Acompañados de María
Vocación.org
Si usted quiere realmente intimar con María, debe comenzar por amarla en la fe, es decir, por acercarse a Ella como a la creatura nueva, surgida del poder redentor de Cristo, como a la creatura fiel, en quien Dios realizó maravillas, como a la creatura ejemplo y modelo, constituida por Dios Madre suya y Madre nuestra. Trate también de conocerla profundamente en el santo Evangelio, a través de la meditación fervorosa y actuada, para que María brille en su corazón con todo el esplendor de la creatura más grande y hermosa que ha existido. Trate finalmente de dejarle cabida en su vida, porque Ella, como Madre, se preocupa de usted, participa en sus alegrías y tristezas, se interesa de transformación en Cristo. Y no se preocupe si el sentimiento la favorece o no; viva sus relaciones con Ella en la fe, que no es en ningún modo obstáculo para la intimidad, para el cariño, para la cercanía, para el diálogo.
Y en segundo lugar, para lograr una mayor intimidad con María, trate de esforzarse por imitarla en todas sus virtudes.
Ponga la lo mejor de usted misma en esos actos que jalonan su vida de todos los días, y que tienen que ver con María. Rece fervorosamente el Rosario, al que Pablo VI llamaba: compendio de todo el Evangelio... salterio de la Virgen... atrayente por su intrínseca belleza (Exhortación apostólica Mariales Cultus, nº 42 ss.), y del que Juan Pablo II decía: El Rosario es mi oración predilecta (Ángelus, 29 de Octubre de 1978) Rece con entusiasmo y sentido el saludo a la Santísima Virgen, tanto al principio de cada jornada, como al mediodía, como al caer la tarde. Acuda en ratos libres a la capilla o ante la imagen de María todos los días, para hablarle a Ella de sus cosas, porque a María le interesa mucho todo lo suyo. Y nunca se acueste sin una breve visita a María, en la que le pida a Ella por su perseverancia final en su vida.
Si usted quiere realmente intimar con María, debe comenzar por amarla en la fe, es decir, por acercarse a Ella como a la creatura nueva, surgida del poder redentor de Cristo, como a la creatura fiel, en quien Dios realizó maravillas, como a la creatura ejemplo y modelo, constituida por Dios Madre suya y Madre nuestra. Trate también de conocerla profundamente en el santo Evangelio, a través de la meditación fervorosa y actuada, para que María brille en su corazón con todo el esplendor de la creatura más grande y hermosa que ha existido. Trate finalmente de dejarle cabida en su vida, porque Ella, como Madre, se preocupa de usted, participa en sus alegrías y tristezas, se interesa de transformación en Cristo. Y no se preocupe si el sentimiento la favorece o no; viva sus relaciones con Ella en la fe, que no es en ningún modo obstáculo para la intimidad, para el cariño, para la cercanía, para el diálogo.
Y en segundo lugar, para lograr una mayor intimidad con María, trate de esforzarse por imitarla en todas sus virtudes.
Ponga la lo mejor de usted misma en esos actos que jalonan su vida de todos los días, y que tienen que ver con María. Rece fervorosamente el Rosario, al que Pablo VI llamaba: compendio de todo el Evangelio... salterio de la Virgen... atrayente por su intrínseca belleza (Exhortación apostólica Mariales Cultus, nº 42 ss.), y del que Juan Pablo II decía: El Rosario es mi oración predilecta (Ángelus, 29 de Octubre de 1978) Rece con entusiasmo y sentido el saludo a la Santísima Virgen, tanto al principio de cada jornada, como al mediodía, como al caer la tarde. Acuda en ratos libres a la capilla o ante la imagen de María todos los días, para hablarle a Ella de sus cosas, porque a María le interesa mucho todo lo suyo. Y nunca se acueste sin una breve visita a María, en la que le pida a Ella por su perseverancia final en su vida.
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