabra: en ti he puesto mi complacencia. La Voz grita desde lo alto del cielo, grita sobre el mundo y en medio del corazón, el gozo de Dios: es hermoso estar contigo. Te Amo, hijo, y me complaces. Estoy contento de ti. Antes que tú me digas si, todavía antes de que tú abras el corazón, tú me das alegría, eres hermoso, un prodigio que mira y respira y ama y se encanta. 

Pero, ¿qué alegría puedo dar a Dios, yo con mi vida quebrada y distraída, yo que tengo tan poco para restituir? Con todas las veces que me olvido de él. Sin embargo, esas tres palabras son para mí, lámpara para mis pasos, luz encendida en i sendero: hijo, amado, mi alegría.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien! 

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