lunes, 16 de octubre de 2017

El viernes se cumplieron 100 años de la última aparición de la Virgen en Fátima, cuando hizo bailar el sol ante decenas de miles de personas.




Quiero contarte que estuve en la Capelinha la noche del viernes celebrando el centenario. Una multitud acompañaba a la Virgen mientras la llevaban en procesión por la explanada durante el rosario de las velas. Impresionante. 

Y quiero aprovechar este correo para recordarte que la Virgen vino a Fátima para dar tres mensajes, plenamente vigentes hoy. Es especialmente impresionante el tercero, del que aún no sabemos qué quería decirnos la Virgen. 

El texto, según lo relató Sor Lucía, es el siguiente:

“Escribo, en acto de obediencia a ti mi Dios, que me mandas por medio de su excelencia reverendísima el señor obispo de Leiria y de vuestra y mi Santísima Madre. Después de las dos partes que ya expuse, vimos al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más alto, un ángel con una espada de fuego en la mano izquierda. Al centellear despedía llamas que parecía iban a incendiar el mundo. Pero, se apagaban con el contacto del brillo que de la mano derecha expedía Nuestra Señora a su encuentro. El ángel, apuntando con la mano derecha hacia la tierra, con voz fuerte decía: «Penitencia, penitencia, penitencia».


“Y vimos en una luz inmensa, que es Dios, algo semejante a como se ven las personas en el espejo, cuando delante pasó un obispo vestido de blanco. Tuvimos el presentimiento de que era el Santo Padre. Vimos varios otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una escabrosa montaña, encima de la cual estaba una gran cruz, de tronco tosco, como si fuera de alcornoque como la corteza. El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad, media en ruinas y medio trémulo, con andar vacilante, apesadumbrado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino”.

“Llegando a la cima del monte, postrado, de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le disparaban varios tiros y flechas, y así mismo fueron muriendo unos tras otros los obispos, los sacerdotes, religiosos, religiosas y varias personas seglares. Caballeros y señoras de varias clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la cruz estaban dos ángeles. Cada uno con una jarra de cristal en las manos, recogiendo en ellos la sangre de los mártires y con ellos irrigando a las almas que se aproximaban a Dios”.

Por cierto que el Cardenal Burke ha pedido que se consagre Rusia al Inmaculado Corazón de María "de la manera que pidió nuestra Señora". 

Te envío un fuerte abrazo.

Gabriel Ariza Rossy

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