viernes, 3 de mayo de 2019

JORGE DORÉ: ¡QUÉ DIOS NOS ASISTA!

ENCRUCIJADA

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Vivimos en caóticos momentos históricos, donde el catolicismo se halla ante una encrucijada: o la Iglesia es restaurada a su antiguo esplendor pre-Vaticano II, o presenciaremos el advenimiento del Anticristo.
Pero, ¿volverá Roma a su antiguo esplendor espiritual, lo cual implicaría rechazar dicho concilio –infiltrado y manipulado por contumaces enemigos de Cristo– y a todos sus antipapas, o más bien confrontaremos el misterio de iniquidad que nos acerca a tiempos parusíacos?
Desconocemos la mente y la voluntad del Omnipotente pero, dados el actual deterioro moral y espiritual de la humanidad, es obvio que nunca antes se habían producido condiciones tan idóneas para la aparición del Anticristo. Para ello, los rivales de Dios han creado la tormenta espiritual perfecta.
El liberalismo, el relativismo, el subjetivismo, el pluralismo, la legalización del vicio y el pecado, la proliferación de todo tipo de monstruosidades morales y físicas tales como el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido; la glorificación de la impureza, la puja por la pedofilia y la zoofilia; el odio a Cristo, a la cruz y a su Iglesia, el culto a la madre Tierra…, aberraciones que apenas medio siglo atrás eran impensables, han fermentado a una velocidad increíble y nos han golpeado con un negro tsunami, que es hoy caldo de cultivo perfecto para instituir el imperio del mal a nivel global.
Es decir, teóricamente vivimos en la madurez de los tiempos requerida por el hijo de la perdición para hacer su aparición en el orbe.
El mundo retorna al paganismo y los jerarcas del “arca de la perdición” en Roma –tras arrojar la tradición y el dogma por la borda como insufrible lastre– navegan hacia los escollos del nuevo orden mundial dispuestos a embarrancar en ellos para acabar de despojar a su grey de toda trascendencia y sacralidad; de toda posibilidad de salvación eterna.
Dicho por ellos mismos: el nuevo orden mundial, totalitario y anticristiano, debe constituir una esperanza para los católicos. ¡Vaya capitanes!

Lamentablemente, cuando debería echarse de todos los templos a quienes han hecho de la casa del Padre una cueva de herejes y de apóstatas, muchos –después del Vaticano II– siguen considerando vicarios de Cristo a quienes han demolido la Iglesia y guiado su grey al matadero espiritual (una grey ya habituada a sacrilegios, ofensas y blasfemias a Dios), como si algún cargo religioso gozara de la potestad de destruir con impunidad lo que Cristo ha construido al precio de su sangre, y como si hubiera mérito alguno en obedecer a quienes niegan el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo para fornicar con las falsas religiones de la tierra.
Estos fementidos vicarios de Cristo no son más que mercenarios de Lucifer, heraldos del misterio de iniquidad, encargados de llevar –según directrices de sus predecesores– el catolicismo a la tumba, y en su lugar entronizar al hombre de pecado, al hijo de perdición.
No hay más que percatarse del gigantesco deterioro moral de la humanidad desde que el Concilio Vaticano II –supuestamente inspirado por el Espíritu Santo– hiciera, en mala hora, su necrosa aparición en la historia.
Pero como testimonios de la falta de santidad del espíritu que inspiró la creación de esta contra-iglesia católica, están los pestilentes frutos de la misma: un innumerable y siempre creciente cierre de templos, de iglesias y seminarios; falta de vocaciones, éxodo masivo de fieles a otras sectas y una asistencia a “misa” cada día más exigua. El arca de la perdición tiene el casco podrido.
Hoy la influencia satánica lo permea todo. Es por causa de la apostasía generalizada que lo diabólico, que tiene tantos adeptos, no oculta más su rostro, ya familiar y grato a tantos enemigos de Cristo y de su Iglesia.
Si el espíritu del anticristo penetra por las grietas de los templos, invade también los corazones de quienes rechazan la verdad o que se abstienen de buscarla y se contentan con lo que el mundo les sugiere sin discernir entre bien y mal, luz y oscuridad, justicia e injusticia.
Despunta una innegable y creciente influencia demoníaca en todas las manifestaciones humanas, internas y externas, que han ido forjando el ambiente propicio para la venida del Anticristo, del cual el hombre se hará merecedor por su desprecio a Dios, su invencible hedonismo y su adhesión al pecado.
Es el propio ser humano quien, “de profundis”, hoy clama por el advenimiento del falso mesías, a quien cada día se asemeja más, sin remordimiento ni pudor alguno.
Hemos clamado al mal y éste nos ha respondido.
Ahora, que Dios nos asista!

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