Foto: AFP Photo/Mark Ralsto
La escuché decir: «Si quieres ver a tu hermano con vida ven rápido para el hospital». Entré con mucho sigilo cuando el amigo Miguel abrió los ojos, nada más oírme, y me saludó como de costumbre: «Buenos días, don Manuel, ¿qué tal está, hoy le toca el hospital? Yo aquí estoy, enganchado a esta bolsa de sangre».
Parece que el gesto fraterno o solidario de tantos hombres y mujeres, que comparten lo más importante que tienen y son simbolizado en esta sangre de vida, estaba empezando a surtir el efecto deseado. Aquella sangre anónima de gente con un gran corazón entraba por las venas de Miguel gota a gota, regalándole un tiempo precioso de vida, aunque muy débil y grave. Debido a su estado fue trasladado a la habitación donde lo visito varias veces a lo largo de la tarde.
Por la noche regresé de nuevo a su habitación. Miguel estaba bastante recuperado, parece que no le tocaba irse, y le habían quedado muchas ganas de hablar. Me dijo: «¿Sabes? Mucho peor y más doloroso que la enfermedad fue tener que dejar mi trabajo, donde llevaba más de 40 años disfrutando cada día; era mi vida». Es curioso, ¿verdad?, confundimos nuestra propia vida con nuestro trabajo. Muchas personas, si abandonan el trabajo dejan de saber quiénes son, parece que les arrancan la propia vida, pierden su identidad y se creen mayores para crear una nueva, se quedan sin recursos para seguir viviendo.
Amigo Miguel, tú eres una persona excepcional, con unas cualidades propias y únicas. Eres capaz de poderte encontrar con el mismísimo Dios y hablarle de tú a tú, eres capaz de reinventarte cada día, porque cada día ese Dios te regala un tiempo nuevo para que lo llenes de vida y amor a los que te rodean.
Después de más de dos horas de charla tocó despedirse e irnos a la cama.
Manuel Lagar
Capellán del hospital de Mérida
Capellán del hospital de Mérida
No hay comentarios. :
Publicar un comentario