Patrona de Cuba - Su fiesta se celebra el 8 de Septiembre
Historia de la devoción a la Virgen de la Caridad del Cobre
Alrededor de 1612 ó 1613, unos campesinos que habían ido a por sal se encontraron con una imagen de la Virgen flotando sobre las aguas de la bahía de Nipe. Dichos campesinos son conocidos como "los tres Juanes". La imagen llevaba un cartel en el que se leía: "Yo soy la Virgen de la Caridad". La imagen fue trasladada al pueblecito de Barajaguas. Años más tarde la trasladaron a la Parroquia del Cobre. De ambos lugares desaparecía y volvía a ocupar el mismo sitio. El pueblo entendió que quizás la Virgen quería dar a entender con estas desapariciones y aparaciones que quería estar en otro lugar. Una niña llamada Apolonia decía que la veía en la montaña del Cobre... El pueblo, después de haber orado, contempló una noche en ese mismo lugar un gran resplandor, con gran preocupación. Al asumir que la Virgen deseaba estar en ese monte, le hicieron una pequeña ermita donde la trasladaron y donde se encuentra actualmente en el Santuario Nacional.
El Santo Padre Benedicto XV la proclamó Patrona de Cuba a petición de los Veteranos de la Guerra de la Independencia el 10 de mayo de 1916. Desde los primeros tiempos se le honró bajo el título de Nuestra Señora de la Caridad a cuyo amparo los fieles acuden en oración.
En 1977, el Papa Pablo VI eleva a la dignidad de Basílica al Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.
La Virgen de la Caridad fue coronada por el Papa Juan Pablo II como Reina y Patrona de Cuba el 24 de Enero de 1998, durante la Santa Misa que celebró en su visita apostólica a Santiago de Cuba.
El 28 de agosto de 2014, el Papa Francisco presidió un encuentro de oración, para el acto de colocación de una copia de la Virgen de la Caridad del Cobre en los jardines vaticanos.
NOVENA A LA VIRGEN DE LA CARIDAD DEL COBRE
Virgen de la Caridad del Cobre en los jardines vaticanos Acto de Contrición:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mi ante Dios, nuestro Señor.
Oración para todos los días:
Acordaos, oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que haya acudido a Vos, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, oh Virgen, Madre de la vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vuestra Santísima presencia soberana. No desechéis oh purísima Madre de Dios mis humildes súplicas, antes bien, escuchadlas favorablemente.
Así sea.
Día Primero:
¡Dios te salve! ¡Cuánto se alegra mi alma, amantísima Virgen, con los dulces recuerdos que en mí despierta esta salutación! Llénase de júbilo mi corazón al pronunciar el Ave María, para acompañar el gozo que llenó tu espíritu al escucharla de boca del Ángel, congratulándose así de la elección que de tí hizo el Omnipotente para darnos al Señor.
Pídase el favor que se desea conseguir.
Oración Final para recitar todos los días: Oh, Señora mía, Oh Madre mía, yo me entrego del todo a tí; Y en prueba de mi filial afecto, te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy tuyo, Oh Madre de piedad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya.
Amén.
Día segundo:
¡María, nombre santo! Dígnate, amabilísima Madre, sellar con tu nombre el memorial de nuestras súplicas, dándonos el consuelo de que tu Hijo, Jesús, las atienda benignamente para alcanzar pleno convencimiento en la práctica de nuestros deberes religiosos, sólida confirmación en las virtudes cristianas y continuas ansias de nuestra eterna salvación.
Día tercero:
Llena de Gracia, ¡Oh dulce Madre! Dios te salve, María, sagrario riquísimo en que descansó corporalmente la plenitud de la Divinidad: a tus pies nos presentamos hoy para que la gracia de Dios se difunda abundantemente en nuestras pobres almas, las purifique, las engrandezca y cada día aumente más en ellos el verdadero amor a Dios y a nuestros hermanos.
Día cuarto:
El Señor es contigo: ¡Oh Santísima Virgen! Aquel inmenso Señor, que por su esencia está en todas las cosas, está en tí y contigo de un modo muy superior. Madre mía, venga por tí a nosotros. Pero ¿cómo ha de venir a un corazón lleno de tanta suciedad. Aquel Señor que para hacerte habitación suya quiso, con tal prodigio, que no perdieses, siendo madre, tu virginidad? ¡Oh muera en nosotros toda impureza!
Día quinto:
Bendita tú eres entre todas las mujeres. Tú eres, oh Santísima Virgen María, la gloria de Jerusalén, tú eres la alegría de Israel, tú eres el honor de nuestro pueblo. Si por una mujer, Eva, tantas lágrimas se derramó en el mundo, por ti nos llegó la redención. Por esto, tú serás siempre bendita. Alcánzanos una fe viva y operante para considerar e imitar las grandes obras que en ti y por ti obró Dios.
Día sexto:
Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Deploramos grandemente, purísima Virgen y amantísima Madre, que hayamos cometido tantos pecados, sabiendo que ellos hicieron morir en tu cruz a tu Hijo. Sea el fruto de nuestra oración, que no cesamos de llorarlos hasta poder bendecir eternamente a Jesús, fruto bendito de tu vientre virginal.
Día séptimo:
Santa María, Madre de Dios. Tu mayor título de grandeza, tu mayor dignidad, oh María es haber sido elegida para Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. De esta elección divina proceden todas tus gracias y prerrogativas. No olvides nunca que también fuiste designada por tu Divino Hijo, al pie de la cruz, como Madre espiritual nuestra. Que nunca nos falten fuerzas para mostrarnos como dignos hijos tuyos.
Día octavo:
Ruega por nosotros, pecadores. En ti Virgen María, como en alcázar nos refugiamos. Aunque el vértigo de la vida y los enemigos del alma nos hayan despojado o puedan despojarnos de las preciosas vestiduras de la gracia, alejándonos de ti y de tu amado Hijo, nunca nos cierres las puertas de Sagrado Corazón.
Día noveno:
Ahora y en la hora de nuestra muerte . Siempre estamos expuestos a perder la gracia de Dios y condenarnos. Haced, Santísima Virgen María, que por vuestra intercesión nunca perdamos el favor de Dios; que en esta difícil lucha por la vida encontremos en ti la protección maternal que tanto necesitamos y una Abogada en la hora de nuestra muerte.
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