sábado, 27 de julio de 2019

El lenguaje de Dios


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.



¡Buenos días gente buena!
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm.
XVII Domingo ordinario C
Lucas 11,1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».
El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación».
Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos".
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. 
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan». 
Palabra del Señor.

El lenguaje de Dios

Enséñanos a orar, Señor. Orar es reconectar la tierra y el cielo, apegarse a Dios, como se pega la boca a la fuente. Orar es abrirse, con la alegría silenciosa y llena de paz del terrón que se ofrece al agua que le vivifica y lo hace fecundo: sabe que tu eres para mí secretamente lo que la primavera para las flores.

Orar es dirigirse a Dios como a un Padre, como a un papá enamorado de sus hijos, y no como a un señor, un rey o un juez. Un Dios que no se impone pero que sabe de abrazos; un Dios afectuoso, cercano, cálido, a quien pedirle las pocas cosas indispensables para vivir bien. Y pedirle como hermanos, olvidando las palabras yo y mío, porque están fuera del lenguaje de Dios. Pues en la oración que Jesús enseña solo hay los adjetivos “tuyo” y “nuestro”, como brazos abiertos.

Y lo primero que se pide es esto: santificado sea tu nombre. El nombre de Dios es amor. Que el amor sea santificado sobre la tierra, por todos, en todo el mundo. Que el amor santifique la tierra. Si hay algo de santo en este mundo, algo de eterno en nosotros, es nuestra capacidad de amar y de ser amados.

La segunda cosa que se pide: venga tu Reino, nazca la tierra nueva como tú la sueñas. Venga rápido, tome forma completa la levadura santa que ya late y fermenta en lo profundo de las cosas; que la semilla se convierta en pan, que el alba se haga mediodía grávido de luz. 

Y luego la tercera cosa, que viene solo como tercera porque sin las dos primeras no nos alcanza: Danos el pan de cada día. “Pan” indica todo lo que sirve para la vida y la felicidad: danos el pan y el amor, los dos necesarios; el pan y el amor, los dos de cada día. Pan para sobrevivir, amor para vivir. Y que sea “nuestro” pan, porque si uno está lleno y alguien muere de hambre, ese no es el pan de Dios, y el mundo nuevo no llega.

Y la cuarta: perdona nuestros pecados, quita todo lo que pesa sobre el corazón y lo hace viejo, lo que de mi ha hecho mal a los demás, lo que de los demás me ha hecho mal a mí, todas las heridas que conservo abiertas. El perdón no se reduce a un borrón sobre el pasado, sino que libera el futuro, abre senderos, enseña respiros. Y nosotros que ahora conocemos el poder del perdón, lo damos a nuestros hermanos y a nosotros mismos (cómo es difícil a veces perdonarse ciertos errores…) para volver a construir la paz.

Y la última cosa: No nos abandones en la tentación. Si nos ves que caminamos en el miedo, la desconfianza, la tristeza, o si nos sientes atraídos hacia lo que nos hace mal, Padre, buen samaritano de nuestras vidas, danos tu mano y acompáñanos a salir. Será como despegar, atravesar las nubes y volver al azul y a la luz. Y luego, volver a la tierra cargados de sol.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!

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