viernes, 28 de junio de 2019

Trata el Voto Matrimonial con la solemnidad y respeto que merece


En tiempo de guerra, sometemos a los desertores a una corte marcial, con el pelotón de fusilamiento a la mano. Un joven en los negocios firma un contrato. Hacemos que se atenga a él, y no aceptamos la ignorancia o la mala fortuna como excusas. Si incumple, puede ser llevado ante los tribunales por daños y perjuicios.
Si debemos juzgar por el número de divorcios por todas partes, y esas muchas disoluciones adicionales de vínculos sexuales que han asumido la apariencia de matrimonio y que han dado lugar a hijos, somos una nación de fugitivos, desertores, arrepentidos, que rompen promesas, mentirosos, y ruines.
Y, sin embargo, podría hacernos bien el ayudar a nuestros hermanos más débiles a imaginar la fidelidad en un matrimonio infeliz.



Trata el Voto Matrimonial con la solemnidad y respeto que merece

Por Anthony EsolenCrisis Magazine. 28 de junio de 2019.

“¡Si tan solo hubiera estado allí con mis Francos!”, Dijo el señor de la guerra Clovis cuando escuchó la historia de cómo Jesús, inocente de todo mal, había sido condenado a muerte y crucificado.
Es fácil ser el héroe en tu propia imaginación. Once hombres ansiosos por salir de la sala del jurado y continuar con su voto corporativo para condenar, pero tú, más atento que ellos, te resistes y exiges que examinen las pruebas nuevamente. Haces lo que has jurado hacer. La mayoría de los hombres de la ciudad quieren que tú, alguacil, te vayas mientras puedas antes de que los hombres malos lleguen en tren al siguiente día al mediodía. Unos pocos hombres prometen estar a tu lado, pero uno a uno todos sucumben y te suplican que te vayas. Pero tú te quedas, y haces lo que has jurado hacer. Eres el presidente de una compañía de pequeños préstamos, que te dejó tu padre. No te gusta ese trabajo y has tenido que dejar de lado tus sueños de viajar por el mundo. El enemigo empedernido de tu padre, tratando de tragarte, te ofrece un trabajo lucrativo; éste significaría no más preocupaciones sobre cómo pagar las cuentas y no más preocupaciones sobre tu antiguo hogar en constante deterioro. Estás muy tentado, pero te niegas. Haces lo que has jurado hacer.
“¡Si tan solo hubiera estado allí con mis Francos!” Pero estamos allí, con toda la tentación de ser un recortador: tentaciones de indiferencia, negligencia, compromiso egoísta, incumplimiento de la promesa, de cerrar la puerta contra un amigo dejándolo a su suerte, y el “respeto humano” que nos hace temer el ridículo de los hombres más de lo que tememos ser juzgados por el Señor. “Él lo entenderá”, decimos. “Él perdonará”. Sí, Él perdonará. Pero, ¿cómo puede perdonar cuando no te arrepientes? Si lo lamentaras, no harías ahora lo que supones que perdonará más tarde. Estás jugando con Jesús haciendo de Él un títere.
La mayoría de las personas no serán Henry Fonda en un humeante cuarto trasero, con la vida de un niño en la línea. O Gary Cooper parado solo en la calle cuando incluso Grace Kelly, tu nueva novia, cree que estás haciendo lo incorrecto. O Jimmy Stewart, enojándose contra la tentación de la satisfacción mundana y la venalidad. ¿Qué haríamos nosotros?

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Considere el único voto sagrado que hará la gran mayoría de las personas: el voto matrimonial. Los apologistas de las nulidades sugieren algunas veces que ahora somos tan egoístas y pueriles que es difícil para los hombres y mujeres contraer matrimonios sacramentales. Podría ser más probable que me tomara en serio a estas mismas personas si luego dijeran: “Por lo tanto, no podemos tolerar ninguna pretensión de nueva sabiduría, que nuestra débil y estúpida generación pueda tener sobre la moral sexual”. Pero no lo dicen. Debemos creer al mismo tiempo en la estupidez y perspicacia sin precedentes en la historia cristiana, y en la ausencia de estupidez y perspicacia de las mismas personas, con respecto a la misma cosa.
No, yo tomo un enfoque de sentido común al voto matrimonial. Un joven soldado jura defender la bandera de Estados Unidos. Lo hace sin saber nada sobre alambre de púas y trincheras. Lo mantenemos en ese voto, y no aceptamos la ignorancia o la inmadurez como excusas. En tiempo de guerra, sometemos a los desertores a una corte marcial, con el pelotón de fusilamiento a la mano. Un joven en los negocios firma un contrato. Hacemos que se atenga a él, y no aceptamos la ignorancia o la mala fortuna como excusas. Si incumple, puede ser llevado ante los tribunales por daños y perjuicios.
Ni el juramento militar ni el contrato comercial son tan solemnes como el voto matrimonial. Ni el soldado ni el hombre de negocios juran de por vida. Ni el soldado ni el hombre de negocios entran en una unión que es la base de toda la sociedad humana y que refleja la vida interior de la Trinidad. Ni el soldado ni el hombre de negocios se comprometen a amar, lo cual implica el darse enteramente uno mismo. Y, sin embargo, si debemos juzgar por el número de divorcios por todas partes, y esas muchas disoluciones adicionales de vínculos sexuales que han asumido la apariencia de matrimonio y que han dado lugar a hijos, somos una nación de fugitivos, desertores, arrepentidos, que rompen promesas, mentirosos, y ruines.

