Primer sábado de diciembre con María, Señora de la espera, en el corazón. Mañana comienza el Adviento, el tiempo que dedicamos los cristianos a la preparación para la venida de Cristo. ¡Y qué mejor manera de hacerlo que acompañados de María pues Ella, mejor que nadie, comprendió el significado de la espera paciente, humilde y esperanzada de la llegada de su Hijo!
Es Ella la que te enseña que Jesús permanece cerca del que le abre sinceramente el corazón, que permanece fiel a Él, el que le da un «sí» sin contemplaciones, el que acepta y se entrega a los planes de Dios. Eso es lo que hizo María convirtiendo su embarazo en una espera de amor inefable. María recibió en su seno a Jesús con su amoroso «hágase en mí según tu Palabra». Es el Adviento de María, la Virgen que te enseña a ser fiel a Jesús y a su Evangelio.
En esta antesala del Adviento, la figura de María recobra una gran relevancia porque hace posible entender cuál debe ser el papel de mi autenticidad cristiana en este tiempo de apertura a Dios y de alegría en la espera. El como vivir el adviento en mi propia vida.
María te enseña a darle al Señor un «sí» basado en la confianza, abierto al amor de Dios y al verdad del Evangelio. Te invita a la humilde escucha para aplicar en la propia vida la Buena Nueva de Cristo. Promueve la proclamación de la grandeza de Dios y su misericordia para ser conscientes de la importancia de dar y recibir con el corazón abierto. Te hace comprender la necesidad de vivir la caridad, la fraternidad y la comprensión del otro con grandes dosis de ternura —la de María, una ternura de Madre— para acogerlo con amor sin juzgarlo ni criticarlo y encontrar en él los mejores valores y virtudes. Te lleva a vivir una vida más contemplativa, más orante, más meditativa, para poder como Ella guardar en lo íntimo del corazón los misterios de Dios y los susurros del Espíritu. Te permite comprender que es en la cruz donde se sustenta el amor y que en el sufrimiento puede haber también mucho amor y mucha felicidad. Te acerca al descendimiento del yo para que, olvidándote de mi mismo, puedas darte a los demás siendo cercano a sus necesidades y sus anhelos. Te invita a proclamar el Magnificat cotidiano en tu vida alejándote de actitudes soberbias y orgullosas y dando paso a la humildad y a la sencillez, yendo al encuentro de los que más lo necesitan. Te ayuda a vivir con moderación y sobriedad estos días en que el consumismo lo invade todo tratando de compartir los bienes que Dios nos ha dado con aquellos que más lo necesitan.
Este es para mí el mensaje de María en este adviento. Convertirme en hijo de Dios por medio de la fe y de la espera, una espera alentada por el anuncio de la salvación. Una espera desde la pequeñez de mi vida sostenida por la fuerza del Espíritu, la amistad con Cristo, el compromiso con Dios y la compañía de María de la que en estos días puedo tomar sus mismas actitudes de confianza, agradecimiento, humildad y aceptación de la voluntad divina. ¡Feliz adviento a todos los lectores de estas meditaciones!
¡María, quiero convertirme en un auténtico hijo de la espera, que lo espere todo de Dios con la valentía de la fe y la certeza de la esperanza! ¡María, concédeme la gracia de entrar en el misterio del amor, de la esperanza, de la paz del corazón y la alabanza para cantar con tu misma voz la grandeza de Dios que nos envía a tu Hijo! ¡Quiero seguir, María, tu ejemplo en la espera; que seas Tu mi modelo; ayúdame a prepararme vigilante en la oración y alegre en la esperanza para salir al encuentro de Tu Hijo! ¡Ayúdame a preparar el corazón para recibir las manifestaciones de su presencia en mi vida y acoger con alegría todas las gracias que Él quiera darme! ¡Predispón, María, mi corazón a la gracia del Espíritu para acoger con mi sí a ese Niño Dios que espera y ansía el encuentro conmigo! ¡Dame un corazón semejante al tuyo, María, para gozar de esa fe, esperanza y caridad que residen en tu corazón inmaculado! ¡Dame tu misma fe ejemplar, María, para creer con firmeza las verdades reveladas por Dios y ser capaz de responder a su llamada! ¡Permíteme pronunciar contigo, María, las palabras que dijiste al ángel, y estar así lleno de gracia para recibir a Jesús en esta Navidad y comprender el gran privilegio de acoger en mi vida los planes de Dios! ¡Concédeme la gracia de aprender de tu humildad y obediencia y ayúdame a confiar por completo en la palabra de Dios! ¡Ayúdame a crecer en el don de la escucha, del acogimiento, del meditar en lo profundo del corazón para dar frutos abundantes como pide tu Hijo! ¡Concédeme el don de la disponibilidad y la prontitud para acoger las cosas de Dios, comprometerme con Él, abrirme a su infinita bondad y permitir que Jesús nazca en mi corazón, en mi familia, en mi trabajo, entre mis amigos y en mi comunidad eclesial!
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