lunes, 4 de febrero de 2019

Lecciones de un papá que no tuvo un papá



Por bill sheridan
Mi punto de vista del Día del Padre comenzó a cambiar el 1 de abril de 1966, cuando nació el primero de nuestros tres hijos, Ed. Lo nombramos por mi padre, quien, por razones que nunca sabremos, terminó su vida varios meses antes de mi octavo cumpleaños.

Crecí como el quinto de seis hijos en un hogar de padres solteros en la pequeña ciudad de Lawler en el noreste de Iowa, envidiando secretamente a mis amigos que tenían un padre. Anhelaba tener un padre con quien jugar, animarme en los juegos de las Pequeñas Ligas, enseñarme a pescar o cazar, y asistir a la gran cantidad de eventos de padres e hijos que ocurren desde el primer grado hasta la graduación de la escuela secundaria. Fueron los más difíciles, trayendo a un tío o amigo de la familia para que me acompañara.

Francamente, nunca me ha gustado el día del padre. El sacerdote en la misa, año tras año, dio el mismo sermón acerca de qué tan buenos son los papás y cómo debemos estar agradecidos y honrarlos. Con ese fin, construí una mitología personal sobre lo maravilloso que habría sido mi padre aunque, en verdad, tenía muy pocos recuerdos de él. Ningún padre real podría haber estado a la altura de la imagen que yo había creado en mis fantasías infantiles.

Cuando me convertí en un padre cuando tenía 21 años, las cosas empezaron a cambiar. En los años siguientes se me dieron tres regalos maravillosos, llenando ese agujero vacío en mi vida en la forma de nuestros hijos: Ed, Tom y Greg.


Desde el momento de sus respectivos nacimientos hasta este mismo día, poco a poco, he podido dejar atrás esa sensación de pérdida y disfrutar de la alegría de ser padre en lugar de tener un padre. En el proceso de amar a cada uno de ellos y verlos crecer como jóvenes estupendos, encontré en mi corazón perdonar a papá por abandonar a mi madre, a mis hermanos ya mí al suicidarme.

Asistir a juegos de pelota, conciertos de bandas, bodas y celebraciones con mis hijos es un privilegio que nunca he dado por sentado. Aplaudí ya que lograron diversos objetivos académicos y profesionales. Lloré mientras cada uno tomaba las inevitables caídas que trae la vida. Decidí pronto que siempre sabrían que su papá los ama, no por lo que hicieron o no hicieron, sino por ser .

No siempre fue fácil saber exactamente qué hacer como padre. No tenía un modelo a seguir, así que indudablemente cometí errores en el camino. Sin embargo, instintivamente, según mi propia experiencia, de alguna manera entendí que lo más importante que podía darles era mi tiempo, comprensión, ánimo y apoyo.

Así que el Día del Padre ahora tiene un significado diferente y alegre para mí. Soy la prueba viviente de que la curación y el perdón pueden ocurrir para aquellos de nosotros que hemos perdido a un padre a través de la muerte, el divorcio o el abandono. Esa curación para mí comenzó la primera vez que me convertí en el padre que no tenía.

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