Si hubiésemos estado allí con nuestros Francos, habríamos encontrado formas perfectamente razonables para cambiar nuestra lealtad hacia los fariseos, saduceos y sus señores romanos, y habríamos ido diligentemente como lacayos al herrero más cercano para pedir las clavos para las manos y los pies del Señor. Luego habríamos escrito relatos auto justificándonos de la experiencia: de cómo llegamos a ver que el “extremismo” y la “rigidez” en el compromiso religioso eran vicios, y que el Señor quería que fuéramos felices, y cómo nunca podríamos haber sido felices y celosos al mismo tiempo. Para lavar, el agua tibia es mejor.

Escucho las objeciones. La principal de ellas es que expongo a las mujeres al peligro físico al oponerme al divorcio. Nada más alejado de mí. No soy feminista. Soy realista en lo que se refiere a los sexos, y es por eso que creo que es absurdo y poco masculino exponer a las mujeres al fuego enemigo en el campo de batalla. Pero la mayoría de las personas que huyen de los matrimonios no están en tal peligro. Ellos son infelices, lo suficientemente cierto. Es difícil convivir con el cónyuge. A veces hay encuentros a gritos. El cónyuge gasta demasiado. O el cónyuge se enoja cuando el que se queja gasta demasiado. El cónyuge es demasiado duro con los hijos. El cónyuge es demasiado fácil con los hijos. El cónyuge trabaja demasiadas horas. El cónyuge trabaja muy pocas horas. La casa está desordenada. El patio está cubierto de maleza. El coche es una cubeta de tuercas y tornillos. Las comidas son pésimas. Él no va a la iglesia. Él va a la iglesia equivocada. Él va a la iglesia correcta, pero se lo toma muy en serio. Cualquier cosa, todo.
He vivido lo suficiente como para saber que los matrimonios con problemas casi siempre son culpa de dos seres humanos comunes, que están plagados de vicios humanos comunes. Permitirles que se divorcien, además de hacer un daño considerable a los niños y a la sociedad alrededor de ellos, los libera para ser miserables y generadores de miseria en general. La cura es una conversión del corazón. Pero todavía no estoy hablando del voto matrimonial. No necesitamos una cura para eso. No necesitamos hacer valiente al soldado, sino que tenemos que evitar que se escape.

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Y, sin embargo, podría hacernos bien el ayudar a nuestros hermanos más débiles a imaginar la fidelidad en un matrimonio infeliz. Con este fin, recomiendo las novelas del católico, Heinrich Boell, escribiendo en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En ‘Y nunca dijo una sola palabra’[1], los narradores de cada capítulo son, a su vez, marido y mujer, Federico y Catalina, ambos católicos, a quienes cualquier persona “sensible” enviaría inmediatamente al Juzgado de divorcios.
Ellos están separados. Federico sirvió en la guerra y ésta dejó su espíritu en ruinas. Intenta remontar una vida lamentable, trabajando para la diócesis como operador telefónico mal pagado, enseñando latín a un lado, y pidiendo dinero a viejos amigos y sacerdotes. Su esposa y sus tres hijos sobrevivientes viven en una sola habitación, separada de la propiedad de la casera por algo poco más que una cortina y una mampara. No pueden vivir como marido y mujer allí, aunque el propietario y la dueña de la casa contribuyen con sus ruidos amatorios, que los niños mayores están comenzando a notar y comprender. La miseria y la presión de todo esto hacen que Federico se quiebre un día. Golpea a los niños mayores, un niño y una niña, aunque nunca antes había levantado una mano contra ellos.

Desde ese momento ha estado durmiendo en otra parte, como vagabundo. Los niños anhelan que él regrese a casa, pero teme que vuelva a quebrarse. Se emborracha una o dos veces al mes, fuma cigarrillos, come muy poco y ahorra un poco de dinero para tener una cita todas las semanas con su esposa, un sábado por la noche, en lugares que la mejor clase de prostitutas no soportaría. Catalina ahora está embarazada. Cada interés mundano les indica divorciarse. Están resignados a ello. Pero ellos no se divorcian.

Llevamos a Jesús a ser crucificado, pero Él nunca dijo una sola palabra. Dios no nos promete felicidad en esta vida. Nos promete lo que es mejor: la paz y la alegría, y la vida eterna. Escuchemos las palabras de San Pablo, reprendiendo al quejoso en la iglesia en Corinto:
Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas, una vez fui apedreado, tres veces padecí naufragio, un día y una noche pasé en los abismos del mar; muchas veces en viaje me vi en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros aje, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre los falsos hermanos, trabajos y miserias, en prolongadas vigilias, en hambre y sed, en ayunos frecuentes, en frío y en desnudez (2 Cor. 11, 24-27).

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“¡Si tan solo hubiera estado ahí!”… Estamos ahí. ¿Huiremos?


Portada, “The Wedding Register” (el Acta Matrimonial) pintada por Edmund Blair Leighton en 1920.

[Traducción de Dominus EstArtículo original]
*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com


[1] “And Never Said a Single Word”


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